Aníbal Ford: Problemas de la agenda de comunicación en América Latina

 

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Aníbal Ford es una de las principales referencias en el análisis sociocultural en América Latina de las últimas tres décadas. Director de la Maestría en Comunicación y Cultura de la Universidad de Buenos Aires, Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Sociales invitado en posgrados en muchos países iberoamericanos, Ford es al mismo tiempo escritor, periodista y profesor universitario. Director de la Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y Comunicación de la Editorial Norma, que ya ha publicado 23 títulos de distintos autores de América Latina , Ford ha desempeñado diversos cargos editoriales entre ellos el de jefe de redacción de la revista Crisis entre 1973 y 1976.

Entre su prolífica obra se hallan textos de investigación, como Medios de comunicación y cultura popular (Buenos Aires: Legasa, 1985), Desde la orilla de la ciencia. Ensayos sobre identidad, cultura y territorio (Buenos Aires: Puntosur, 1987), Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis (Buenos Aires: Amorrortu, 1996), traducido al portugués, y La Marca de la Bestia. Identificación, desigualdades e infoentretenimiento en la sociedad contemporánea (Buenos Aires: Norma, 1999), entre otros. Tiene en curso de publicación un libro sobre el Faro del Fin del Mundo, adonde viajó varias veces y también ha publicado narrativa como Sumbosa, Ramos Generales, Los diferentes ruidos del agua y acaba de editarse Oxidación. También ha publicado colaboraciones en diarios y revistas de distintos países.

En entrevista con el InCom Aníbal Ford refiere las dificultades que América Latina tiene en la construcción de una agenda convergente de estudios y reflexiones sobre comunicación; plantea la complejidad que el campo disciplinar tiene en un contexto de creciente impacto económico y sociocultural de las actividades de información y comunicación (en adelante, info-comunicacionales); analiza los procesos de institucionalización del campo en carreras universitarias a partir de la década de los ochenta y señala los desafíos que el contexto de la última década impone a los investigadores.

Al revisar su obra surge el interrogante sobre las políticas culturales e info-comunicacionales en América Latina. Usted prefiere referirse a su producción en términos de análisis sociocultural, ¿no es, acaso, un análisis de políticas, como objeto de reflexión crítica?

Es un análisis de políticas y también de investigación y desarrollo o experimentación en comunicación. Se podría decir que el trabajo que hago con mi equipo suministra información para políticas de comunicación y cultura, pero no solamente en el plano de los medios, convencionales o nuevos, sino también para el diseño de políticas culturales relacionadas con la interacción directa, con la comunicación cara a cara. No podemos obviar que las industrias de lo simbólico han ido creciendo o mejor dicho están al tope en la generación del PBI (Producto Bruto Interno) de muchos países, lo cual nos plantea complejos problemas teóricos e ideológicos; por otro lado la decisión, por ejemplo, de informatizar la educación básica es algo que supera los límites de lo que tradicionalmente se concibe como “comunicación y cultura” e incorpora variables cognoscitivas y culturales, en el sentido antropológico estrechamente emparentadas con lo anterior. Si uno a esto agrega por ejemplo que en el juego económico y financiero actual el hecho de que los dos lugares de mayor corrupción en el mundo sean las privatizaciones y la informatización, entonces el reconocimiento de la importancia de los campos que se cruzan en lo que convencionalmente llamamos comunicación, cultura e información es fundamental.

Su rol de director de la Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y Comunicación le permite trazar una mirada sobre la agenda de estos estudios en la región. ¿Existe una agenda común? ¿cuáles son las limitaciones y potencialidades de esa agenda?

