El malestar en la cultura de las pantallas

 

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Que la satisfacción no se obtiene a base de saturación uno lo empieza a comprender más tarde. Aunque tengan una raíz común (satur, lleno, repleto), es cuando ya estamos inundados de objetos que no necesitamos y pantallas que no nos dejan ver cuando advertimos que el vacío nunca se acababa de colmar.

La importancia del objeto y el poder de la imagen, así como sus peligros, fueron argumentos propulsores de las vanguardias artísticas de hace un siglo, advirtiendo en ellos el potencial para generar realidad y transformar la sociedad. El cambio ha sobrevenido, sin duda alguna, pero no en la dirección de la revolución popular con la que soñaron la mayoría de los artistas de vanguardia. Los objetos han modelado un nuevo mundo, pero anegando nuestras casas, nuestras vidas y nuestros mares, y las nuevas imágenes hipertrofiadas se han hecho ubicuas, pero ¿han conseguido hacernos más libres?

Frente al ojo salvaje que alimentaba el surrealismo, las modernas pantallas cultivan ojos domesticados, abonados a sus cuotas, producidos y reproducidos en serie. Si para el surrealismo el nuevo mundo podía catalizar la materialización del deseo a través del objeto-poema o del objeto encontrado (objet trouvé), ahora solo aspiramos a taponar ese deseo inundándolo de objetos de consumo.

El “sujeto consumiso” vive su momento estelar en su hábitat natural del artificio, sometido a las tendencias y los modos de vida que nos venden las pantallas, consumido por los propios objetos y servicios por los que paga con su tiempo de existencia.

+ info: The Conversation

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