Adiós a la sociedad líquida. Bienvenida la sociedad gaseosa.

 

Selección

Carlos A. Scolari

En las últimas páginas de Cultura Snack (La Marca, 2020) dejé caer una hipótesis: la metáfora líquida, que tanto éxito tuvo a partir de la publicación de La modernidad líquida (Bauman, 1999), ya no es la mejor a la hora de describir la vida social y la cultura contemporáneas. Recapitulemos: a Bauman le interesaba el pasaje de la sociedad sólida a la líquida, un mundo donde “la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas que no puedan cambiar en el futuro. No creemos que haya soluciones definitivas y no sólo eso: no nos gustan”. Esta pérdida de solidez de la Modernidad ya estaba presente en la reflexión postmoderna, por ejemplo en obras como Todo lo sólido se desvanece en el aire (All that is solid melts into air), un libro escrito por Marshall Berman entre 1971 y 1981 y publicado en 1982.

La modernidad líquida

Zygmunt Bauman aplicó la metáfora líquida a todo tipo de relación o proceso social, desde las relaciones amorosas hasta la crisis de los 40 años, a la política, el arte y la educación. La “liquidez” aparecía en todos los aspectos de la vida, en los objetos materiales, en las relaciones con la gente y en “la propia relación que tenemos con nosotros mismos, cómo nos evaluamos, qué imagen tenemos de nuestra persona, qué ambición permitimos que nos guíe. Todo cambia de un momento a otro, somos conscientes de que somos cambiables y por lo tanto tenemos miedo de fijar nada para siempre”. Cuando el Estado o las empresas piden a la gente que sea flexible, eso significa que quiere “que no estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación líquidaComo un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y esto está por todas partes” (Entrevista de Justo Barranco en La Vanguardia, 2017).

Las metáforas sirven para pensar. En este caso, pensar la sociedad y la cultura en términos líquidos sin dudas servía para representar un tipo de Modernidad que, sin renunciar al desarrollo lineal del progreso, adoptaba formas maleables y menos rígidas. La metáfora líquida es móvil (A —> B), dinámica (“no podemos bañarnos dos veces en el mismo río”) y, puestos a jugar con los conceptos, puede incluir movimientos de desborde (una sociedad que va más allá de sus instituciones es como un río que sale de su cauce ) o turbulencias. Sin embargo, la idea misma de un flujo líquido está impregnada de una concepción de linealidad, de “ir hacia un lugar”, que no tiene mucho que ver con la realidad que vivimos en el siglo XXI.

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