En primer lugar, creo que en este momento en la producción teórica sobre comunicación, cultura e información, que son los campos donde yo trabajo, hay una fuerte concentración en los ámbitos anglosajones. Si uno analiza la bibliografía más citada en las publicaciones y en las tesis, percibe que han perdido influencia algunos países de Europa y que la ganaron los Estados Unidos y, en menor medida, el resto de países que integró el Imperio Británico. En cambio Francia, Alemania e Italia han perdido influencias. La hegemonía del pensamiento anglosajón está apoyada por los grandes sellos editoriales, a su vez parte integrante de grandes conglomerados info-comunicacionales, que privilegian cierto tipo de producción y de miradas, que debajo de su diversidad tiene sus constructos ideológicos. Esto no deja de corresponder, ya pensando también en Europa continental, con un 15 o un 20 por ciento de la población mundial que es el que tiene el 80% del capital; el resto sufre de diversas maneras, como lo describí en «Procesados por otros», los efectos de esta hegemonía. Por supuesto, esto afecta a América Latina, que es desplazada tanto culturalmente como económicamente. Entonces la idea de la colección que realizo es la de poner en escena la producción latinoamericana, con diversas formas de pensamiento, es decir, sin la premisa de la unidad ideológica, aunque si crítica. Además hay que reconocer las diferencias entre las culturas de América Latina como contrapartida no solo de los avances de la «cultura única» sino de las estrategias de los conglomerados. Otro de los grandes problemas es la distribución en América Latina de las obras de los propios latinoamericanos, porque muchas veces lo que recibimos sobre nosotros mismos es elaborado en los países centrales. La cumbre del G-8 en Okinawa ingresó en la agenda internacional, además, el tema de la brecha digital entre los diversos sectores sociales y regiones del mundo. La solución propuesta por los países más ricos fue la de computerizar a los países pobres, pero en las actuales condiciones de producción de contenidos y distribución sistemáticamente dominadas por los conglomerados esa es una propuesta que profundiza las diversas brechas que caracterizan al mundo. Por ello, la idea y el desafío consisten, creo, en recuperar la autonomía en el manejo de la información sobre nuestros países tanto sincrónicamente como diacrónicamente, es decir en sus memorias, en sus tiempos largos. Teniendo en cuenta que como nuestros países no completaron su modernidad, tampoco llegaron a tener una división tan específica de discursos como la de los países centrales y que muchas veces las líneas centrales de sus proyectos se volcaron, por ejemplo, en discursos ensayísticos, cruzados, que a veces se acercan a la literatura. Se podría decir, más allá de las modas, que somos desde antiguo inter o transdisciplinarios.

Y en cuanto a la producción propia latinoamericana, ¿Usted advierte que hay preocupaciones comunes en la región o que hay una dispersión respecto de objetos de estudio y metodologías?

Yo creo que hay una riqueza importante en la producción latinoamericana, aún por parte de figuras más atípicas para las academias, como pueden ser periodistas, escritores. Pero por lo que conversamos anteriormente, hay poco contacto entre los países y es difícil pensar en una agenda común y menos aún en criterios metodológicos convergentes, algo que en realidad tampoco es muy claro en los países centrales. Pero sí hay una agenda dura que se construye a partir de los hechos concretos: la marginación, la exclusión, el peso de las deudas externas.

Pero como en general circula el pensamiento anglosajón sobre América Latina más que el pensamiento latinoamericano, ¿ello no provoca que la agenda de los análisis incorpore tácitamente la agenda de los países anglosajones?

Sí, en muchos aspectos las epistemologías de la agenda son influidas por este proceso. Por ejemplo cuando se exaspera la importancia del multiculturalismo en nuestros países, aparece la contradicción con la necesidad de generar una misma agenda en función de los intereses comunes, que son básicos. Esto no significa que se desconozca la enorme variedad de culturas que hay en la región. Y entiendo que, según los países, hay influencias que impiden la elaboración de un pensamiento político cultural fuerte. También esto sucede con diversas teorías que son traspasadas indiscriminadamente. En otro plano una enciclopedia como Encarta, que es norteamericana pero se convirtió en global, implica una influencia negativa para la elaboración de un pensamiento político cultural propio, además de contener errores conceptuales y empíricos tremendos, pues la información que allí está almacenada es muy pobre y muy prejuiciosa respecto de América Latina. Esto al mismo tiempo desvela cuál es el lugar que para los Estados Unidos tienen regiones inmensas del planeta, como en este caso es Latinoamérica. Y ello se termina expresándose hasta en los discursos de los directivos de agencias como el Fondo Monetario Internacional, que expresan un enorme desconocimiento sobre lo que ocurre más allá de los Estados Unidos.

