30 aniversario del programa de Cátedras UNITWIN/UNESCO: Libertad y responsabilidad, imprescindibles para pensar la educación y la investigación

 

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Amparo Huertas Bailén (Responsable de la Cátedra UNESCO de Comunicación, con sede en el InCom-UAB) – Noviembre, 2022

Fueron dos días intensos en la sede de la UNESCO en París. Con motivo del 30 aniversario del programa de Cátedras UNITWIN/UNESCO se celebró los días 2 y 3 de noviembre de 2022 un encuentro con el lema “Transformando el conocimiento para un futuro justo y sostenible”. En estos momentos hay más de 850 Cátedras UNESCO activas, que están ubicadas en más de 110 países. El alto número de personas presentes en las conferencias plenarias, los seminarios y los grupos de trabajo informales planificados fue una prueba incuestionable de la implicación de gran parte de sus equipos responsables.

Los principales ejes de preocupación fueron dos, con el agravante de que ambos responden a procesos calificados como irreversibles: la debilidad de la democracia y un planeta devastado. En términos generales, el foco de debate se centró en torno al estado del conocimiento actualmente (¿qué conocimiento podemos producir?, ¿cómo se genera?, ¿de dónde procede?, ¿cómo se distribuye?, ¿quién merece especial atención?). Pero el hecho de que gran parte de las Cátedras UNESCO estén ubicadas en el Norte (por cierto, España es uno de los países con mayor número, con 68), ya da cuenta de la necesidad de ampliar la presencia del llamado Sur Global en el programa. Una idea que fue señalada en la propia presentación por parte de Stefania Gianini (directora general adjunta de Educación de la UNESCO) como una medida urgente a tomar.

Federico Mayor Zaragoza, director general de la Unesco entre 1987 y 1999 y creador del programa de Cátedras UNITWIN/UNESCO, intervino en formato online en la mesa inaugural. Mayor Zaragoza dejó muy claro los dos pilares desde los que enfrentarse a estos retos: libertad y responsabilidad.

Pero vayamos a los detalles y, aquí, les ofrezco mi resumen particular del encuentro, al que tuve la oportunidad de asistir de forma presencial como responsable de la Cátedra UNESCO de Comunicación con sede en el InCom-UAB.

De entrada, un aviso: algunas de las ideas marco o ideas fuerza de décadas pasadas andan en proceso transición con la aparición de nuevos términos. Percibí, por ejemplo, cierta incomodidad a la hora de hablar de “pensamiento decolonial” y me pareció detectar que los ponentes se sentían más cómodos con la expresión “conocimiento desterritorializado”. Dicho de otra manera, parece huirse de los vocablos que pueden remitirnos a cualquier tipo de “jerarquización cultural”.

El reto de entender qué significa ser humano en este planeta

Saber qué está pasando para poder adoptar medidas y estrategias que ayuden a solucionar los problemas actuales resulta cada vez más complejo -e, incluso, sería hasta más preciso decir que es cada vez más utópico-. Pero no cabe duda de que el conocimiento que se genera y circula acaba definiendo lo que los seres humanos somos, sentimos, pensamos y hacemos. “Necesitamos el conocimiento como el respirar” (Achille Mbembe, Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica). Por tanto, es un reto que no se puede abandonar.

Pero, cuando se habla de conocimiento, también se debe pensar en la experiencia acumulada. Los cambios son tan rápidos, como puede observarse en torno a lo que está sucediendo con el clima, que las experiencias de cada momento son relevantes y no se han de olvidar (Georges Haddar, Université Paris 1, Francia). O, con una mirada más histórica, Martin Calnan (Ecole Des Ponts Business School, Francia) comentó que “el pasado es experiencia” y que esto es lo único que permite tener “la perspectiva necesaria para ver el presente”.

