Por mucho tiempo el periodismo escrito estuvo libre de la lógica del rating. Eso cambió en los últimos años. Para entender la crisis del periodismo basta ver las listas de las notas “más leídas”.
El chiste es malo, pero debo confesar que lo he repetido un par de veces. Un periodista me pregunta —me lo preguntan a menudo— qué le diría a un joven que quiere ser periodista y yo le contesto que mire la lista: “Que mire la lista de las noticias más leídas de cualquier diario”. Quizá valga la pena hacerlo; hoy, por ejemplo.
Durante toda su historia, el periodismo escrito estuvo libre de la lógica del rating —que roía las entrañas de la tele y la radio—. Un editor o director o jefe de redacción publicaban un diario y el diario se vendía más o menos y ellos suponían: quizás era por esa nota sobre el nuevo de Boca o la investigación de esa mentira del ministro o esa foto en la tapa o la serie sobre actrices rubias o el suplemento de cocina y baño. No sabían —no tenían forma de saber—; creían. En cambio ahora, desde hace muy poco, saben con una precisión disparatada.
Las redacciones de los diarios, transformados en medios digitales, tienen pantallas donde los jefes pueden seguir al segundo —al segundo— la cantidad de personas que cliquea cada artículo. Lo cual, por un lado, suele hacer que “suban” los más cliqueados a los sectores más mirados de sus diarios, así se cliquean un poco más, y, sobre todo, que intenten producir más notas semejantes; así, imaginan, van a tener más lectores, más clics, más éxito, más plata. O sea que esas listas, modositas, comedidas, tienen un peso decisivo en la elaboración de nuestros diarios. Y, por otro lado, nos hablan de nosotros: quiénes somos, en la variante qué leemos.
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