La trampa de la resiliencia: hacia una inteligencia artificial que repare lo colectivo

 

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MIGUEL ALEXANDRE BARREIRO-LAREDO

Nos dicen que somos afortunados, que no debemos quejarnos, que debemos ser resilientes. Pero ¿y si la ansiedad no es un fallo individual, sino una señal de que algo en el entorno no funciona? Es necesario cuestionar la narrativa del bienestar superficial, desmontar los discursos motivacionales desde las élites y proponer una inteligencia artificial que no sirva para anestesiar el malestar, sino para entenderlo mejor y diseñar respuestas más humanas, más justas y más conectadas con la realidad.

El espejismo del bienestar

Una mesa de ping pong en la oficina, una charla de “bienestar emocional”, una suscripción gratuita a una app de meditación o mindfulness. Una fruta en la entrada del coworking, una pared con frases motivacionales tipo “haz lo que amas”, “tú puedes con todo”, talleres de yoga exprés en la hora del almuerzo. Mientras tanto, los salarios no alcanzan, los alquileres asfixian, los contratos son temporales, la conciliación es un mito y los datos de salud mental en Europa muestran una curva ascendente que no parece detenerse.

La palabra resiliencia lo inunda todo. Se pide a las personas que sean fuertes, flexibles, adaptables, incluso felices en medio de la incertidumbre. Pero el imperativo de la resiliencia individual, promovido desde empresas, gobiernos y plataformas, oculta una renuncia política: si aguantas en silencio, no harás preguntas. Si meditas, no protestas. Si gestionas tu ansiedad con un chatbot, no señalarás al sistema que la produce.

El psicólogo Alejandro García Alamán lo expresa con una claridad incómoda: “Si los alquileres costaran la mitad y la gente tuviera un salario decente, nuestras consultas se vaciarían.” Lo que diagnostica no es solo el fracaso de una economía, sino el uso perverso de la retórica del cuidado. La salud mental se privatiza emocionalmente: si te sientes mal, es porque no lo estás intentando lo suficiente.

Este relato de la resiliencia como responsabilidad individual ha sido reforzado por muchas de las tecnologías emergentes. En lugar de ofrecer herramientas para transformar contextos, la mayor parte de aplicaciones digitales —incluidas las basadas en IA— han promovido soluciones autorreferenciales: autoseguimiento emocional, autoayuda automatizada, autodiagnóstico permanente. Todo empieza y termina en ti. Nunca en el entorno.

Judith Butler, una de las filósofas más influyentes de nuestro tiempo y referente de la pensamiento crítico contemporáneo y la ética de la vulnerabilidad, ha contribuido a visibilizar una idea central que atraviesa su obra: Lo que llamamos problemas individuales son, a menudo, formas silenciosas de injusticia colectiva.

Es aquí donde empieza la verdadera pregunta: ¿qué nos estamos negando a ver cuando todo el peso recae sobre los hombros de quien sufre?

Hoy la ansiedad, por poner un ejemplo, rara vez se lee como un síntoma de un entorno asfixiante, sino como falla individual. Se diagnostica ansiedad, sin detenernos a pensar en las condiciones que la provocan; no se interroga la precariedad, la hiperexigencia, la soledad o el miedo a perderlo todo. Se patologiza la tristeza sin leer su contexto. Se transforma la experiencia humana en un error de funcionamiento.

Hemos dejado de preguntar qué le ha pasado a una persona para asumir directamente que el problema es la persona. Trabajas sin descanso y sientes angustia: tienes ansiedad. ¿Y si la ansiedad no es un desequilibrio químico sino una respuesta cuerda a un mundo enfermo?

El diagnóstico tapa la historia, lejos de abrir caminos,  bloquea las preguntas y privatiza el dolor. Convierte lo colectivo en invisible y lo estructural en un asunto personal.

En el fondo, esta privatización del sufrimiento actúa como una ideología disfrazada de ayuda. Las imágenes que circulan —el empleado siempre disponible, la madre multitarea que lo puede todo, el joven que se reinventa sin descanso— no denuncian el malestar social, lo camuflan. Operan como espejos deformantes que no muestran la raíz del problema, sino una versión domesticada del dolor, encajada y silenciada bajo el ideal de la adaptación individual o la superacion personal.

Cuando la realidad no modelamos nosotros, otros lo hacen por nosotros

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Imagen de Wolfgang Eckert en Pixabay

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