Almadía
¿Qué la da el toque mexicano al periodismo gonzo inventado por el estadounidense Hunter S. Thompson?: el factor Lammers. La diferencia entre el periodismo convencional y la lectura irreverente de la realidad nacional. Estética de la extravagancia, la ética de lo delirante. En esta colección de crónicas predomina una sutileza contundente y cierto apasionamiento con las paradojas vivas: el mensajero en bicicleta en la automovilística Ciudad de México; el pueblo fantasma en el desierto de Durango que dejó de existir en cuanto pasó de moda como locación del cine de Hollywood; el cómico de fama intercontinental que rumia su malhumor todos los días; la presa de riego que adivinó en la mayor letrina del país; los vendedores de historias sobre ovnis como modo de vida; la filosofía de la Coca-cola del Tercer Mundo; las huellas de Hernán Cortés en el asfalto urbano; la telenovela en plan de reality-show de los productores del cine mexicano; o las entrevistas con personalidades desde el más allá. Las palabras sabias de un Jorge Luis Borges, por ejemplo, sin María Kodama de por médium, el legado del santón Carlos Castañeda, la insignificancia de un aspirante auto-postulado a la presidencia de México (figura irrisoria por antonomasia), la criopreservación de personas, el acuario de los peces muertos o un mal nocturno para pobres llamado tiradero de basura de Santa Cruz Meyehualco. Ante el oficio conformista y la adhesión a lo homógeneo, el factor Lammers elige elaborar un sentido de la crónica fundado en la mayor exigencia y voluntas distintivas, sin perder el júbilo y el deseo de ahondar más allá de las apariencias. Maldición eterna a quien se pierda de leer estas páginas.
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