Autor: Pablo Rodríguez
Armand Mattelart vive en el Marais, el barrio medieval del corazón de París. Pero su lugar de pertenencia es Saint-Denis, el populoso suburbio del norte de la ciudad. Allí, en la Universidad de Vincennes-Saint-Denis (París VIII), desarrolló toda su carrera universitaria luego de sus años en América Latina.
El barrio, la universidad y el entrevistado miran al mundo desde la izquierda política. Y Mattelart mira a la comunicación y a la información desde la legitimidad que le da una dilatada trayectoria, tan dilatada que se podría decir que la existencia misma de este “nuevo” campo en las ciencias sociales debe mucho a este belga de 68 años que no tiene empacho en señalar su edad y que no cesa de corregirse al hablar para no confundir las expresiones de su lengua natal, el francés, con su lengua adoptiva durante mucho tiempo, el español.
Mattelart ha publicado una treintena de libros y ha sido traducido a varios idiomas . En esta entrevista, repasa su carrera, las distintas etapas que atravesó la comunicación en los últimos 40 años y traza el mapa, como viene haciendo en sus obras recientes, de una disciplina que siempre lo encontró en posiciones muy definidas y en ocasiones polémicas. En tren de definir y quizás de polemizar, critica “el mito de la sociedad de la información” y cuestiona el modo en que las ciencias de la comunicación se han insertado en las ciencias sociales. Sin embargo, se declara “esperanzado” por la orientación de “las nuevas generaciones”.
>> BALANCE DE UNA TRAYECTORIA
Dentro de dos horas, usted tendrá un brindis por su despedida de la universidad luego de 30 años de carrera solamente en Francia. ¿Cuál es el balance que hace de su trayectoria?
En realidad es la despedida de mi carrera docente, ya que seguiré en la Maison de Sciences de l’Homme de la universidad en la investigación. Y en todo caso, es un imperativo legal, ya que en Francia es obligatorio retirarse de la docencia a los 68 años. Lo primero que podría decir es que fue una carrera que, utilizando una expresión del francés, fue hecha sobre dientes de serrucho. Comencé en Francia en 1975, es decir, dos años después de mi expulsión de Chile . Durante casi diez años, tuve problemas con el Ministerio de Educación Nacional, que administra las universidades francesas. Me integraron realmente como profesor titular en la universidad en recién en diciembre de 1983. Hasta esa fecha, fui profesor invitado o asociado, sin puesto fijo, y tuve que enfrentar muchas dificultades puestas por el gobierno francés, simplemente porque estaba etiquetado como un “rojo”. Yo estuve como profesor en París 7 y París 8, y cuando se trató de renovar mi contrato como profesor asociado, la comisión de sociología que trató mi dossier dijo que no, que yo era un revolucionario y que era mejor que me fuera a la UNESCO. Con esto quiero decir que fue muy largo mi período de introducción en la academia francesa. Esto no se suele saber, pero en un tiempo donde yo ya había publicado varios libros, y libros que incluso habían sido traducidos a otros idiomas, tuve que pasar unos tres años de desempleo. Más allá de esta anécdota, el balance que saco en términos de las ciencias de la información y de la comunicación, a las que me dediqué, es que existen hoy nuevos desafíos, distintos a los que conocíamos en los años ’70. Entre otros, hoy se plantea la cuestión de una lógica de profesionalización del campo de la comunicación que implica interrogarse muy poco sobre la constitución del campo y de sus problemas. Hay una inflación de especialidades que cultivan y reproducen una concepción empresarial de la comunicación y que marcan un cierto retroceso respecto de otras cuestiones fundamentales para el campo.
Para seguir con su carrera, diría que si bien fue marginado de la universidad francesa en un principio, más tarde usted permaneció cerca del gobierno de François Mitterrand. ¿Qué ocurrió en aquel período?