Pero ¿qué tenemos que hacer exactamente con el pasado? El conocimiento heredado parece haberse convertido en una carga pesada. Además, se trata de una carga que no se puede eliminar y que precisa ser transformada, resignificada. Achille Mbembe fue quien más abiertamente habló de esta cuestión. Según este investigador de la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica), tenemos un compromiso con el pasado que implica trabajar hacia una transformación emocional a partir de la reparación, el reconocimiento y la recuperación.

¿Qué consecuencias tendrá nuestra investigación y el conocimiento que estamos generando?

La necesidad de hacernos preguntas correctas a la hora de investigar es una sugerencia recurrente. Pero, de los debates seguidos, se puede concluir que un fallo generalizado es la mirada cortoplacista de muchos de esos interrogantes. “¿Qué consecuencias tendrá a largo plazo lo que estamos haciendo?” es ya una pregunta obligada de cualquier proyecto. Y, además, en esa respuesta se ha de tener en cuenta a los humanos y a los seres no humanos.

Para Achille Mbembe (Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica), se trata de “pensar lo que nadie ha dicho antes”. Katja Hujo (United Nations Research Institute for Social Development, UNIRSID) fue más allá y concretó: hemos de ser muy conscientes de las políticas que pueden desprenderse de los estudios que realizamos, que pueden argumentarse a partir de nuestro trabajo.

La complejidad solo puede investigarse desde la interdisciplinareidad

No podemos decir si esta fue la palabra más veces pronunciada, pues la comprensión oral humana no permite la cuantificación en simultaneidad a la escucha. Ahora bien, si tuviera que hacer una apuesta en este sentido, yo señalaría que este término fue trending topic destacado. No obstante, el debate permitió detectar que este es un concepto con un significado flexible y abierto.

Los problemas actuales son muy complejos, por lo que requieren de una mirada transdisciplinar. Esta es la única que permite tener una panorámica amplia de lo que sucede, que es la que necesitamos para definir soluciones (Adrian Parra, Universidad de Oregon). Esto no significa tener que trabajar obligatoriamente a macro-escala, “pero todo cambia demasiado rápido, lo que dificulta la investigación y el diseño de políticas” (Hilligje van’t Land, Secretario General, International Association of Universities). Hay que seguir trabajando por la reducción de las desigualdades entre países y, para ello, se ha de pensar, por ejemplo, en cómo interactúan pobreza y discriminación (Katja Hujo – United Nations Research Institute for Social Development, UNIRSID).

En la formación de los extremismos que afectan a las democracias confluyen fenómenos diversos. Aunque Alain Chouraqui (Aix Mairselle Université, France) inició su intervención remarcando el peso de los nacionalismos, la religión y lo étnico, su proyecto Democratic Warming Index revela más bien la complejidad que hay detrás de todo proceso de radicalización. Siempre aparecen entrelazados conflictos sociales y tensiones vinculadas a procesos identitarios, por no hablar del auge de los sistemas autoritarios y de la expansión de la política del terror (persecuciones y crímenes masivos).

Achille Mbembe (Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica) trató sobre la interdisciplinareidad alertando de que no lleva a ningún lado pensar desde binomios como Cultura- Naturaleza, pero en este mismo sentido también aparecieron otros términos de forma recurrente como “lo social-ecológico” o la necesidad de un nuevo “contrato eco-social”.

¿Es compatible universidad y conocimiento libre y compartido?

La implicación de los equipos investigadores en el desarrollo del conocimiento abierto es esencial, pues el conocimiento – y la información- son un bien público. Adrian Parr (Universidad de Oregon, Estados Unidos) habló directamente de la necesidad de “instituciones abiertas”. Y, de hecho, sin esa condición, sería difícil alcanzar lo que él mismo defendió a continuación, una mayor interrelación entre instituciones y sociedad. Idea que fue fuertemente defendida por Chris Earney (UN Futures Lab) al subrayar el papel básico de las instituciones en el diálogo con la sociedad y la urgencia de evitar el “bla bla bla”.

