Leonarda García Jiménez reseña el libro de Maite Gobantes Bilbao “El texto y el abismo. Diálogos con González Requena” (Sans Soleil Ediciones, Barcelona).
El texto y el abismo. Diálogos con González Requena es un libro integrado por 6 entrevistas realizadas por la investigadora de la Universidad de Zaragoza, Maite Gobantes Bilbao, durante el año 2013 al catedrático de la Universidad Complutense, Jesús González Requena. Las aportaciones del profesor madrileño al análisis de la cultura de la imagen resultan, sin lugar a dudas, un importantísimo legado para la comunicación audiovisual española, en un momento en el que debido a la fragmentación de las pantallas, la experiencia mediática está sufriendo profundas transformaciones (Scolari, 2008). La magnífica labor entrevistadora de la autora pone al descubierto al hombre que hay detrás de la teoría, una labor de reconstrucción de la experiencia subjetiva de González Requena que estaría muy en consonancia con el tipo de análisis textual que plantea el propio profesor.
Vivimos un momento de necesaria renovación teórica y metodológica con la que entender el contexto contemporáneo de las hipermediaciones, de la constante exportación/importación de códigos, de las contaminaciones y mixturas, de la eclosión de las subculturas, los discursos, las subjetividades. En este contexto de superación de la posmodernidad, la recuperación de lo que el autor denomina verdad subjetiva resulta trascendental para dotar de orden, y por qué no decirlo, de sentido, a la cultura contemporánea. Para González Requena, los buenos textos, las grandes películas o apuestas culturales son verdad, verdad subjetiva pues recogen la angustia vital que guió al autor en el proceso de producción. Según González Requena, la verdad subjetiva no solamente tiene que ver con el autor de la obra, sino que es un relato que también ayuda a vivir a quien participa en la recepción de la experiencia vital: “Las grandes películas son el resultado del trabajo que le ha permitido a un sujeto sobrevivir. Y que permite a otros sobrevivir porque lo revisitan y lo hacen suyo” (p. 23). Frente a los relatos que encarnan la verdad (subjetiva), nos encontramos con los textos banales, predecibles, que se le dan ya finalizados al receptor, y que en vez de responder a las experiencias vitales de sus creadores, responden a la lógica del consumo, de los shares de audiencia, de la economía de la cultura y de los “tópicos encadenados” (p.24). “Las historias absolutamente banales, absolutamente previsibles son ficción, y lo son porque no hay nada de verdad en ellas” (p. 25). Aparece aquí un González Requena fundamental para la defensa de la auténtica cultura que es la creación humana que nos permite superar el abismo y el caos de los real. Supongo que no sería muy descabellado señalar que la pseudocultura, la falsa cultura, nos coloca un poco más cerca de la amenaza de lo real, que es aquello que existe más allá (o antes) de la construcción simbólica. Entiendo también como una forma de defender a la auténtica cultura, la que encarna la verdad subjetiva, la crítica de González Requena a la deconstrucción y al oscurantismo de textos que probablemente no dicen nada, pues “la deconstrucción ha demolido el espacio del saber” (p.55). Aquí el catedrático de comunicación audiovisual apuesta por la reconstrucción como proceso contrario a la deconstrucción, esto es, por el análisis que nos permita llegar hasta la experiencia subjetiva que inspiró la obra. Este proceso de reconstrucción sienta en el diván al texto, lo psicoanaliza y lo explica, no solamente a través de lo mostrado, sino también a través del contexto experiencial del autor: “Un buen análisis levanta acta de los conflictos subjetivos que habitan ese texto” (p. 52).
La introducción al análisis textual de obras maestras del cine (o de textos banales televisivos y su consiguiente destrucción de la compasión) es una de las grandes aportaciones de González Requena al ámbito de la investigación en comunicación. Y este aspecto queda magníficamente retratado en El texto y el abismo.
Pero el presente libro no aborda solamente al González Requena analista textual, sino que explora también la opinión del autor acerca de los asuntos que están protagonizando la esfera pública contemporánea (la crisis de la universidad, el estado de los medios de comunicación, el auge de los nacionalismos, los malos tratos a la mujer o cuestiones de género). Y por tanto, asuntos que marcan, según el autor, el declive de la civilización occidental. Y es en este terreno de lo opinativo donde la obra que comento en esta reseña suscitará, sin lugar a dudas, un mayor debate.
