Instituto de Estudios Riojanos
Pocas obras literarias contemporáneas han sabido emplazar al lector, física y sentimentalmente, ante el proceso de institucionalización de la muerte, desarrollado en Europa a lo largo del siglo XX, tal y como que lo ha conseguido Sefarad de Antonio Muñoz Molina. Una novela de las características de Sefarad albergaba un importante riesgo desde el momento mismo de su concepción. Al aproximarse a distintos regímenes totalitarios y a diversas formas de exilio y de persecución, el autor podría haberse visto tentado por la que hubiera sido la posibilidad constructiva más fácil: buscar un héroe(s) perfectamente perfi lado que sufriera las repercusiones del totalitarismo y elevarlo a categoría de héroe trágico o redentor dependiendo de las concesiones que se le quisiera hacer al público lector. Sin embargo, frente a la posibilidad de utilizar una voz de rasgos definidos el autor asumió el valiente reto de plantearse una voz narrativa, un narrador básico, que se desdoblara, modificara y viajara desde la primera persona del singular hasta la primera del plural pasando por el ‘tú’, el ‘él’, el ‘vosotros’ y el ‘ellos’.
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