Pero, a pesar de que esta es una defensa ya habitual en los encuentros públicos y privados de la academia, la realidad todavía muestra muchas lagunas. Por ejemplo, las revistas científicas no están pensadas para el gran público e, incluso, cabría pensar que empieza a ser necesario estudiar quién lee (y para qué) el contenido de estas publicaciones.

Pero, entonces, ¿cuál ha de ser el papel de la universidad? Responder a esta pregunta, que estuvo solo presente de forma implícita, se reveló como algo difícil. Las respuestas posibles parecían partir de considerar la universidad como una entidad plenamente capaz de generar pensamiento crítico sin fisura alguna. Pero, aun considerando que lo que dijo Adrian Parr (Universidad de Oregon, Estados Unidos) sea cierto cuando apuntó que aquí se reúnen voces diversas y se da un conocimiento acumulado, creemos que lo primero que deberíamos plantearnos es qué es ahora la universidad.

La persona que nos pareció más atrevida en torno a este tema fue Martin Calnan (Ecole Des Ponts Business School, Francia), pues su intervención comenzó preguntándose en voz alta si estábamos en el lugar adecuado para hablar sobre el estado actual del conocimiento. Su pensamiento puede resumirse de este modo: si el sector financiero es quien decide lo que se ha de hacer y qué valores son los dominantes, ¿qué futuro se puede proyectar si somos ajenos a él? Eso sí, Calnan fue finamente muy precavido y cerró su discurso afirmando que la UNESCO es una prueba de que el sistema financiero no lo domina todo.

Pero, además, también sería muy ingenuo pensar que la respuesta a la pregunta sobre el papel de la universidad fuera unívoca. De hecho, en este encuentro de la UNESCO, fue muy evidente que las miradas desde universidades del Sur Global son mucho más entusiastas. Todas las intervenciones escuchadas -la mayoría, construidas desde Sudáfrica- fueron estimulantes y cargadas de optimismo. Esto puede deberse a que son proyectos recientes, que no sienten la carga de la historia de la propia institución, o quizá sienten que ya han sido creadas sobre la base de este presente complejo y con la ilusión de generar un conocimiento desterritorializado. No tengo suficiente información para entender esta manera diferente de presentarse, pero confieso que sí que me sorprendió no escuchar nada sobre el cambio climático en las sesiones plenarias por parte de los equipos representantes de estas instituciones.

¿Quién va a defender el conocimiento y en qué lengua?

Me resultó especialmente llamativa la insistencia en la preocupación sobre en qué lengua hemos de explicar e interpretar lo que sucede. Se plasmó de forma puntual en varias ocasiones, pero con un énfasis que ponía de relieve su importancia.

Adrian Parr (Universidad de Oregon, Estados Unidos) fue muy claro. Ante un contexto complejo y preocupante (crisis económicas, destrucción de especies, desigualdades, …), Parr hizo hincapié en la importancia del lenguaje, pues de él depende “cómo se articulan los discursos”. Chris Earney (UN Futures Lab) fue todavía más preciso al remarcar que el idioma elegido determina la riqueza de la gramática y del vocabulario disponibles.

Es más, si pensamos en el acceso abierto, hay que tener en cuenta también la lengua o, como apuntó Hilligje van’t Land (Secretario General, International Association of Universities), las lenguas.

¿Se puede diseñar el futuro?

Aunque quedó patente que vivimos procesos irreversibles que dañan nuestro planeta, que las desigualdades sociales están muy lejos de desaparecer o que el desequilibrio Norte-Sur continúa, no se puso en duda que el futuro se pueda imaginar. Eso sí, la palabra resiliencia tuvo una presencia destacada, por lo que es incuestionable que ese pronóstico parte necesariamente de una situación difícil.

Lydia Garrido (South American Institute for Resilience and Sustainability Studies- SARAS, Uruguay), además de destacar que “si no se es resiliente, no se puede sobrevivir”, planteó la necesidad de anticiparse a los procesos para poder tomar decisiones. Pero lo que me gustaría destacar aquí es su clara preocupación ante un sistema -que es en el que estamos- que por naturaleza no es resiliente. Mal punto de partida, entonces.