González Requena divide la historia de la civilización occidental a partir de dos mitologías imperantes: la mitología de la Diosa Madre y la mitología del Dios Padre. La mitología de la Diosa Madre aparece asociada a la tribu, a la ausencia de individualidad, frente a la mitología del Dios Padre que funda la idea de la igualdad de todos los hombres (p. 62). Para González Requena (pp. 60-62) la idea de igualdad entre todos los hombres se vislumbra ya de la mano de los grandes patriarcas (por ej. Moisés), pero esta aproximación tiene un desfase histórico de casi 2000 años de antigüedad. El Dios Padre del que habla el catedrático de la Universidad Complutense no aparece hasta el año 1 de nuestra era de la mano del judeocristianismo. Dicho de otro modo. La individualidad moderna que es legitimada solamente a partir de la ilustración y la declaración de los derechos del hombre en el siglo XVIII, ahonda sus raíces en el judeocristianismo, no en los patriarcas postdiluvianos.
Creo que este aspecto sobre la civilización occidental ha sido desarrollado de manera muy sólida por Marín (1997), quien explica cómo la identidad genealógica dio paso a la identidad individual a partir de la aparición del judeocristianismo. Obviamente, la legitimación de la identidad individual no se produciría hasta varios siglos después, con la aparición del hombre ilustrado en el siglo de las luces. En la época antigua los ciudadanos para ser personas dependían de las polis griegas, no era concebible la realización del ser humano independiente de las ciudades a las que pertenecía. Las sociedades antiguas eran genealógicas, el individuo no era un sujeto social legitimado, y por lo tanto dependía de una serie de identidades de carácter genealógico (física, patrimonial y política) con las que se acreditaba su legitimación. El sujeto no podía forjarse a sí mismo, sino por unos condicionantes predeterminados, por el status en el que había nacido. Esta situación varía con el judeocristianismo, puesto que concibe al sujeto como un individuo cuya salvación dependerá de sus propios actos y no estará determinada por una serie de características de tipo genealógico que ya vienen dadas a la persona (como en el caso de la sociedades antiguas). El fin último del ser humano se obtiene de manera individual, no depende de una acción colectiva (como el caso del ciudadano antiguo, en el que la vida plena sólo era conquistada a través de la polis), en la que el hombre sólo puede ser libre en ese ámbito intersubjetivo que encarna la cuidad. De ahí que hablemos del paso de una identidad genealógica a una identidad individual (Marín, 1997), en la que se pasa de una dependencia total del sujeto por parte del entorno a una independencia a través de la cual puede alcanzar su fin último.
Este ubicar a la individualidad o la igualdad de los hombres, rasgos característicos de la civilización occidental, 2000 años antes de su verdadera aparición es lo que dota de una cierta inestabilidad las opiniones de González Requena en torno a los totalitarismos (p. 63-65 o p. 100), los nacionalismos (p. 117) o la definición de lo femenino frente a lo masculino (p. 73). Para el autor, todos los males de la civilización occidental están provocados por una vuelta a los valores arcaicos tribales (como la ausencia de individualidad), sin percibir que esos valores arcaicos tribales no están enmarcados exclusivamente en la mitología de la diosa madre (como son las representaciones del paleolítico superior), sino que se extienden hasta la época de los grandes patriarcas como Abraham o Moisés y continúan en la antigüedad clásica, pues el individualismo es un concepto moderno que, aunque tiene su origen en el judeocristianismo, no es legitimado hasta el siglo XVIII. Es decir, el origen del individualismo moderno como gran valor de la civilización occidental no está en los grandes patriarcas, ni en el Dios Patriarcal del que habla González Requena, sino en el judeocristianismo de manera remota y, sobre todo, la ilustración y el siglo de las luces, pues el sujeto de la modernidad no es otro que el descendiente secularizado del sujeto de la religión (Touraine, 1993, p. 274). Es decir, la idea de la individualidad judeocristiana necesitó 18 siglos de historia para ser legitimada en occidente, pues con la Ilustración, Europa fue la primera en teorizar sobre la superioridad absoluta del individuo y de su libertad frente a las exigencias colectivas. Con ello, situó al sujeto en el horizonte de todas las cosas y así se fue gestando la ideología secular de los derechos del hombre (Bessis, 2002, p. 35). Por tanto, la concepción del paso de la mitología de la Diosa Madre a la mitología del Dios Padre en el sentido que plantea González Requena es una concepción de la historia entendida como progreso que no contempla la remota aparición de la individualidad solamente en el judeocristianismo (no antes), ni el “salto histórico” hasta el XVIII, ni tampoco las progresiones y regresiones que ha sufrido la civilización occidental desde sus orígenes en el mundo antiguo.
