¿Qué es lo que nos cautiva de Chernobil o Fukushima? Reflexión de Laia Carbonell sobre la fascinación ante los desastres nucleares a partir de los conceptos de catarsis y lo sublime.
Proliferan en la red vídeos sobre los desastres nucleares de Chernobil y Fukushima. Los hay realizados por cadenas de televisión pero también por particulares de todo el planeta que, cautivados por el horror de ambas tragedias, hicieron sus propias producciones. La fascinación por Chernobil no pasa solamente por los 17 millones de vídeos que nos ofrece la búsqueda en Google, sino que hasta se organizan visitas turísticas por el área devastada.
¿Qué es aquello que nos cautiva y atrapa de estos desastres? Un recorrido por la historia de los conceptos clásicos de catarsis y lo sublime explica la atracción que podemos sentir hacia las historias de destrucción y desdicha. Usamos a menudo la palabra tragedia para referirnos a situaciones en las que los protagonistas se encuentran superados por el horror. Pero la tragedia en el sentido clásico no es sólo tragedia por aquello que el protagonista experimenta, sino por el efecto que produce en el espectador, lo que Aristóteles llamó catarsis. “La tragedia, por consiguiente, es una imitación no sólo de una acción completa, sino también de incidentes que provocan piedad y temor. Tales incidentes tienen el máximo efecto sobre la mente cuando ocurren de manera inesperada y al mismo tiempo se suceden unos a otros.» Se habla aquí de lo que “provocan» los incidentes o del “efecto sobre la mente» que pueden tener. Encontramos ya en estos pasajes de la Poética interés por el receptor, o lo que podría ser un preludio de la estética de la recepción del siglo XX.
Antes de seguir, quizás quepa aclarar si es válido utilizar la teoría literaria para analizar acontecimientos de la realidad tales como Chernobil o Fukushima. En primer lugar, no estamos aproximándonos a los acontecimientos en sí, a la realidad objetiva, sino a los relatos que se generan a partir de un acontecimiento; al discurso. Los vídeos son discursos articulados mediante imágenes y sonido pero con las mismas finalidades que tienen los textos escritos. Podría ser más incompleto un análisis formal de un documento audiovisual sólo desde la teoría literaria, pero teniendo en cuenta que nos estamos centrando en aquello que nos atrae de este tipo de discursos catastróficos, una aproximación desde conceptos estéticos enriquece el análisis. En segundo lugar, también cabe señalar la capacidad que tienen estos desastres nucleares de funcionar como una tragedia o mito contemporáneo. Después de todo, ya se ha hablado bastante sobre la retroalimentación entre la realidad y la ficción; leer el mundo para demostrar los libros o viceversa.
La tragedia, cuenta Aristóteles, es el paso de la dicha a la desdicha por parte del protagonista (peripecia). Este cambio de fortuna en un personaje conlleva también un paso de la ignorancia al conocimiento (agnición o reconocimiento). Se nos muestra un universo en el que el hombre puede llegar a sufrir por un dictamen del destino sin ser responsable de los actos que le conducen a tal sufrimiento. El espectador, al mirar estos hechos, reconoce que pertenece a ese mismo universo y que algo parecido le podría suceder a él también (Asensi, M., 1998: 59-94). Esto es precisamente lo que sucedió con los desastres nucleares que nos ocupan: los protagonistas o habitantes de las ciudades con plantas nucleares padecen el paso de la dicha (plena ocupación, riqueza, prosperidad) a la desdicha (pérdida de empleo, migración, exposición a la radiación y hasta enfermedad o muerte). Este cambio de fortuna lleva a reconocer las consecuencias que pueden acarrear una central y la radiación, agnición que se produce tanto en las personas afectadas por la catástrofe como en la audiencia que recibe la información.
Para Aristóteles, el efecto catártico que produce la tragedia en el espectador genera una especie de purificación del alma liberándola del estado morboso en el que se encuentra mediante la experimentación de la piedad y del temor. Tomando la palabra del campo de la medicina, la catarsis tiene un objetivo sanador, aunque en este caso, el efecto curativo pasa por la toma de consciencia del peligro y las precauciones o medidas que se tomen. Más allá del efecto purificador que pueda tener la catarsis en el alma de la audiencia, son importantes aquí las reacciones dirigidas a prevenir los efectos de las plantas nucleares como sucedió en el caso de Alemania después de Fukushima, que fijó el apagón nuclear para el año 2022.
