Aferrados a nuestros móviles

 

Selección

‘Ideas’ adelanta en primicia un capítulo del nuevo libro del filósofo surcoreano. En él, el autor de ‘La sociedad del cansancio’ advierte de que esta tecnología convierte a los otros en objeto, y destruye la empatía

BYUNG-CHUL HAN

Hoy llevamos el smartphone a todas partes y delegamos nuestras percepciones en el aparato. Percibimos la realidad a través de la pantalla. La ventana digital diluye la realidad en información, que luego registramos. No hay contacto con cosas. Se las priva de su presencia. Ya no percibimos los latidos materiales de la realidad. La percepción se torna luz incorpórea. El smartphone irrealiza el mundo.

Las cosas no nos espían. Por eso tenemos confianza en ellas. El smartphone, en cambio, no solo es un infómata, sino un informante muy eficiente que vigila permanentemente a su usuario. Quien sabe lo que sucede en su interior algorítmico se siente con razón perseguido por él. Él nos controla y programa. No somos nosotros los que utilizamos el smartphone, sino el smartphone el que nos utiliza a nosotros. El verdadero actor es el smartphone. Estamos a merced de ese informante digital, tras cuya superficie diferentes actores nos dirigen y nos distraen.

El smartphone no solo tiene aspectos emancipadores. La continua accesibilidad no se diferencia en gran medida de la servidumbre. El smartphone se revela como un campo de trabajo móvil en el que nos encerramos voluntariamente. El smartphone es también un pornófono. Nos desnudamos voluntariamente. Funciona como un confesonario portátil. Prolonga el “poderío sagrado del confesonario” en otra forma.

Cada dominación tiene su particular devoción. El teólogo Ernst Troeltsch habla de “los cautivadores objetos devocionales de la imaginación popular”. Estabilizan la dominación al hacerla habitual y anclarla en el cuerpo. Ser devoto es ser sumiso. El smartphone se ha establecido como devocionario del régimen neoliberal. Como aparato de sumisión, se asemeja al rosario, que es tan móvil y manejable como el gadget digital. El like es el amén digital. Cuando damos al botón de “Me gusta”, nos sometemos al aparato de la dominación.

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Imagen: Rodion Kutsaev

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