António Nóvoa (University of Lisboa, Portugal) matizó que anticiparse no significa especular. Nóvoa definió el proceso delimitando dos etapas: identificación del problema y creación de las condiciones para que el futuro deseado suceda.

Alexander Caldas (UN Environment Programme, UNEP), quien también habló de dos etapas (observar el problema de una forma global y ahondar en el análisis de toda la información disponible para prevenir), alertó de que se ha de tener claro que el futuro, como el presente, también será inestable y complejo. Para Caldas, es muy difícil estar preparado y el principal reto es “transformar el conocimiento rápidamente” -y, yo diría, casi continuamente-. Es decir, los futuros imaginados también son caducos.

Nos sorprendió que pocas intervenciones de las sesiones plenarias destacaran la tecnología como partícipes de ese futuro en proceso de construcción. La excepción fue Julius Gatine (University of Technology, Kenia), quien insistió en que “las tecnologías solucionan problemas sociales”. Quizá lo hizo para dar valor a su propio trabajo o quizá lo hizo para evitar el rastro negativo que los discursos parecían ir dejando (desinformación, desigualdad en el acceso, la importancia de los no humanos, …), pero lo cierto es que su discurso quedó aislado.

Tecnologías y Comunicación

En términos generales, apenas se dedicó tiempo a hablar de la Inteligencia Artificial. Tan solo registramos un breve apunte, pero interesante: “la Inteligencia Artificial desprotege a los humanos” (Chris Earney, UN Futures Lab).

Es más, el tema de la comunicación solo fue abordado con cierto detenimiento en los dos seminarios específicos organizados, ambos moderados por Marielza Oliveira (Director for Partnerships and Operational Programme Monitoring, Communication and Information Sector, UNESCO).

Información como bien público en la era digital

Este fue el título de uno de los seminarios. El ponente invitado fue David Souter (ICT Development Associates, Reino Unido), quien se centró en cuatro ideas: (a) se necesitan evidencias para ver con claridad lo que está pasando, teniendo en cuenta su impacto en el futuro; (b) es necesaria la colaboración, el diálogo, entre la sociedad y los creadores de tecnologías; (c) las TIC impactan en los individuos, las comunidades y las relaciones entre ellos, por lo que es interesante analizar las experiencias de las audiencias; (d) es un sector que depende de Estados Unidos y China, con lo que eso supone para el desarrollo global, también en el Norte.

A continuación, abrió la ronda de intervenciones más breves Divina Frau Meigs (Université París 3, Francia), quien explicó sus reflexiones en torno a la educación mediática. Frau define tres etapas: la primera está protagonizada por los medios tradicionales; la segunda, por Internet, en la que Frau destaca el peso de los documentos y habla de una “redocumentalización” de la sociedad, y la tercera apunta al Big Data y los algoritmos. John Shawe-Taylor (University College London, Reino Unido) defendió la necesidad de facilitar el acceso online a información en sistemas abiertos. Para Shawe-Taylor, la manera de combatir la desinformación es “dar a la ciudadanía la posibilidad de entender e interpretar esa información”. Hannele Niemi (University of Helsinki, Finlandia) completó esta idea insistiendo en que la ciudadanía debería poder aprovechar todas las fuentes ya disponibles y en que, de alguna manera, la lucha por la desinformación pasa por enseñar a identificarla. Glenda Cox (University of Cape Town, Sudáfrica) ligó en su discurso la idea del bien público con la lucha por la justicia social.

Oumar Kane (ORBICOM, Canadá) se centró, en cambio, en la parte final del título del seminario. Él no pareció muy partidario de hablar de una “era digital” pues teme que eso puede hacer pensar que se ha producido una ruptura respecto al pasado cuando lo cierto es que hay muchas cosas que permanecen. De este modo, Kane nos hizo pensar sobre la importancia del papel de los académicos en la producción del conocimiento.

