Ética, información y coronavirus

 

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Los medios españoles, como los del resto del mundo, han proporcionado una amplia cobertura informativa de la pandemia y lo han hecho en condiciones de especial dificultad. No existen precedentes, salvo en contextos de guerra, de una situación informativa tan excepcional y que sea además global. En términos generales, los grandes medios tradicionales y también los principales medios digitales han hecho un esfuerzo de contención y verificación de datos y hechos, de manera que globalmente la cobertura puede considerarse más ajustada a la realidad y mucho más ponderada que la observada en anteriores pandemias, en las que se cayó con frecuencia en la exageración y el alarmismo injustificado. Pero también ha habido medios, fundamentalmente televisivos, que han hecho de la información un espectáculo, primando los aspectos más impactantes y emocionales. Como ya es habitual en tiempos de trincheras periodísticas, el aspecto deontológicamente más cuestionable ha sido la difusión de datos o versiones distorsionados de la realidad como parte de una estrategia destinada a utilizar la pandemia con fines políticos partidistas.

A diferencia de las anteriores pandemias, el despliegue informativo estaba esta vez justificado. En las alertas sanitarias de la gripe aviar de 2005 y la gripe A de 2009, la alarma no se basaba en una amenaza real, sino en la hipótesis de que los virus que las causaban pudieran mutar y hacerse tan mortíferos como la gripe de 1918, pero eso nunca llegó a ocurrir. En el caso de la gripe aviar, ni siquiera se llegó a transmitir entre humanos. Sin embargo, esta vez, la amenaza no solo era real, sino que pronto se vio que el SARS-CoV-2 era mucho peor de lo que se creyó en un principio. Este coronavirus ha resultado ser mucho más infectivo que su antecedente, el SARS de 2003, y a diferencia de aquel, que pudo ser erradicado cuando apenas había infectado a poco más de 8.000 personas, este se contagia en fase asintomática, por lo que su capacidad de expansión es mucho mayor y mucho más silenciosa.

La ciencia, las autoridades sanitarias y los medios de comunicación han ido siempre por detrás del virus, de manera que la incertidumbre ha sido y sigue siendo el principal componente de esta crisis. En esas circunstancias, el riesgo de caer en especulaciones está siempre presente en unos medios de comunicación movidos por la urgencia de dar respuesta a las incógnitas y satisfacer la demanda social de información. En situaciones excepcionales, la población recurre mucho más a los medios y a las redes sociales en busca de datos y noticias y así ha ocurrido también durante esta crisis. Un estudio dirigido por Pere Masip, profesor e investigador de la Universidad Ramon Llull, indica que, tras la declaración del estado de alarma, el 78% de los ciudadanos ha buscado más información que antes de la pandemia, y un 34,5% precisa que mucha más. No obstante, a pesar del esfuerzo de contención que muchos medios han hecho, la percepción de la ciudadanía es que se ha caído en cierta desmesura: el 44,6% de los ciudadanos está de acuerdo o muy de acuerdo en que los medios tratan la pandemia de forma sensacionalista y generan alarma social innecesaria.

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