Periódicos y periodistas: La política y la intermediación

 

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El periodismo comprometido con la defensa de la libertad de prensa y la defensa de las sociedades democráticas es, inevitablemente, un mediador incómodo para las esferas de poder. Esta intermediación es la función fundamental que da sentido al periodismo, la de observar el hecho, interpretarlo, contrastarlo y, después, difundirlo. Esta es la manera clásica, o no tan clásica, de dar la oportunidad al lector de disponer de una información valorada por profesionales, de evitar que le llegue tal como pretende el político, el partido, la institución. Sin intermediación no hay posibilidad de juzgar el hecho, sin intermediación se facilita la manipulación, sin intermediación muere el periodismo y gana la propaganda. Sin intermediación el mensaje llega a la opinión pública contaminado por la misma voluntad del emisor, en algunas ocasiones perversa y, sin duda, nunca inocente.

La digitalización en general, y las redes sociales en particular, facilitan que la intermediación haya dejado de ser necesaria para los políticos y los partidos. Y en este terreno, la acción política comunicativa ensaya todas las posibilidades. Véase, como ejemplo, la cantidad de congresos y cursos que se organizan cada año, justamente, para formar profesionales capaces de establecer en las plataformas sociales campañas de comunicación política superando (“puenteando”) el papel de los medios de comunicación. Como ha señalado la investigadora Beatriz Gallardo, la red potencia la llamada democratización del discurso, es decir la eliminación de diferencias entre emisores y receptores, entre registros lingüísticos, entre contextos… Todos los ciudadanos pueden acceder a la esfera pública y difundir un mensaje propio a través de una simple conexión a Internet.

Los primeros años de internet interpretaron esta democratización en un sentido exclusivamente positivo, tanto en la sociedad general como en la esfera periodística. Mientras se consolidaba la idea de «inteligencia colectiva», como muestra de los beneficios que podría reportar la horizontalidad de la red, el activismo digital daba pie a fenómenos como las grandes filtraciones de WikiLeaks de 2010, o de Edward Snowden en 2013 —este último a través de The Guardian y The Washington Post. Paralelamente, los medios de comunicación de masas recibieron con entusiasmo la posibilidad de ampliar sus audiencias y trasladar sus contenidos a Internet, que les aportaba ingresos publicitarios a partir del número de visitas recibidas en sus páginas digitales. Rápidamente todos los diarios desarrollaron sus redacciones digitales.

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