En términos retrospectivos ¿cómo se cristalizaba este panorama en las décadas previas? La incapacidad de articulación de una agenda de temas comunes ¿es una constante o un proceso en crecimiento?

En un plano general esto lo podemos ver hasta en la historia, en la formas en que se atacó a los procesos de latinoamericanización en los que balcanizaron el continente. Así, no puedo hablar de una “agenda” en países del Tercer Mundo, pero tampoco de “escuelas” afectadas por procesos que tienen lugar muchas veces en los países centrales. Tengo la impresión de que en América Latina empezamos a construir o reconstruir una agenda -un ejemplo de ello es el Foro Social mundial- pero falta mucho aún, entre otras cosas porque tenemos distintas tradiciones, diversas formas de construcción de lo social, del trabajo de las instituciones. También diversas formas de relación con las viejas o nuevas tecnologías. La problemática de la agenda, que no deja de ser un concepto que merece ser revisado como forma de establecimiento de problemáticas, pues no es el único y está fuertemente marcado por la filosofía del capitalismo, debe tener muy en cuenta estas diferencias que se dan incluso en el interior de nuestros países.

En otro plano hay que señalar que América Latina es una región con un alto consumo de medios. Yo escribí un artículo llamado “Pobres pero semiotizados” donde analizaba lugares donde faltaban elementos básicos en salud o alimentación pero que poseían antenas parabólicas. Donde culturas excluidas se ponían en contacto con la ostentación de los países centrales a través de canales globales como MTV o CNN o muchos otros. Y me preguntaba qué va a suceder con esto mientras estamos cada vez más necesitados de aumentar nuestros contactos y conocimiento mutuo. Como contrapartida también pensar, analizar los distintos tipos de pensamiento que ingresaron a la región y el modo en que se los ha leído, o procesado.

¿Por ejemplo?

Desde Habermas a Baudrillard, pasando por otro autores cuyos referentes principales de análisis fueron los países centrales. Pensemos también en los textos bestsellers, como el de Negroponte que, aunque entran con mucha fuerza en el mercado, no explican mucho la situación de los países del Tercer Mundo. Me refiero a la presión de lo que se denomina “cultura única”, con sus diversas caras.

La institucionalización de la comunicación en carreras universitarias que es un proceso que se generaliza en los años ochenta y el lanzamiento de los posgrados en muchos países ya no sólo latinoamericanos, sino iberoamericanos, en la segunda mitad de los noventa, ¿cómo modificó el pensamiento en comunicación y cultura en la región, que hasta comienzos de los ochenta tenía otros canales, diferentes a la academia?

Hasta los ochenta, en la región, la reflexión sobre comunicación y cultura estaba cruzada por lo político, por lo que en términos gramscianos sería la cultura de los sectores populares en relación con la política. La institucionalización del campo de la comunicación registra diversas marcas, a partir del proyecto de la CIESPAL [Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina] y su influencia desarrollista a la norteamericana. Creo que es preciso advertir que la comunicación, la cultura, la información no son conceptos únicamente referidos a los medios de comunicación. Y hacia los sesenta, comienzos de los setenta, empieza a ingresar una visión de la cultura en sentido antropológico y semiológico que establece otras relaciones con la política. Aquí dejo de lado una historia compleja. Hoy debe haber entre seiscientos y setecientos mil estudiantes de Comunicación en América Latina: más que un conjunto de carreras es un movimiento social. Solamente en FELAFACS (Federación Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social) hay agrupadas más de doscientas cincuenta carreras. Y encontramos desde carreras periodísticas hasta carreras generalistas, y de ciencias de la comunicación, de la cultura. De ahí la constante discusión sobre los curricula y sobre el perfil del egresado en casi todas ellas. Olvidando que estamos ante disciplinas transversales que cruzan el análisis de la construcción de sentido en todas las prácticas sociales. Yo veo que la institucionalización de las carreras de comunicación no ha aportado mucho al campo disciplinar ni al campo del trabajo, dada la enorme masa de enseñanza que las carreras albergan. Por un lado, si uno piensa en quiénes aportaron más al campo de la comunicación, concluye que en general son especialistas formados en otras disciplinas: sociología, antropología, letras, periodismo, etcétera. O sea que no hay una producción propia, todavía, y donde subyace la problemática de confundir la comunicación con los medios y no tomar en cuenta otros procesos de construcción cultural. Este es un problema bastante complejo. Además hay un problema del enorme campo que puede cubrir lo que llamamos comunicación, los distintos medios y soportes, las diferentes tecnologías, los mundos mediáticos y los no mediáticos.

