Internet se ha roto

 

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En el Davos de 1996 ya estaba el visionario John Perry Barlow diciéndole a los “Gobiernos del mundo industrial, cansados gigantes de carne y acero”, que dejaran Internet en paz. Su famosa Declaración de independencia del ciberespacio establecía: “El espacio social global que estamos construyendo es independiente por naturaleza de las tiranías que estáis buscando imponernos. (…) Vuestros conceptos legales sobre propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto no se aplican a nosotros. Se basan en la materia”. La Red quería ser libre, y los protocolos TCP/IP, el pegamento universal que unía todas sus piezas, habían sido diseñados para que la información encontrara siempre el camino más corto, más seguro y más barato para llegar a su destino, ajena a las fronteras políticas y geográficas del mundo “real”. Desde entonces, sus ansias de libertad se han ido encontrando con distintos grados de resistencia gubernamental, que acostumbra a gestionar la expresión de disidencia con apagones selectivos, leyes mordaza y campañas de propaganda o desinformación. Este año se configura una nueva estrategia: la independencia. Al final, Internet sí era materia y se empieza a desintegrar.

Solo dos días después de que Internet cumpliera 50 años, el pasado 29 de octubre, Rusia le declaró su independencia con su ley de soberanía digital. La norma autoriza a su regulador de telecomunicaciones local a bloquear los contenidos, servicios o aplicaciones que considere una amenaza para la seguridad del Estado sin previa orden, proceso o notificación. Los criterios sobre lo que constituye una amenaza son tan opacos como su plan de ejecución. Y los contenidos parecen ser Internet en su conjunto. La ley contempla la necesidad de un botón rojo para apagar la Red cuando moleste y un sistema propio de gestión de dominios para “proteger a los ciudadanos rusos de ser contaminados por contenidos tóxicos” y a su infraestructura de ciberataques del exterior.

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