El libre flujo de las ideas en la era digital

Anriette Esterhuysen (Former Chair of the Internet Governance Forum, IGF – Sudáfrica) fue la ponente invitada para abrir el segundo seminario específico sobre comunicación. Desigualdades, discriminación, censura, … Esterhuysen hizo un breve recorrido por todos los problemas que hacen difícil gestionar la información que circula, tanto desde la universidad como desde fuera de ella. No obstante, ella defendió que nos tenemos que enfrentar a ello y que hemos de hacer emerger las disonancias. Esta es una tarea en la que se han de implicar todas las instituciones y en la que la universidad juega un papel esencial. Además, los y las estudiantes se tienen que sentir parte de ese mecanismo de cambio.

Esta intervención fue seguida por otras, ya más breves. Christian Agbobli (Université du Québec, Montreal) considera que, aunque existe un fuerte consenso sobre la necesidad de la libre circulación de la información, “para saber a dónde vas, tienes que saber de dónde vienes”. Por tanto, él plantea una reflexión no centrada, ni reducida, al presente. Además, Agbobli insistió en pensar no solo en el problema de la censura, sino también en la necesidad de que la ciudadanía tenga la competencia suficiente para poder consultar la información. Lilia Cheniti (University of Sousse, Tunisia), además de hablar de la necesidad de una alianza entre gobiernos y academia, apostó por la interdisciplinareidad (trabajos participados por diferentes facultades dentro de una misma universidad), la accesibilidad (acceso abierto a los datos) y la inclusión de las lenguas minoritarias. Mija Jermol (Slovenian National Commision, UNESCO), de forma vehemente, planteó problemas como los siguientes: (a) las políticas inevitablemente siempre van con retraso ante una realidad tan cambiante; (b) el mundo es complejo y, queramos o no, no podemos prescindir de las TIC para conocerlo y (c) la responsabilidad que cada individuo tiene como agente que, consciente o no, alimenta el sistema por ejemplo compartiendo contenido. Cerró el debate de este segundo seminario específico sobre comunicación Aimée Vega Montiel (Universidad Nacional Autónoma de México, México), quien planteó el problema de cómo las plataformas son una vía que contribuye a la explotación sexual de las mujeres y trató también acerca de la hostilidad hacia el periodismo que se detecta en las redes sociales. Vega Montiel aprovechó para destacar la falta de mujeres investigando.

A modo de cierre

Como han podido observar, fueron muchas las voces escuchadas. La mayor parte de las intervenciones fueron de unos 10 minutos. Las más largas, de unos 20. Por parte de la UNESCO, fue más que evidente que uno de sus objetivos era animarnos a seguir trabajando, hacernos ver el valor de nuestras aportaciones como responsables de Cátedras UNESCO e, incluso, alagar nuestros esfuerzos. Pero también nos exigió que diéramos más visibilidad a la institución (es decir, que redujéramos la tendencia a personalizar y a reforzar los egos).

Las intervenciones desde la sala, salvo raras excepciones, fueron en general muy prudentes y dentro de lo que es habitual (felicitaciones a la institución anfitriona y presentación de trabajo propio). Pero ese era el ambiente en las plenarias. En los grupos de trabajo, aunque también de forma discreta, sí se acabó preguntando sobre cómo poder hacer todo lo que se nos propone (¿qué posibilidades de financiación hay?, ¿podemos contar con soporte administrativo para formar redes?, …).

Fueron dos días dedicados a tareas que andan en descrédito (escuchar, pensar y dialogar). Y, ya de vuelta, toca seguir trabajando, desde el compromiso y la responsabilidad. Me queda claro que la frontera entre la investigación y el activismo es también fluida.

Pero, un momento, ¿alguna Cátedra UNESCO ubicada en España participó como ponente? (Respuesta: No, ninguna).

Imagen de Jordy Meow en Pixabay

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