¿Este déficit que usted menciona puede ser una suerte de “enfermedad juvenil” de las carreras, por su reciente conformación en relación con disciplinas más tradicionales como la sociología, las letras o la antropología, por ejemplo?

Es correcto decir que este campo se está constituyendo como institución hace muy poco tiempo, pero si lo miramos en términos de tiempos largos podemos comenzar por Aristóteles y la retórica y ya tenemos allí reflexiones sobre comunicación, sobre la persuasión. O sea que la comunicación como estudio es algo viejo y nuevo, a la vez. Pero como institución es algo nuevo, ciertamente, y tiene esa cosa de bricolage, de tomar un poco de todos lados que tienen las disciplinas que se institucionalizan. La sociología tiene sus hitos fundamentales: Marx, Weber, Durkheim, pero me pregunto sobre la comunicación ¿qué hitos tiene? Creo que se impone una discusión sobre los fundamentos epistemológicos de la comunicación, sobre los medios que requieren ser trabajados como el caso de Internet, sobre los ámbitos de comunicación no massmediáticos de las diferentes sociedades. Por ejemplo, en América Latina el ámbito público es más fuerte que en los países centrales, con movimientos en la calle, manifestaciones permanentes, en forma cotidiana. Estas son formas de construcción de sentido en ámbitos públicos que requieren investigación y que no necesariamente se hallan en los países del Norte con la presencia diaria y constante que tienen en nuestros países. Pero esta discusión no puede dejar de lado los complejos desafíos que nos plantean la comunicación, la cultura y la información y que son desafíos no focalizados por otras disciplinas.

¿Estos temas aparecen en la academia, por ejemplo en los trabajos de los maestrandos de la Maestría en Comunicación y Cultura de la Universidad de Buenos Aires que usted dirige o en los diferentes posgrados donde es usted profesor?

Quisiera comenzar por señalar que, en el caso de Argentina, el trabajo sobre los problemas socioculturales contemporáneos no tiene reconocimiento institucional de instituciones como el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) o la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU) por ejemplo, lo cual es un tema bastante denso. Pareciera que se desplazan ciertas preguntas. Por ejemplo, ¿quién se ocupa de la información que precisan las víctimas de fenómenos como las inundaciones? ¿cuál es el lugar político donde esto debería definirse? Hay aspectos importantes de la vida cotidiana que no tienen un casillero institucional en el Estado, lo que no significa que no tengan un casillero en las industrias culturales, porque si uno toma los índices que utilizó el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para medir el sufrimiento, prácticamente pareciera que uno está viendo las bateas de una casa de videos. La industria cultural ha asumido muchos temas críticos socioculturales y socioeconómicos y los procesa a su modo con su retórica y su reificación sea en la industria o en creciente marketing étnico. Pero incorpora temas constantemente. El desafío es incorporar la relación transversal de lo cultural y lo comunicacional que puede hallarse por un lado en las industrias de lo simbólico y por otro en la vida cotidiana, en las cuestiones de salud, de educación, con muy diversos imaginarios, y ser capaces de darles un estatuto de objetos de investigación y de acción política no supeditada al mercado.