Para aproximarnos a estas dos catástrofes nucleares como tragedias, conviene prestar atención a la concepción hegeliana de lo trágico, que radica en el conflicto ético; en la contradicción entre lo que alguien hace y lo que sabe que tiene que hacer. Representa el choque entre las circunstancias o los instintos frente a la consciencia ética. En este caso, las circunstancias serían la necesidad de producir energía y la autonomía energética de un país frente a la consciencia ética que se deriva de las devastadoras consecuencias de Chernobil o Fukushima. El conflicto axiológico se encuentra en el seno de la tragedia para Hegel de la misma forma que se encuentra en el centro de toda controversia tecno-científica como la que tenemos entre manos.
Lo sublime
La fascinación que a menudo experimentamos ante la catástrofe encuentra una posible explicación en el concepto de lo sublime. Este fue uno de los conceptos románticos por excelencia y hace referencia a todo aquello que fascina por su capacidad de superarnos y asombrarnos. Si lo bello es lo proporcionado, controlable y delicado, lo sublime se asocia a la fuerza, lo incontrolable o desproporcionado.
Es una incógnita el nombre real del primer autor que escribe el tratado Sobre lo sublime, pero se le conoce como Longino y se calcula que la fecha de su composición debe datar en torno a la segunda mitad del siglo I. Longino asocia la belleza a la armonía y a la tranquilidad y lo sublime al caos y al éxtasis. Este concepto tuvo poca cabida en Roma, la Edad Media o el Clasicismo, pero se tornará relevante en la segunda mitad del siglo XVIII de camino al Romanticismo.
Autores neoclásicos como Diderot, Schiller o Burke retomaron el concepto de sublime y así también lo hizo Inmanuel Kant:
“Altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado, son sublimes; platabandas de flores, setos bajos y árboles recortados en figuras, son bellos. […] La noche es sublime, el día es bello. […] Lo sublime, conmueve; lo bello, encanta. […] La tragedia se distingue, en mi sentir, principalmente de la comedia en que la primera excita el sentimiento de lo sublime, y la segunda el de lo bello.»
Distingue Kant entre dos formas de analizar lo sublime; como sublime matemático si tenemos en cuenta cómo los espectáculos colosales afectan a nuestra facultad de conocer o como sublime dinámico si atendemos a cómo esos mismos espectáculos afectan a nuestra facultad de desear. Para entender el concepto de sublime matemático es preciso tener en cuenta que Kant considera que la única forma de legitimar nuestro conocimiento de la realidad es haciendo que el mundo exterior coincida con las categorías de nuestro entendimiento. Lo sublime matemático es precisamente aquello que no sabemos comparar con nada anterior. Al no encontrar término de comparación, la imaginación fracasa al intentar representar el objeto y se produce un conflicto entre la imaginación y la razón. (Asensi, M., 1998; 320-333)
La analogía es uno de los principales mecanismos que ponemos en marcha a la hora de adquirir nuevo conocimiento o comprender una situación, por este motivo nos resulta conflictivo el concepto de sublime matemático, que de alguna forma es lo que se produjo con Chernobil. En ese momento el desconocimiento en los medios españoles sobre los efectos y el comportamiento de la radiación llegó hasta el punto de enunciar que los Pirineos actuaban de barrera natural protegiendo al país de la radiación. Escaseaba un referente claro que permitiera comprender bien la situación. Sin embargo, al producirse el desastre de Fukushima, éste se empezó a comparar sistemáticamente con el caso de Chernobil.
Por otro lado, lo sublime dinámico sería la experimentación indirecta como observador que por el hecho de estar a salvo nos resulta atractiva. Kant la compara con la visión de la tormenta que experimentamos con placer al estar bajo cobijo pero siendo conscientes de la inferioridad física por la imposibilidad de oponerle resistencia si nos agrediera. Sentimos placer al contemplar lo sublime porque despierta sentimientos negativos de inferioridad o superioridad. Con este concepto bien asentado en el pensamiento de la época queda abonado el terreno para el Frankenstein de Mary Shelley, las Pinturas negras de Goya o la arquitectura neogótica.
El concepto de lo sublime ha pasado a llamarse lo sublime tecnológico por algunos autores de la posmodernidad como Frederich Jameson. Si bien en el romanticismo lo sublime se relacionaba directamente con la naturaleza, en la contemporaneidad se asocia a la tecnología. Para Jameson la naturaleza ya no puede ser la causa de lo sublime porque precisamente el desarrollo tecnológico ha hecho disminuir su carácter desmesurado y su capacidad de asombrarnos. Ahora es la tecnología quien posee más capacidades para asombrarnos y hacernos experimentar lo sublime.
Referencias
ASENSI, M., 1998. Historia de la teoría de la literatura. València: Tirant lo Blanch.
KANT, I., ed, Lo bello y lo sublime. Ensayo de estética y moral.
WOBER, J.M., 1992. Television and nuclear power :making the public mind. Norwood: Ablex Publishing.