Albert Camus, para una reconsideración radical del periodismo

 

Selección

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Clásico del siglo XX y Premio Nobel en 1957, el autor de La peste y El extranjero dirigió la mítica revista Combat entre 1944 a 1947 y legó contundentes y perdurables lecciones para un oficio en peligro. Se reúnen en un volumen de artículos.

El periodismo ha perdido el rumbo. En un tiempo estuvo en un barco habitado por la información, pero los tripulantes del navío se dejaron seducir por las estrellas fugaces que se activan desde misteriosos mecanismos y terminó siendo más atractiva la luminaria de origen desconocido que la antigua carta de navegación.

La navegación hasta entonces se aseguraba con datos seguros, comprobados, pero ya no hace falta. Los bandoleros mal informados que asaltaron el Capitolio poco antes de que Donald Trump fuera sucedido por Joe Biden forman parte del enorme ejército de convencidos de que para viajar en barco da igual la información que la opinión, aunque esta se base en mentiras. De hecho, las mentiras resultan ahora más atractivas, tienen mejor prensa que lo que cuesta comprobar.

El rumor, que en un tiempo no tenía cabida en la escritura de los periodistas sino en las soflamas de los pasquines, son ahora alimento que engorda tertulias en las que participan sedicentes periodistas que, además, manejan como si fueran suyos los argumentos de los partidos políticos de los signos más diversos. El resultado es un caos del que se nutren a la vez el periodismo, la política y los ciudadanos.

Las redes sociales han enmarañado el tablero y hoy solo hay nube o furia donde antes hubo periodismo. El barco está loco y los tripulantes sufren un mareo que conduce a una terrible guerra en la que los datos no importan tanto como la opinión que se forma a raíz de la existencia de los rumores.

El asunto es muy viejo, naturalmente, y ha sido materia de estudio o preocupación desde la antigüedad; ha sido trampolín de desprestigios interesados, en tiempos de paz y en tiempos de guerra, y ahora es el campo en el que se libra una batalla total en la que va ganando la mentira. La mentira, como la verdad, no es un valor absoluto (si aquella fuera un valor), pero mientras en el esquema de una información haya el aire de un rumor la noticia estará más cerca de la mentira que de la verdad, pues la mentira mancha más, y es una mancha sucia.

Seguir leyendo: Clarín

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Clásico del siglo XX y Premio Nobel en 1957, el autor de La peste y El extranjero dirigió la mítica revista Combat entre 1944 a 1947 y legó contundentes y perdurables lecciones para un oficio en peligro. Se reúnen en un volumen de artículos.

El periodismo ha perdido el rumbo. En un tiempo estuvo en un barco habitado por la información, pero los tripulantes del navío se dejaron seducir por las estrellas fugaces que se activan desde misteriosos mecanismos y terminó siendo más atractiva la luminaria de origen desconocido que la antigua carta de navegación.

La navegación hasta entonces se aseguraba con datos seguros, comprobados, pero ya no hace falta. Los bandoleros mal informados que asaltaron el Capitolio poco antes de que Donald Trump fuera sucedido por Joe Biden forman parte del enorme ejército de convencidos de que para viajar en barco da igual la información que la opinión, aunque esta se base en mentiras. De hecho, las mentiras resultan ahora más atractivas, tienen mejor prensa que lo que cuesta comprobar.

El rumor, que en un tiempo no tenía cabida en la escritura de los periodistas sino en las soflamas de los pasquines, son ahora alimento que engorda tertulias en las que participan sedicentes periodistas que, además, manejan como si fueran suyos los argumentos de los partidos políticos de los signos más diversos. El resultado es un caos del que se nutren a la vez el periodismo, la política y los ciudadanos.

Las redes sociales han enmarañado el tablero y hoy solo hay nube o furia donde antes hubo periodismo. El barco está loco y los tripulantes sufren un mareo que conduce a una terrible guerra en la que los datos no importan tanto como la opinión que se forma a raíz de la existencia de los rumores.

El asunto es muy viejo, naturalmente, y ha sido materia de estudio o preocupación desde la antigüedad; ha sido trampolín de desprestigios interesados, en tiempos de paz y en tiempos de guerra, y ahora es el campo en el que se libra una batalla total en la que va ganando la mentira. La mentira, como la verdad, no es un valor absoluto (si aquella fuera un valor), pero mientras en el esquema de una información haya el aire de un rumor la noticia estará más cerca de la mentira que de la verdad, pues la mentira mancha más, y es una mancha sucia.

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