Al abordar la institucionalización de las carreras de comunicación, es de subrayar el hecho de su surgimiento contemporáneo a la creciente influencia económica de las actividades info-comunicacionales…

Claro, aunque en los años ochenta, cuando comenzaron a funcionar muchas carreras universitarias de comunicación, no se pensaba que las industrias de lo simbólico iban a terminar generando proporciones cada vez más importantes del Producto Bruto en los países centrales, lo cual cambia absolutamente el escenario para el estudio de estas industrias. Además, el ingreso de grupos financieros de inversión en las empresas y compañías de comunicación, frente a la vieja tradición de capitales relacionados con el negocio, marca un cambio muy fuerte en el sistema de propiedad, en el marco de una concentración pavorosa: un indicador elocuente es que más del 85 por telecomunicaciones mundiales se concentra en diez empresas y en el año 2002 más del 99% de las patentes se registró en los países del Norte. Esto obviamente afecta la producción cultural de zonas enteras del mundo y choca contra las constituciones liberales tiene como condición misma clásicas de los últimos doscientos años, por de posibilidad. ejemplo en el caso de la invasión a la privacidad. A veces las nuevas tecnologías no se observan en relación con el control social y con el funcionamiento del capitalismo financiero, que las tiene diría como condición misma de posibilidad. O, como en el juicio de O. J. Simpson, choca la primera enmienda, de la libertad de expresión, con la cuarta, que establece la garantía de un juicio sin influencias, en la medida que la transmisión por televisión puede analizarse como presión sobre el jury. O sea que estamos ante transformaciones de la ecología de la relación entre los medios, las entidades estatales y las no estatales, con legislaciones, con consecuencias que ponen en cuestionamiento tradiciones muy arraigadas e históricamente consagradas.

Los procesos de concentración que califica de “pavorosos” se plantearon en América Latina en momentos en que la influencia de la teoría de la dependencia fue mermando. La crítica a la teoría de la manipulación, ¿no supuso también un abandono de la reflexión cuestionadora sobre los procesos de concentración, que paradójicamente se acentuaron?

Puede ser, pero hay que tomar en consideración que en los años setenta había estudios abocados enteramente a la propiedad de la producción, que en parte dejaban de lado qué estaba pasando con el uso de los medios por parte de la gente, es decir que dejaban de lado la cultura en sentido antropológico. Se desconocía, así, que no bastaba con leer el texto y hacer un análisis ideológico, sino que era preciso completar el análisis de la producción con el de la recepción. Creo que en América Latina se incorporó esta cuestión de la recepción en el sentido gramsciano, de la vida de la gente. Si yo pienso a la comunicación en un concepto shannoniano de matemática pura en donde la información circula por un tubo, y donde lo que se dice en un extremo es perfectamente recibido en el otro, entonces desconozco un proceso psicológico fundamental, que es que en la construcción de sentido haya actividad del receptor. Esto no implica que todo esté en manos del receptor, como sucedía con usos y gratificaciobnes, y que no sean necesarias políticas culturales o comunicacionales. Por otro lado creo que lo que más actuó en contra del estudio de la infraestructura fueron ciertos aspectos del posmodernismo, cierta caída en el micro-relato, en el individualismo metodológico, en la despolitización, en lo que se llama “terrorismo teórico”, precisamente en un momento en que lo macro era y es insoslayable, tanto por los volúmenes de capital que involucran las industrias culturales como por los cambios en los sistemas de producción de dichas industrias o por la brecha entre riqueza y pobreza. Se desconoció la infraestructura, pero a partir de variables que creo que no son los estudios de recepción y su posterior evolución, que ha sido importante también por el aporte de teóricos latinoamericanos como ingreso en la cultura de sus países.

¿Cómo consolidar el estudio de las industrias culturales prescindiendo de lo macro?