Es cierto. Hubo un lapso de tiempo, entre mayo de 1981 y hasta fines de 1983, que fue muy original en cuanto al replanteo de problemáticas heredadas del gobierno de Giscard d’Estaing. El gobierno de Mitterrand transformó la cuestión de la informatización de la sociedad, como planteaba el Informe Nora-Minc, en el problema de la democratización de la información. Bajo este rótulo cambió el tipo de problemas, porque se trataba de la apropiación de la ciencia por parte de varios sectores de la sociedad, y no solamente de la instalación de redes telemáticas. En aquel período se propuso el proyecto de establecer unos estadios generales del saber sobre la comunicación y la información que hoy nos haría mucha falta. Hay que volver sobre ciertos temas que quedaron olvidados en las últimas dos décadas: qué es el saber, cuál es su modo de apropiación y de producción no solamente a partir de la universidad u otras instituciones educativas sino de la sociedad en sentido amplio.
¿Y cual fue el resultado de este cambio de orientación? Si uno mira la historia, no parece que hubiera habido una transformación duradera en el campo.
Efectivamente, el período de gracia, por decirlo de algún modo, duró dos años y medio. En ese tiempo hicimos dos estudios: uno sobre la evolución de las ciencias de la comunicación en general y otro sobre el espacio audiovisual latinoamericano. Y este segundo, con invitados que van desde Fernando Solanas a Gabriel García Márquez, fue pionero en el planteo de la internacionalización del espacio audiovisual en términos distintos de la teoría de la dependencia o el imperialismo cultural. La cultura contra la democracia, tal como salió en castellano este informe, marca un momento en el que todavía había esperanzas en Europa y en América Latina en poder enfrentar la transnacionalización capitalista. Y había muchos más informes en proceso de elaboración. Mientras estábamos haciendo con Yves Stourdzé el balance sobre el estado de las ciencias de la comunicación y la información, paralelamente estaba trabajando Michel de Certeau sobre lo ordinario de la comunicación. El tenía una visión obviamente más antropológica. Un año después de haber terminado él su informe y yo el mío, nos encontramos con De Certeau y me dijo: “Llegamos a la misma conclusión, y al final dejaron nuestros informes en el cajón”. No sacaron el provecho de la movilización en enorme que significaron estos informes, porque no había salido sólo de nuestras cabezas, sino que participó una red impresionante de personas: cineastas, escritores, antropólogos, gente de organizaciones populares, etc. Y no sacaron provecho de este florecimiento porque a partir de 1985, el gobierno socialista comenzó a asumir posiciones mediadas por el espíritu del tiempo neoliberal. Después vendrá la racha de la liberalización de las telecomunicaciones y de los planes de ajuste que terminarán con esa época. Será a partir de allí el tiempo de las políticas de lo que ahora es la Unión Europea.
>> SOCIEDAD DE LA INFORMACION
¿Cómo evaluaría las diferencias entre los informes de aquella época, como el Informe Nora-Minc, y los documentos actuales precisamente de la Unión Europea, o los de Brasil y Chile para el caso de América Latina?
