La tiranía de la vida eficiente: ¿alguien es capaz de no hacer nada?

 

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Aprovechar cada minuto libre para responder a un mail de trabajo, a un mensaje de un amigo. Rentabilizar cada instante. Un nutrido grupo de pensadores y ensayistas alza su voz contra la dictadura de la eficiencia que inunda la vida contemporánea

ALBERTO G. PALOMO

Aproveche. Que el viaje en metro no sea en balde: quítese unos cuantos correos. Y en el ascensor, nada de mirar pensativo la luz que brinca de planta en planta: responda a esos mensajes que escuecen en el bolsillo. ¿Esperar en el café donde ha quedado viendo la gente pasar? ¡Qué va! Es el momento de enviar audios sobre cuitas laborales. Ni siquiera la almohada significa ya la placidez del punto final: ahora es un soporte más para consultar documentos atrasados.

Hay quien cataloga todas estas secuencias cotidianas como un reflejo claro de los tiempos actuales que han puesto la vida bajo la tiranía de la eficiencia. El sistema fagocita cada actividad y la traduce en términos de rentabilidad o producción. Más que dinero, siguiendo el famoso mantra, ahora el tiempo es una posibilidad para ponerse al día con las series de las que se habla, para estar al tanto del último escándalo político o para preparar un nuevo e incierto proyecto. Parece que no dedicarlo a algo comunitariamente útil o económicamente lucrativo hace que no merezca la pena.

Contra este discurso ya existen voces que proclaman la necesidad de frenar. De rebelarse contra el mandato de lo que resulta rentable. No se trata, aunque esté relacionado, de alzarse contra las redes sociales y su forma de vampirizar nuestras horas, ni de acometer contra ese anglicismo que se enuncia como FOMO (acrónimo de fear of missing out, que es, en rasgos generales, el miedo a perderse planes). El objetivo es abandonar esa interminable lista de tareas y respirar. Ser conscientes de nuestras limitaciones, de la imposibilidad de cumplir todos los deseos y dedicar tiempo a labores no remuneradas, como observar mariposas o tumbarse a la bartola.

El periodista británico Oliver Burkeman es uno de los impulsores de este movimiento. En el libro Cuatro mil semanas. Gestión del tiempo para mortales (Planeta), cavila sobre “la trampa” de la eficiencia y sobre cómo el ansia de tachar experiencias de una lista eclipsa su disfrute. El problema, arguye, es que nunca se tienen todas las satisfacciones cubiertas. Cuando te planteas un objetivo y lo logras, vas a por otro. Una espiral interminable que suele compararse con la típica imagen del hámster en una rueda. El capitalismo, opina Burkeman por correo electrónico, no permite que nos paremos a pensar. Y por eso hay algo de “subversivo” en “detenerse, hacer una pausa y reflexionar”, dice.

Seguir leyendo: El País

Imagen de la entrada de 1195798 en Pixabay[:ca]

Aprovechar cada minuto libre para responder a un mail de trabajo, a un mensaje de un amigo. Rentabilizar cada instante. Un nutrido grupo de pensadores y ensayistas alza su voz contra la dictadura de la eficiencia que inunda la vida contemporánea

ALBERTO G. PALOMO

Aproveche. Que el viaje en metro no sea en balde: quítese unos cuantos correos. Y en el ascensor, nada de mirar pensativo la luz que brinca de planta en planta: responda a esos mensajes que escuecen en el bolsillo. ¿Esperar en el café donde ha quedado viendo la gente pasar? ¡Qué va! Es el momento de enviar audios sobre cuitas laborales. Ni siquiera la almohada significa ya la placidez del punto final: ahora es un soporte más para consultar documentos atrasados.

Hay quien cataloga todas estas secuencias cotidianas como un reflejo claro de los tiempos actuales que han puesto la vida bajo la tiranía de la eficiencia. El sistema fagocita cada actividad y la traduce en términos de rentabilidad o producción. Más que dinero, siguiendo el famoso mantra, ahora el tiempo es una posibilidad para ponerse al día con las series de las que se habla, para estar al tanto del último escándalo político o para preparar un nuevo e incierto proyecto. Parece que no dedicarlo a algo comunitariamente útil o económicamente lucrativo hace que no merezca la pena.

Contra este discurso ya existen voces que proclaman la necesidad de frenar. De rebelarse contra el mandato de lo que resulta rentable. No se trata, aunque esté relacionado, de alzarse contra las redes sociales y su forma de vampirizar nuestras horas, ni de acometer contra ese anglicismo que se enuncia como FOMO (acrónimo de fear of missing out, que es, en rasgos generales, el miedo a perderse planes). El objetivo es abandonar esa interminable lista de tareas y respirar. Ser conscientes de nuestras limitaciones, de la imposibilidad de cumplir todos los deseos y dedicar tiempo a labores no remuneradas, como observar mariposas o tumbarse a la bartola.

El periodista británico Oliver Burkeman es uno de los impulsores de este movimiento. En el libro Cuatro mil semanas. Gestión del tiempo para mortales (Planeta), cavila sobre “la trampa” de la eficiencia y sobre cómo el ansia de tachar experiencias de una lista eclipsa su disfrute. El problema, arguye, es que nunca se tienen todas las satisfacciones cubiertas. Cuando te planteas un objetivo y lo logras, vas a por otro. Una espiral interminable que suele compararse con la típica imagen del hámster en una rueda. El capitalismo, opina Burkeman por correo electrónico, no permite que nos paremos a pensar. Y por eso hay algo de “subversivo” en “detenerse, hacer una pausa y reflexionar”, dice.

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