Por Redacció OCC InCom-UAB
¿Cómo puede sobrevivir la democracia a las nuevas formas de vigilancia y desinformación? El sueño de una Internet libre y emancipadora ha dado paso a un sistema de vigilancia y manipulación que opera sin supervisión democrática. Durante la pandemia gobiernos de todo el mundo se han planteado programas de biocontrol para monitorizar a la ciudadanía por medio de aplicaciones y de otras tecnologías digitales. El ciberespacio se ha convertido en el nuevo territorio geoestratégico y aquellos que entiendan y dominen las nuevas arquitecturas de la información jugarán con una clara ventaja. Esto se une a la creciente intoxicación del ecosistema informativo por medio de campañas de manipulación de consecuencias imprevisibles. Así, en paralelo a la crisis sanitaria, hemos visto cómo se organizaba la infodemia.
Marta Peirano, periodista e investigadora especializada en la relación entre tecnología y poder, y Peter Pomerantsev, periodista, escritor, productor de televisión y experto en manipulación informativa, han participado el 1 de julio en la conversación “Tecnología, vigilancia digital y desinformación”, organizada por el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), para celebrar el Día Orwell, en formato virtual. El encuentro, donde se ha hablado de la desinformación como síntoma de nuestros tiempos, ha sido moderado la investigadora de ESADE en innovación digital y social Liliana Arroyo, doctora en Sociología.
El Día Orwell pretende reivindicar la vigencia del legado de Orwell como periodista y, sobre todo, como pensador crítico y actualizar el mensaje a través de voces contemporáneas que también luchan contra los dogmatismos, los autoritarismos y a favor de la libertad de expresión.
Cambiar la forma de consumir y también de pensar
En el libro “El enemigo conoce el sistema”, de Marta Peirano, se explica que “la mayor parte de las aplicaciones a las que estamos enganchados están diseñadas siguiendo los principios de lo que había sido hasta ahora el diseño más adictivo”. Estos principios se basan en la idea del aislamiento del usuario, del contenido infinito y de la velocidad de actualización, una velocidad que permite un bucle de dopamina muy corto. Siguiendo a Peirano, es muy fácil entender que repasar titulares en Twitter o imágenes en Instagram sea mucho más “dopamínico” que leer un periódico o ver un documental. Además, “esto no sólo ha afectado a nuestra forma de consumir sino también a nuestra manera de pensar”, añade la periodista.
Las noticias falsas son un síntoma del diseño de las redes sociales
Peter Pomerantsev, en “This is not propaganda”, habla de las redes sociales como un “minimotor” de narcisismo. Para el periodista, la persona que ha diseñado las redes sociales ha crecido en la época de los “realities” y ya sabemos que estos tienen tendencia a generar controversia y a buscar la máxima atención. Los diseñadores han aplicado estas ideas, que desgraciadamente han acabado definiendo Facebook y Twitter. Pomerantsev menciona los estudios que muestran la relación entre desinformación y polarización, y habla del fomento de una conducta polarizada que conduce a la desinformación.
En este sentido, Arroyo subraya una frase del libro de Pomerantsev que dice: “las noticias falsas son un síntoma del diseño de las redes sociales”. Es decir, se defiende que no son la causa sino un síntoma. El escritor responde comentando que “antes teníamos unas fórmulas muy simples para describir el espacio informativo democrático: libertad de expresión y pluralidad en los medios”. Ahora, describe el autor, nos encontramos con la paradoja que esta pluralidad informativa lo que hace es polarizar y reducir la capacidad de la sociedad para debatir de forma meditada sobre la realidad compartida. Antes pensábamos que más pluralidad significaba más democracia, pero resulta que no es tan fácil.
La realidad pasa por los medios
La periodista Marta Peirano comenta que “las redes sociales, como las plataformas, tienen unos incentivos que son los que generan una gran adición a fuentes de información que nos ofrecen una realidad diferente a cada uno de nosotros, una realidad diseñada algorítmicamente para nosotros”. Antes, cuando había dos o cuatro canales de televisión, la mayoría mirábamos los mismos programas y se hablaba de ello. Era un tipo de lenguaje compartido; todo el mundo veía lo mismo. Pero, ahora, no puedes conversar sobre una serie , pues quizá tu interlocutor no va por el mismo episodio. Incluso se ha “amputado”, remarca Peirano, el concepto popular de identidad, la idea de unidad como comunidad.
Y esto es muy grave, argumenta. No lo parece, pero lo es, porque la fantasía también tiene una finalidad en la sociedad. Pero todavía lo es más cuando está relacionado con la política, advierte Peirano. Hace 40 años, un político ofrecía un mensaje para todo el mundo y la ciudadanía lo recibía por la televisión, la radio… Ahora un político, en la misma campaña, tiene miles de mensajes diseñados para personas distintas y lo más importante: no todo el mundo ve estos mensajes, pero persiste la idea de que todos estamos viendo el mismo político en la misma campaña, y esto no es cierto. No es que estemos polarizados, aclara Peirano, es que vivimos realidades paralelas por cómo las vivimos a través de los medios. Y esto se acentúa con la cuarentena, porque el 100% de nuestra relación con la realidad pasa por los medios, expone Peirano.