Para evaluar estas diferencias es necesario periodizar. En los tiempos del Informe Nora-Minc, y sobre todo en la década del ’80, cuando la Comunidad Europea se apodera de la cuestión de la “sociedad de la información”, existía una creencia operatoria sobre el tema; esto es, una creencia que permitía construir políticas públicas. Por eso insisto en la necesidad de criticar estas nociones operatorias, de estudiar el modo en que una idea adquiere carácter performativo, y en qué condiciones lo hace. En la década del ’90, con el discurso de Al Gore sobre las autopistas de la información y la Global Information Infrastructure, la creencia da lugar a una mezcla de mito y realidad en la cual se alojan estrategias y políticas bastante distintas. Se da un nuevo impulso al término “global”. Y ahora estamos en una nueva etapa, que se está gestando en los primeros años de nuestro nuevo siglo, donde se está terminando el discurso profético y emancipador sobre la sociedad de la información. Este discurso perdió mucha de su credibilidad por dos razones. La primera es que el mito de la sociedad de la información en su versión tecno-libertaria estaba erigido sobre la idea del fin del Estado. Y hoy estamos viendo de qué manera es el propio Estado quien encara los proyectos de seguridad nacional. No sólo eso: la vieja economía, la nueva economía y el establishment militar han trabado una estrecha alianza. La segunda razón es que la ideología tecnolibertaria, fundamentalmente norteamericana, sostenida por revistas como Wired fue desmentida por realidad, y esto sin contar el 11 de septiembre. La cuestión del mercado transparente, donde no hay relaciones de fuerzas, donde se confunde y funde el empresario y el trabajador, choca contra la precariedad de lo que podríamos llamar una cierta intelectualidad masiva. Sería muy interesante ver qué piensan los que fracasaron en la nueva economía de la posición subordinada que ellos ocupan en términos de masa intelectual precarizada. Es un índice interesante, porque esta crisis muestra que lo que está en juego es la redefinición de la noción de intelectual masivo y de proletariado intelectual, un sujeto que no es ni empresario ni trabajador y que no tiene anclas concretas en esta sociedad. Algunos piensan que la nueva economía fue atrapada por la vieja economía. En todo caso, la cumbre sobre la sociedad de la información que ocurrió en diciembre de 2003 llegó desfasada respecto de una realidad que ya había cambiado.
¿Se podría decir que con el paso de la era Clinton a la era Bush, Estados Unidos abandonó la cuestión de la información y la comunicación como eje de su estrategia geopolítica?
Sí, y lo interesante de este giro es que aceleró la fractura del mito. Hay que decir que no hay una sola idea de lo que es la sociedad global de la información. La UNESCO ahora habla de “sociedades del conocimiento”, incluyendo la noción de pluralidad de las culturas. En Europa, la sociedad de la información se comienza a pensar dentro de la vinculación entre democracia y territorio, sin tanto acento en lo global. Lo que está surgiendo a partir de la resistencia de la sociedad civil organizada a los planes de reestructuración llevados adelante por la sociedad de la información es el éxito de la noción de diversidad cultural y lingüística. Pero esta noción es ambigua. Para salir de sus problemas legales, Jean-Marie Messier, el ex gerente general de Vivendi Universal, se escudó en la diversidad cultural en contra de la excepción cultural. Pero el cambio es de todos modos palpable. Se ha pasado de una reflexión abstracta sobre las redes del ciberespacio a la cuestión de la concentración mediática, que es un aspecto de la sociedad de la información. Hay una convergencia interesante en los debates actuales, ya que se ve que hay un vínculo orgánico entre lo que se ha discutido sobre sociedad de la información o del conocimiento y el estatuto excepcional de la diversidad cultural, que va más allá de las nuevas tecnologías. El caso más claro es la UNESCO: aunque su director tenga una visión completamente empresarial del mundo, se ve obligada a apoderarse del tema de la diversidad cultural.
>> UNA MIRADA EPISTEMOLOGICA DEL CAMPO
Desde el punto de vista epistemológico de las ciencias de la comunicación, ¿cómo influye la fractura del mito de la sociedad de la información en la tensión ya clásica en el campo entre las teorías de la dominación ideológica que reinaron en los ’60 y los ’70 y las teorías de la mediación y de la recepción de los ’80 y los ‘90?
