Carmen Sarmiento, el sur de todos los nortes

 

Selección

Grace Morales

Una mujer, tumbada en la cuneta, intenta protegerse de la lluvia de disparos que silba desde ambos lados de la carretera. A duras penas, su compañero graba el sonido, pero este se transmite de forma tan nítida como si los dos estuvieran en el salón de casa. La mujer lleva en la mano un revólver antiguo, que apunta de manera vacilante. Por el colorido de la escena ―una caravana de vehículos sorprendidos en una emboscada― y el ruido de los tiros, los gritos y las explosiones, podría tratarse perfectamente de una película de acción, pero no. Aquí no hay actores disfrazados de reporteros, con chalecos de muchos bolsillos, botas militares y sonrisa cínica: se trata de una grabación «real» para Televisión Española. Juan Miguel Velázquez registra el sonido, encorvado en el suelo, con los proyectiles volando sobre su cabeza. Luis Berraquero está filmando la imagen, casi bajo la furgoneta. Carmen Sarmiento es la mujer del revólver. Lleva alpargatas y un chaleco informal, pero no es antibalas ni de los clásicos en el imaginario del periodista de guerra. Aun en un momento como ese, es capaz de describir, con tensa calma y perfecta dicción, la situación en la que el grupo de once periodistas que circulaba por una carretera cercana a la Jalapa, camino del aeropuerto de Managua, ha sido interceptado por un comando de la contra, y los soldados sandinistas que los escoltaban han respondido al ataque con fuego. El equipo de Carmen no ha dudado en ponerse a grabar.

Tras este incidente, Sarmiento comenzó a plantearse abandonar las crónicas de guerra. No fue una respuesta a la ansiedad o el miedo que pudiesen provocar escaramuzas como la de Nicaragua u otras situaciones de evidente peligro en las que ya se había visto implicada, sino cuando la periodista observó que la información era cada vez más difícil de obtener, al estar controlada por diferentes bloques y agencias; fue sobre todo, por el desgaste que suponía luchar contra los directivos, que solo querían determinados enfoques y temas, casi nunca en relación con lo importante: las causas y las consecuencias de los conflictos armados. Por ejemplo, y pese al evidente interés de la grabación en Nicaragua, que agencias norteamericanas quisieron comprar, esta no fue emitida inmediatamente al llegar a España, sino que pasaron unos meses hasta que se pudo ver, en la serie documental Los marginados. La demora en emitirla había mermado la fuerza del testimonio.

Carmen Sarmiento pasó en primera línea de batalla los años ochenta, transmitiendo para la televisión sus crónicas de la devastación, los enfrentamientos a tiros en las calles, el efecto de las bombas y el hambre, los secuestros y ejecuciones, las torturas, el infierno de los hospitales de campaña, la evacuación de civiles… pero, por encima de todo, las intrigas políticas y los grandes beneficios que suponen estos sucesos. Soy hija de la televisión y crecí viendo sus reportajes. Primero, sus crónicas como corresponsal de guerra y después, sus monográficos como periodista de denuncia social. Todo su trabajo, por si no fuese suficientemente complicado, ha estado imbuido por un fuerte compromiso feminista. Ella representa todo lo que ahora no cabría en la cabeza de ningún creativo de contenidos audiovisuales, pero por entonces se toleraba, porque las guerras, los levantamientos armados y las situaciones catastróficas alrededor del mundo entraban en los contenidos del espectáculo de masas, cuando la televisión aún no estaba cautiva por las audiencias, e incluso se buscaban unos mínimos en la información, antes de que todo fuera barrido por la crisis económica y el entretenimiento. Hoy en día es muy raro ver en prime time noticias sobre conflictos en África u Oriente Medio, salvo escuetos titulares que venden las grandes agencias o contenidos extraídos de internet.

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