Biopolítica de metaverso

 

Selección

[:es]

Nadie discute que haya que seguir impulsando la revolución digital y sus avances, pero como hemos aprendido en Europa en los últimos años, debe hacerse regulándola y subordinándola a los propósitos éticos de un humanismo tecnológico

JOSÉ MARÍA LASSALLE

¿Queremos convertirnos en una humanidad simulada? Metaverso nos expone a esta cuestión sin que sus artífices nos consulten nada. Claro que tampoco se lo preguntan la mayoría de las personas, las empresas y, lo que es peor, los gobiernos que acceden y empiezan a utilizar esta herramienta sin plantearse el inquietante trasfondo filosófico que late detrás de ella. Estamos dando pasos que pueden conducirnos a una simulación colectiva parecida a la que plasmaron cinematográficamente Lana y Lilly Wachowski en Matrix, y todo discurre sin debate ni polémicas. Tampoco en las redes sociales.

La razón está en que Metaverso visibiliza una atractiva oferta de servicios digitales que ofrece la posibilidad de imaginarnos de otra manera. No importa que, al hacerlo, demos un salto disruptivo que puede transformar a la especie humana en sombra y eco tecnológico de lo que ha sido hasta ahora. Ni que este salto conlleve tampoco, parafraseando a Michel Foucault, una biopolítica capaz de gobernar privadamente la vida humana a través de simularla dentro de una nube que controlarán las corporaciones tecnológicas que la gestionen.

Ninguna de estas consecuencias es visible a priori porque sus promotores empresariales saben evitarlo. La estrategia no es nueva. Opera desde que arrancó la revolución digital en California con los teléfonos inteligentes y el algoritmo de Google. La impulsa un tecno-optimismo basado en el talento innovador de una minoría visionaria que quiere mejorar el mundo y cobrar beneficios multimillonarios por ello. Un propósito libertario que legitima el progreso ilimitado de las aplicaciones digitales porque presume que aumentar las capacidades tecnológicas siempre es beneficioso para la humanidad.

Precisamente esta visión es lo que relativiza, entre otros efectos negativos para el ser humano, las fallas éticas que se desprenden de la revolución digital o las brechas de desigualdad o inclusión que propicia. Cuando unas y otras se produzcan con Metaverso, será demasiado tarde. Estará consolidada su comercialización antes de que se aprecien sus consecuencias más negativas. Algo imposible de neutralizar a priori porque la aplicación se anuncia como un diseño gamificado de humanidad aumentada que libera una simulación revolucionaria que nadie puede perderse. Con Metaverso se superan otras ensayadas antes. Hablamos de aplicaciones de realidad virtual y videojuegos como Second LifeWorld of WarcraftPokémon Go o Pong to Fortnite y que, durante la pandemia, fueron sustituidas con propuestas dotadas de altas capacidades inmersivas como AltspaceBeat SaberBigscreenRec Room o VRChat.

Seguir leyendo: El País

Imagen de la entrada de Riki32 en Pixabay [:ca]

Nadie discute que haya que seguir impulsando la revolución digital y sus avances, pero como hemos aprendido en Europa en los últimos años, debe hacerse regulándola y subordinándola a los propósitos éticos de un humanismo tecnológico

JOSÉ MARÍA LASSALLE

¿Queremos convertirnos en una humanidad simulada? Metaverso nos expone a esta cuestión sin que sus artífices nos consulten nada. Claro que tampoco se lo preguntan la mayoría de las personas, las empresas y, lo que es peor, los gobiernos que acceden y empiezan a utilizar esta herramienta sin plantearse el inquietante trasfondo filosófico que late detrás de ella. Estamos dando pasos que pueden conducirnos a una simulación colectiva parecida a la que plasmaron cinematográficamente Lana y Lilly Wachowski en Matrix, y todo discurre sin debate ni polémicas. Tampoco en las redes sociales.

La razón está en que Metaverso visibiliza una atractiva oferta de servicios digitales que ofrece la posibilidad de imaginarnos de otra manera. No importa que, al hacerlo, demos un salto disruptivo que puede transformar a la especie humana en sombra y eco tecnológico de lo que ha sido hasta ahora. Ni que este salto conlleve tampoco, parafraseando a Michel Foucault, una biopolítica capaz de gobernar privadamente la vida humana a través de simularla dentro de una nube que controlarán las corporaciones tecnológicas que la gestionen.

Ninguna de estas consecuencias es visible a priori porque sus promotores empresariales saben evitarlo. La estrategia no es nueva. Opera desde que arrancó la revolución digital en California con los teléfonos inteligentes y el algoritmo de Google. La impulsa un tecno-optimismo basado en el talento innovador de una minoría visionaria que quiere mejorar el mundo y cobrar beneficios multimillonarios por ello. Un propósito libertario que legitima el progreso ilimitado de las aplicaciones digitales porque presume que aumentar las capacidades tecnológicas siempre es beneficioso para la humanidad.

Precisamente esta visión es lo que relativiza, entre otros efectos negativos para el ser humano, las fallas éticas que se desprenden de la revolución digital o las brechas de desigualdad o inclusión que propicia. Cuando unas y otras se produzcan con Metaverso, será demasiado tarde. Estará consolidada su comercialización antes de que se aprecien sus consecuencias más negativas. Algo imposible de neutralizar a priori porque la aplicación se anuncia como un diseño gamificado de humanidad aumentada que libera una simulación revolucionaria que nadie puede perderse. Con Metaverso se superan otras ensayadas antes. Hablamos de aplicaciones de realidad virtual y videojuegos como Second LifeWorld of WarcraftPokémon Go o Pong to Fortnite y que, durante la pandemia, fueron sustituidas con propuestas dotadas de altas capacidades inmersivas como AltspaceBeat SaberBigscreenRec Room o VRChat.

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