Es un problema clave, porque efectivamente hubo un momento en que la hipertrofia de los estudios sobre la recepción fue tan abrumadora que hizo olvidar el costado de la dominación. Hoy, los índices de concentración son tan grandes que reverberan sobre el contenido de los medios y generan las condiciones de lo que he llamado el proletariado intelectual, integrado por, entre muchos otros, los periodistas que ahora trabajan en condiciones más que precarias, si es que trabajan. Por eso en el Foro Social de Porto Alegre, en 2001 y 2002, se insistió en la creación de observatorios nacionales de los medios de comunicación. En los ’80 y hasta principios de los ’90, se olvidó casi completamente la necesidad de estudiar los medios como dispositivos de poder. Hoy en día, la transformación operada en la concentración mediática es tal que afecta la lógica de producción de estos medios y obliga a replantear preguntas sobre los dispositivos de poder. La guerra de Irak ha sido en este sentido muy interesante. Se ha visto como una gran parte de la opinión pública cree que los medios no son un lugar de mediación del sentido sino que vuelve a ser órgano de propaganda en tiempos de crisis. Y esto no lo digo como una forma lateral de criticar lo que ocurrió en los ’80. Pero hay que decir que los estudios sobre el retorno del sujeto fueron demasiado lejos en el proceso de inocentar una estructura de poder. No se sabía dónde estaba el poder. Hay que retejer la cuestión de la recepción con esta irrupción dramática de una situación donde la estructura mundial depende en buena medida de la seguridad de las redes y la estructura mediática resulta de una concentración abusiva. En Francia, un país donde los medios no han estado tradicionalmente tan concentrados, dos fabricantes de armas se reparten la prensa nacional.
¿Cuál es el futuro de las ciencias de la comunicación, unas ciencias que nacieron con vocación transdisciplinaria y que todavía lucha por su legitimidad en el campo de las ciencias sociales?
Las ciencias de la información y la comunicación siguen teniendo problemas para lograr legimitidad en las ciencias sociales. Son todavía consideradas como ciencias innobles. Además, esta “falta” se agrega a la tensión aún no saldada entre ciencias sociales y ciencias duras, y cuyo último episodio es el ataque del cognitivismo a las ciencias sociales. Es cierto, también, que casi todas las ciencias sociales hablan de comunicación: basta ver la obra de Marc Augé y Arjun Appadurai en antropología, o ciertos aspectos de la obra de Paul Ricoeur en la filosofía, o las investigaciones históricas de Roger Chartier, y sobre todo el terreno de las ciencias políticas, que al menos en Francia son las que más trabajan la cuestión de la comunicación. No es casualidad que mi último libro, Introducción a los estudios culturales, lo haya escrito con un autor reconocido de las ciencias políticas como Erik Neveu. Esto hace que la rivalidad de estos campos dio lugar a una competencia abierta. Ahora bien, desde la consistencia interna de las ciencias de la comunicación, y más allá de las diferencias que presentan los distintos países, creo que el problema de estas ciencias es que no dan a los estudiantes, a quienes se integran al campo, un punto de partida disciplinaria para introducirse en lo interdisciplinario. Con esto quiero decir que quienes pueden pensar mejor la reformulación de las ciencias de la comunicación y la información son quienes vienen de un campo peculiar, ya sea historia, sociología, etc. Ellos saben manejar conceptos. En muchas formaciones en comunicación e información faltan nociones básicas como Estado, sociedad civil o institución. Hoy no se puede hablar de las redes del ciberespacio sin interrogar lo que dicen los geógrafos al respecto, o más ampliamente a la geografía cultural. La mejor garantía para reformular y legitimar el campo de la comunicación y la información es partir de un campo peculiar. Hasta ahora todo es muy disperso. Y tengo la impresión de que mi generación y la generación que nos siguió se contentó demasiado rápidamente con metadiscursos. Creo que hay ahora una generación que está más cerca de problemas concretos, casi problemas vivenciales, que obligan a interrogaciones epistemológicas profundas y una relación más estrecha con las disciplinas ya constituídas. Sin dudas, no podría generalizar sobre esta generación, pero como decía Kant, la democracia avanza con minorías. Y con que sea una minoría activa me alcanza para conservar las esperanzas.
Entrevista realizada por Pablo Rodríguez, el 8 de julio de 2004 en París.
Pablo Rodríguez (Buenos Aires, 1972) es licenciado en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires y ha obtenido el DEA “Communication, Technologies et Pouvoir” de la Universidad de París I (Panthéon-Sorbonne). Es docente del seminario de Informática y Sociedad (titular: Christian Ferrer), de la carrera de Comunicación Social de la UBA.