Ética hacker y producción colectiva del conocimiento

 

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Por Ángel Carrasco Campos, profesor del Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad de Valladolid (Campus María Zambrano, Segovia) e investigador del Grupo de Estudios Avanzados de la Comunicación (GECA).

Hacker” es un término peculiar. Anglicismo cool, como tanto otros de los incorporados a nuestro vocabulario habitual, es víctima de una perversa polisemia que, según quiénes sean los interlocutores y las propias intenciones comunicativas, llega a significar realidades muy contrarias, e incluso opuestas. Así, desde el mainstream mediático de grandes corporaciones audiovisuales (prensa, radio, televisión) y representantes diversos de lo que hoy conocemos como industrias culturales (concepto que también requeriría de análisis aparte) se hace uso de “hacker” como sinónimo de “pirata informático”: alguien cuya actividad está definida por la malintencionada intromisión en redes de comunicación privadas con ánimo de destrucción (y en ocasiones con afán de lucro), al margen de que pueda o no recibir retribución económica por esos supuestos pillajes. Son numerosas las noticias que hacen referencia a esta acepción vulgar y altamente difundida del hacker como pirata informático, aludiendo de forma implícita a una falta de moral o escrúpulos en sus actividades (desde la invasión a la privacidad de personajes famosos hasta la falta de respeto a los derechos de autor). No obstante, tal y como recoge el Jargon File (documento a modo de glosario del argot hacker), el universo hacker es en realidad mucho más complejo de lo que los medios dominantes proyectan a una generación de adultos que, en mayor o menor medida, hemos tenido y tenemos que aprender a vivir, usar y sacar algo de provecho de las conocidas como TICs. Y en esa complejidad entran otras acepciones de “hacker como alguien que disfruta por escudriñar el funcionamiento de los sistemas informáticos, programadores entusiastas y expertos en programación, e incluso simplemente alguien que disfruta del reto intelectual que supone burlar creativamente las limitaciones de un sistema.

Con el propósito de ofrecer un espacio de debate sobre la multi-dimensionalidad del colectivo hacker desde sus proyectos y protagonistas, el Campus María Zambrano de Segovia de la Universidad de Valladolid acogió el pasado 7 de mayo la primera Jornada EN-RED, siendo su tema central la producción colectiva del conocimiento y la ética hacker. El evento quedaba articulado en torno a un ciclo de tres conferencias, con la participación de Miguel Arana-Catania y Carlos Barragán, desarrolladores del proyecto Incoma (puede consultarse aquí un artículo para eldiario.es con el contenido de su intervención), Sara Alvarellos, fundadora de Makespace Madrid, y Pablo Soto, informático conocido por el desarrollo de software de intercambio p2p y por las sentencias favorables ante las denuncias de las principales discográficas. El propio Soto, en una entrevista para el diario El Norte de Castilla previa a su conferencia, resumía acertada y sintéticamente la polémica en torno al hacker, apelando a su dimensión ética:

“En los años noventa se difundió la idea de que los hacker eran intrusos en los sistemas informáticos, pero en realidad son los que construyen cosas. Internet lo crearon hackers, a quienes no hay que confundir con los crackers, que son los que piratean y destruyen”.

Como anticipa esta afirmación, la historia (detallada en el apéndice del texto de cabecera, casi a modo de manifiesto, La ética hacker y el espíritu de la era de la información de Pekka Himanen) y presente del hacker son ciertamente complejos, pues su carácter de colectivo auto-organizado de trabajo red al margen de los tradicionales poderes fácticos (también del Cuarto Poder), ha sido y es puerta de entrada de malinterpretaciones. Sin embargo, el propio colectivo reclama distancia respecto a esas, intencionadas o no, confusiones con antisociales informáticos; como se recoge en la anterior afirmación de Soto, e insiste el propio Himanen, no hay que confundir al hacker con el cracker. Y quizá la principal diferencia entre ambos sea, precisamente, el peculiar componente ético de la actividad del hacker, en especial en todo lo relacionado con la creación colectiva y libre circulación del conocimiento.