No somos capaces de diferenciar la propaganda de las noticias de verdad
Respecto a la verificación de datos, Peirano afirma ser partidaria, pero una cosa que ha pasado con las noticias falsas, y con esta nueva oleada de campañas de desinformación, es que la verificación de datos se ha convertido en algo muy distinto. Antes los periódicos grandes se aseguraban de que las noticias que se publicaban fueran precisas y las redacciones contrastaban datos para que los lectores leyeran la mejor información posible. Y, ahora, parece que la “propaganda” solo la hacen lo otros: cuando tú lo haces, no es propaganda. Y esto es un ejemplo de que nuestro ecosistema informativo no funciona bien. Un ecosistema que está totalmente dominado por las plataformas digitales, por sus algoritmos y métodos optimizados, más pensados para generar interacciones – y datos útiles para determinadas empresas – que para comunicar. Y ahora, advierte Peirano, incluso los medios tradicionales han empezado a competir en este sentido.
En cierta forma, esto ha transformado el contenido en una cosa que no se diferencia de la propaganda, explica la especialista. Hay varios estudios que llegan a la conclusión de que “la gente no es capaz de diferenciar la propaganda de las noticias de verdad”, concluye la periodista, quien dice que hemos de asumir que los medios tradicionales llevan mucho tiempo publicando propaganda. Marta Peirano no ha dejado de creer en la verificación de los hechos, pero piensa que “debe ser una cosa que los mismos periódicos hagan por ellos mismos, no por los otros”.
La población ha de aprender a reconocer la desinformación
En esta dirección, la doctora en Sociología apunta lo siguiente: “de la existencia de verificadores de hechos y de los verificadores en general ha nacido una nueva cultura de la transparencia por la que los lectores o los consumidores de medios tradicionales o de redes sociales quieren saber más sobre qué hay detrás de esta pretendida verdad”. Peirano cree que “la manera de reconocer y luchar contra la desinformación no es señalando a la gente qué es verdad y qué es falso, esto les es igual, porque ya tienen su verdad”.
Peter Pomerantsev explica la diferencia entre el relato y los datos, los hechos. El relato siempre es mucho más poderoso y el relato comunitario todavía más, y la propaganda se ha aprovechado siempre que puede. Hay una forma de educar, de prepararse de cara a los medios que tiene que ver con entender la estructura que hay detrás. Conocer las estructuras de la propaganda y la desinformación puede ser útil porque te permite reconocer la desinformación sin tener que preguntarte si los datos son correctos.
Más verificación y más conocimiento
Peter Pomerantsev forma parte de un grupo que estudia cómo cambiar la legislación sobre internet y cómo moderar el contenido. Afirma que “vivimos en una nueva censura: hay más información que nunca, pero no entendemos cómo se crea nuestro entorno informativo; sin saber si ese alguien con el que nos comunicamos en Internet es una persona real o un trol, sin saber qué es real y qué se exagera, qué datos nuestros se utilizan, por qué el algoritmo nos enseña esto y lo otro”. Y esto significa que no podemos ser críticos.
La conclusión es: más verificación y más conocimiento. Pero ninguna de estas cosas es posible en este entorno. No puedes conocer una tecnología que no sabes analizar, dice el autor de This is not propaganda. Internet es una caja negra. Ahora no tenemos ni idea de dónde viene la información y esto se debe cambiar. Con estos argumentos, Pomerantsev acaba reclamando “un debate público para conocer cómo funcionan los algoritmos”.
Desmontar la máquina del capitalismo de vigilancia
Como conclusión, la doctora en sociología afirma que “hay un ecosistema orquestado expresamente para captar nuestra atención, para generar caos, cada vez más fragmentado y con menos posibilidades de debatir” y apunta la idea de “empoderarnos como ciudadanos ante esta máquina de propaganda y hacer marcha atrás o corregir el sistema, o los algoritmos, para poderlo utilizar para controlar y escrutar los representantes políticos en lugar de generar asimetrías entre ciudadanía y gobiernos, entre información e información falsa”. Marta Peirano piensa que la “máquina del capitalismo de vigilancia se ha construido con la finalidad de vigilar”. Pero, sigue, esta no era la finalidad de Internet. Es la finalidad de este tipo de plataformas. Están diseñadas para vigilar, para predecir cosas y, finalmente, para manipular y controlar. Según la periodista, se necesitan conversaciones generalizadas: “cualquier tecnología que fomente y permita esto sería suficientemente revolucionaria como para empezar a cambiar conductas”.
Por su parte, Peter Pomerantsev cree que no hace falta prohibir las redes sociales, pero sería conveniente regularlas mucho más, hacerlas más transparentes para saber cómo funcionan. “Hace falta un espacio no gestionado con finalidades comerciales, que tenga muchas ventajas y que sea útil”, dice. Habla de un lugar con información fiable y comprobada; con algoritmos que funcionen para el bien de la ciudadanía y estén definidos. Pomerantsev reivindica así “un espacio nuevo”, pero concluye que “el reto no solo es crear el espacio, sino también que sea vital emocionalmente”.
Enlace al debate (vídeo): https://www.youtube.com/watch?v=ccUtgRJbR-o