«Shum. El dibuixant anarquista», Josep Maria Cadena, Jaume Capdevila i Lluís Solà i Dachs (2018)

 

Comunicación y culturaLibros

Año publicación: 2018
Autor: Jaume Capdevila i Lluís Solà i Dachs, Josep Maria Cadena

+ info: Diminuta Editorial

¿Shum? Suena a un ouch de cómic, a la onomatopeya de un estornudo. Pero fue uno de los dibujantes más esquivos, enigmáticos y rocambolescos de la República y la Guerra Civil, con un exilio forzoso que le llevó a Francia y por todo el Caribe. Y pareció desvanecerse. A Shum se le conoce de varias maneras: Joan Baptista Acher, El Poeta o L’artista de les mans trencades. No se trataba de una colección artística de heterónimos como Pessoa, sino de la necesidad de ocultar su verdadera identidad. Formó parte de los cenáculos anarquistas más radicales de los años 20 y mientras estaba en un taller clandestino de fabricación de explosivos, una bomba detonó accidentalmente. Casi muere. Sus manos quedaron como un manojo de carne y heridas (de ahí lo del artista de les mans trencades). Fue condenado a muerte, pasó años en prisión -donde reaprendió a dibujar- y fue indultado en 1931 por la República. No fue hasta los años 70, después de su muerte, cuando por fin se descubrió su verdadero nombre: Alfons Vila i Franquesa (1897 – 1967).

Shum era una leyenda. Y le han sacado de las sombras los veteranos estudiosos del cómic Josep Maria Cadena y Lluís Solà i Dachs, junto al dibujante Jaume Capdevila (alias Kap). Acaban de publicar Shum. El dibuixant anarquista (Diminuta Edicions), que se lee casi como un cuaderno de espionaje, la crónica de una investigación más que una biografía al uso. ¿Pero quién fue Shum? «Hasta el año 1979 se creía que Shum era un personaje cuyo recuerdo se movía entre la fantasía y la realidad, que firmaba con este anagrama incomprensible», apunta Lluís Solà, que tras años de investigación (y algunas casualidades) ha podido trazar una biografía que parece de ficción y que empieza en el campo de Lleida, en el pueblecito de Sant Martí de Riucorb. Ya de niño, Alfons demostró una sensibilidad especial por el dibujo y la escritura. Con sólo 12 años, al morir su madre, hizo las maletas y se marchó a la industrial Terrassa, donde ganaba algunos céntimos haciendo dibujos en los cafés. «Si en Terrassa pasó hambre, en Barcelona aún más», apunta Solà. Así que acabó marchándose a París, cruzando la frontera de Portbou.