Según propone Himanen, podemos identificar varias dimensiones de la ética hacker conforme a su relación con el trabajo, el dinero y la red. En cualquier caso, lo que define a la ética hacker en un sentido general es el trabajo apasionado, creativo y en colaboración con otros, en el que los frutos de esos esfuerzos son siempre puestos en libre circulación para que también otros puedan disfrutar, cuidar y mejorar esa creación. Quizá, por tanto, la demarcación entre hackers y crackers resida ahí, en el potencial creativo (en su doble sentido de creación y creatividad) del trabajo hacker frente a la voluntad corruptora del cracker. En ocasiones, las más, esas disposiciones hacen que el hacker sea, ante todo, alguien capaz de ejercitar colaborativamente el pensamiento lateral hasta el punto de ofrecer nuevos usos creativos ante realidades que fueron diseñadas para un fin distinto. Este es, en gran medida, el espíritu de creaciones desde la suma creativa de esfuerzos apasionados como GNU/Linux, Wikipedia, Mozilla, Libreoffice, Apache… Pero siguiendo estas mismas disposiciones, podemos también encontrar otro tipo de proyectos, no necesariamente informáticos, muy alineados con la ética hacker, su creatividad y su propuesta de suma de esfuerzos desde lo colectivo y para lo colectivo. Así, tenemos casos como las recetas urbanas, a modo de hackeo del paisaje y habitabilidad de la ciudad, la convocatoria de Occupy the Biennale, inscrita dentro de la filosofía del movimiento Occupy, aunque centrada en el hackeo de las instituciones culturales; o la propuesta de tomar la huelga general del 29 de marzo de 2012, como hackeo de la convocatoria oficial de sindicatos y fuerzas políticas e invitación para pensar y crear colectiva y creativamente nuevas formas de reivindicación social en el espacio público. En este sentido amplio, todos podemos formar parte de la ética y la cultura hacker, al margen de nuestros conocimientos del funcionamiento de la tecnología, siempre y cuando participemos colectivamente en ofrecer alternativas a lo cotidiano, y seamos capaces de liberar y mantener cuidadas esas alternativas para que otros puedan también transformarlas, cuidarlas y hacer uso de ellas.

La ética hacker consistiría, en definitiva, en una ética del sumar y construir colectiva y creativamente: sumar esfuerzos, sumar opciones y alternativas a lo ya dado, y no dar nunca nada por definitivo o cerrado. Conforme a ello, en la creación hacker siempre hay espacios para la antítesis, la disidencia y la confrontación de ideas; para que dos alternativas opuestas puedan seguir caminos paralelos e incluso contrarios. A partir del principio de colaboración y participación, la viabilidad de esas alternativas construidas se demostrará andando, transitando caminos no andados y haciendo camino al andar, conforme a los usos que les otorguemos y las aportaciones que puedan recibir para seguir mutando. Puede así que la ética hacker no consista de manera estricta en una ética normativa con mandamientos explícitos, sino más bien en la emergencia espontánea de lugares comunes (o costumbres, en su relación etimológica con la moral) propios de una actitud concreta ante el conocimiento y ante la sociedad. La ética hacker consistiría entonces en una peculiar ética de trabajo: la “ética de trabajo para el nuevo milenio”, alternativa a la ética protestante del espíritu del capitalismo que describía el sociólogo Max Weber, según sostiene Himanen. En consonancia con las nuevas estructuras sociales, flujos comunicativos y ritmos de trabajo de la Era de la Información, tal y como la describe en su trilogía Manuel Castells (con quien colabora habitualmente Himanen), la ética hacker se sostiene en la descentralización del trabajo y del esfuerzo, y en la liberación y puesta en común de sus resultados generalmente intangibles, de tipo cultural e informacional. Una pauta, por otra parte, muy similar a la que proponen multinacionales tecnológicas como Google.