Supongo que esta inestabilidad conceptual queda reforzada con la confusión del Dios Patriarcal (p. 75) y el Dios Padre (p. 59), que González Requena identifica como uno solo pero que, histórica y mitológicamente, pertenecen a periodos y universos simbólicos diferentes.
Como digo, estas cuestiones no son en absoluto baladí pues vienen a ubicar las opiniones del autor acerca de los nacionalismos, los totalitarismos o los significados de lo masculino y lo femenino en un terreno de aguas teóricamente movedizas, históricamente imprecisas.
Otra cuestión en la que el autor se aleja de la estabilidad analítica que sí presenta en el análisis de la cultura audiovisual, tiene que ver con su interpretación de lo social a partir de supuestos exclusivamente freudianos y psicoanalíticos. Desde la teoría de la comunicación, y a partir de las aportaciones fundamentales del interaccionismo simbólico, Mead (1967) ubicó la aparición del self y de la identidad a partir de nuestras interacciones sociales, a partir del rol social que no solamente depende de lo que somos sino también de cómo somos percibidos. Según esta corriente, nuestras interacciones sociales son complejos procesos simbólicos y semióticos, pues el ser humano está constantemente asignando significados y roles a su entorno y a partir de esa actividad simbólica va a actuar en sociedad. El carácter social e interactivo de la comunicación a partir del interaccionismo de Mead permitió comprender los fenómenos humanos en toda su complejidad social. Frente a este análisis, la aproximación freudiana de tipo intrapersonal y asociada al inconsciente, resulta excesivamente determinista. Hay, en el análisis de lo social que hace González Requena, un claro determinismo por parte de la psique humana, explicación que, en ocasiones, parece exculpar al individuo de sus acciones, pues todo queda reducido al inconsciente, a lo intrapersonal, a lo que habita en la mente humana como consecuencia del contexto social propio de la diosa femenina (p. 163). Por ejemplo, hablar de la violencia psíquica (según el profesor, más ejercida por la mujer) como antecedente o causa de la violencia física ejercida por el hombre (p. 170) parece, a día de hoy, un juicio de valor claramente temerario y muestra los significativos límites del psicoanálisis en la comprensión de los problemas sociales. Frente a esta situación, el autor apuesta por un hombre que sea capaz de contener sus lágrimas, dado que si esto es así “probablemente será también capaz de contener sus músculos cuando se sienta maltratado por una mujer” (p. 164). Y es que el psicoanálisis no habla de problemas sociales, sino de problemas individuales. ¿Es el psiconanálisis una perspectiva válida principalmente para el análisis de los objetos culturales (estáticos), pero limitada para la comprensión de los procesos, de las interacciones (dinámicos)? Entiendo que esta es una de las muchas cuestiones abiertas por el diálogo Gobantes-González Requena.
Como vemos, son muchos los debates que este libro pone encima de la mesa, hecho lógico si tenemos en cuenta que aborda las grandes cuestiones a las que se enfrenta la civilización occidental en el siglo XXI. Pero más allá de los múltiples diálogos que suscitará esta obra, El texto y el abismo se presenta como una pieza fundamental para quien quiera adentrarse en la obra del prolífico González Requena y su sugerente análisis de la imagen.
Bibliografía referenciada
– Bessis, Sophie (2002). Occidente y los otros. Historia de una supremacía. Madrid: Alianza ensayo.
– Marín, Higinio (1997). La invención de lo humano. Madrid: Iberoamericana.
– Mead, George H. (1967). Mind, self and society. Chicago: University of Chicago Press
– Scolari, Carlos (2008). Hipermediaciones: Elementos para una teoría de la comunicación digital interactiva. Barcelona: Gedisa.
– Touraine, Alain (1993). Crítica de la modernidad. Madrid: Temas de Hoy.