En general, la reflexión de las formas de producción de las industrias culturales no es muy abundante. Entonces el concepto de las empresas de medios es o bien metafísico o bien autista: se critica el sistema, pero avant la lettre. Pareciera que todas las empresas son las de Charles Chaplin en “Tiempos Modernos”… pero los sistemas de producción han cambiado notablemente desde entonces. Además, muchas veces se confunde producción con capitalismo. Obviamente hay un desconocimiento de las transformaciones que se producen en los sistemas de producción y ello no colabora para construir un marco crítico consistente de explicación sobre el funcionamiento de las industrias culturales.

Usted insiste en la validez del concepto de información socialmente necesaria en el contexto de la circulación de volúmenes cada vez mayores de flujos simbólicos, ¿cuál es la aplicación de este concepto?

“Información socialmente necesaria” es un concepto que proviene de Herbert Schiller. Podría puntualizar algunas preguntas sobre esto: ¿la agenda de los medios es la agenda de la gente? ¿cuál es la información que realmente se necesita hoy para operar, decidir, pensar el futuro, por más que estos sean conceptos puestos en crisis? Yo veo la necesidad de trabajar en los dos polos en América Latina: no puedo dejar de observar qué pasa con la sobreabundancia de información, pero al mismo tiempo tengo que trabajar sobre qué pasa del otro lado donde hay diez teléfonos cada mil habitantes o una bajísima penetración de Internet. O analfabetismo y ausencia de luz electrica. Y todo esto es parte del mismo sistema, porque la relación entre estos dos polos es fuerte. ¿Qué pasa con la gente en relación con el otro polo? Una vez en un grupo cualitativo una de las se personas hablando de los titulares de un periódico dijo “¿y quién eligió esta noticia para mí?” Me parece una buena síntesis de esta cuestión. Acá se cruzan varios temas. La caída de la lectura económica y política a nivel internacional no sólo está vinculada con la despolitización sino también con la opacidad que tienen esas informaciones. En el fondo la opacidad del poder en un mundo donde pareciera que se muestra todo.

Sí, hay secciones de economía deliberadamente crípticas, por momentos…

Claro, Renato Ortiz habla de ocultismo económico. Y eso que avanza la información puesta en circulación, crece la masa simbólica, pero también crecen y avanzan las competencias del público. Pero aparece un desajuste entre la información y las necesidades cambiantes y de expectativas complejas de las personas que pueden acceder a esa información.

¿Puede pensar esos desajustes en función de la despolitización de la que hablaba?

Es un arma de doble filo. Esto nos conduce a cuestionar el tema de la desaparición de las «historias fuertes» al finalizar la guerra fría o de la historia misma en los términos de Fukuyama. ¿Realmente se acabaron las historias fuertes? ¿para quién? En los últimos años, después de la Guerra Fría, hubo más de 150 guerras, muchas de ellas ocurrieron en países del Tercer Mundo. Ahí creo que hay que tener cuidado en la demonización de los medios -lo que no quiere decir no criticarlos-, porque es una de las formas de representación de esa realidad, de esas historias. Me refiero concretamente a aquellos que focalizan los medios y dejan de lados las fuerzas económicas y sociales que han construido esta cruel aldea global. Lo que obviamente no quiere decir que no haya relación entre ambos.

Enlaces recomendados

• Maestría Comunicación y Cultura, Universidad de Buenos Aires,
http://www.fsoc.uba.ar/posgra2/macomu.htm

• Artículos de Aníbal Ford en Bazar Americano,
http://www.bazaramericano.com/bazar/indice.asp#ford

• Procesados por otros, http://www.dgzero.org/abr00/Art_04.htm

• Para Una Navegación Incierta: Mercosur en Internet,
http://www.unesco.org/most/anibal.htm

• Reseña sobre la Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y Comunicación, http://www.pucrs.br/famecos/producao_cientifica/publicacoes_online/revistafamec os/fam17/nilda17.pdf

Entrevista realizada en marzo de 2003 por Martín Becerra. Martín Becerra es Profesor-Investigador de la Universidad Nacional de Quilmes, Argentina.

 

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