Adicionalmente, en su relación con la cultura y la construcción colectiva del conocimiento, la ética hacker asume como algo evidente la culminación de la ya anticipada por Walter Benjamin era de la reproductibilidad técnica de la obra de arte, en la que la cultura no sólo es reproducida, sino creada, remezclada y difundida masiva y anónimamente. Una visión de cultura libre, aun a costa de su valor cultual, el cual quedaría como residuo al que, ideológicamente tergiversado, se aferran quienes defienden modelos de negocio basados en la autoridad del creador ante su obra, reduciendo el arte (la cultura, el conocimiento) a fetiche y mercancía (devaluando su potencial emancipador) en una sociedad de consumo global. En efecto, las dinámicas de trabajo hacker no mantienen una decidida voluntad de atentar contra el negocio como fin; no podemos establecer éste como uno de los principios de la ética hacker. Sin embargo, la ética hacker sí supone una potencia disruptiva, en la que insiste Soto en varias de sus declaraciones habituales, la cual reside en plantear nuevos escenarios a los tradicionales marcos legales y modelos de negocio. Los usos de la cultura y la tecnología creados legítimamente desde la ética hacker habrían conseguido esquivar la autoridad del autor ante su obra (y, sobre todo, de sus representantes comerciales privados), de modo similar a como, siguiendo a Soto, la tecnología de la imprenta presentó nuevos retos ante el monopolio de la Iglesia en la exégesis de la Biblia.

Quizá la ya aludida mala prensa del hacker venga dada por un concepto de propiedad privada que vivimos como reducto vestigial (hasta ahora comprendido como algo natural) en nuestro espacio económico de neoliberalismo global. En cualquier caso, el conflicto que deberá abordar la ética hacker (o quizá justificar las razones de su posible descarte) es el del lugar del hacker en la dinámica de la industria cultural, tal y como fue definida originalmente por Adorno y Horkheimer (y no tanto del modo plural de industrias culturales en el que los gestores culturales de instituciones políticas y económicas reconocen el mercado y producción técnica de la cultura como medio de difusión natural de la diversidad cultural, en especial en época de globalización). Todo ello teniendo en cuenta, tal y como propone la lectura motivacional de la Ley de Linus, que el progreso nos ha llevado al entretenimiento como principal motivación de la acción humana. ¿Quedará reducido el hacker a un elemento disruptivo en la tradicional relación cultura-mercado-consumo-entretenimiento? ¿Es el hacker el adalid de una ética de trabajo en riesgo de instrumentalización por parte del capitalismo informacional, como forma “más flexible pero más endurecida” del capitalismo según describe Castells? ¿Puede la ética hacker, por el contrario, abanderar un cambio radical en la forma de crear, distribuir y liberar conocimiento? ¿O su actividad quedará subsumida por la lógica del trabajo enajenado (en clave de instrumentalización de la ética hacker de trabajo) y del entretenimiento (como principal motivación humana en sociedades complejas), haciendo del trabajo una tarea entretenida y apasionada, pero sin voluntad (o capacidad) de plantear las posibles condiciones de explotación?

Puede que estos interrogantes sean una frontera meramente intelectual de la que la actividad hacker, por su propia ética y humildad, no pueda, quiera o deba hacerse cargo. En cualquier caso, desde la intelectualidad que corresponde a este breve ejercicio analítico, proponemos al menos mantener abierto el siempre eterno debate entre apocalípticos e integrados frente a la innovación tecnológica, aunque ofreciendo como nuevo-viejo tópico de debate precisamente uno de los principales componentes éticos de la dinámica de trabajo colaborativo propiamente hacker: la participación, en tanto que espacio abierto en el que el futuro es una realidad abierta, flexible e inconclusa. A fin de cuentas, la realidad hacker será lo que los hackers quieran… y, conforme a su naturaleza abierta y participativa, todos podemos ser hacker.

 

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