La dialéctica entre naturaleza y técnica en los filmes de Hayao Miyazaki

 

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Fèlix Edo Tena

Antes de fundar, junto a Isao Takahata (1935-2018), el mítico Studio Ghibli en 1980, Hayao Miyazaki (1941) trabajó en distintas empresas de animación japonesas, como Toei Animation o Nippon Animation. En esta última, en 1978 creó la serie Conan, el niño del futuro (Mirai Shōnen Konan). Aún resultan asombrosos los títulos de crédito iniciales, que muestran el despegue de unos bombarderos sobre una moderna megalópolis, cuya acción provoca una guerra que acaba con la sociedad y colapsa la vida en el planeta. Es una premisa apocalíptica que se repite en Nausicaä del Valle del Viento (Kaze no Tani no Naushika, 1981), un filme producido por buena parte del equipo que fundaría Studio Ghibli. En realidad, Conan Nausicaä están ambientadas después de la catástrofe. En la primera, justo una generación después de la guerra, seguimos el rastro de una serie de supervivientes enfrentados por cómo vivir el futuro. En concreto, existe el modelo de Industria, donde se quiere continuar con la tecnología y la organización racional de la sociedad, y el de High Harbor, una comunidad dedicada a la agricultura, la ganadería y el trabajo artesanal. Por su parte, en Nausicaä han pasado muchos siglos después de la guerra, pero nos encontramos también con una humanidad dividida en diversas facciones, una de las cuales quiere dominar al resto mediante el desarrollo de la antigua tecnología industrial. Ahora bien, lo que más destaca en este filme es cómo la naturaleza se ha regenerado en forma de un gran bosque protegido por unos insectos gigantes que emiten unas toxinas que parecen ser un anticuerpo contra la acción destructora de la humanidad.

Habitar el mundo

No cuesta mucho imaginar que esta fijación de Miyazaki por el desastre está relacionada con la historia contemporánea de Japón, marcada por el papel del país en la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, por las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Además, hay que tener en cuenta que Conan Nausicaä son unos productos de la Guerra Fría, en la que existió la amenaza real de un holocausto nuclear. Asimismo, Japón, además de ser el único país víctima de las armas atómicas, desarrolló una potente industria nuclear, aunque es un archipiélago volcánico propenso a grandes terremotos. En cualquier caso, la gran preocupación de Miyazaki es la capacidad de destrucción de la humanidad. Buena prueba de ello es que en su filmografía todavía hay más ejemplos: Laputa, la isla flotante de El castillo en el cielo (Tenku no shiro Rapyuta, 1985), tiene un poder de destrucción inimaginable; el horror de la Gran Guerra (1914-1919) traumatizó al protagonista de Porco Rosso (Kurenai no Buta, 1992), o en El castillo ambulante (Hauru no ugoku shiro, 2004),en uno de los viajes nocturnos de Howl descubrimos una realidad asolada por un conflicto terrible.

Fotograma de Conan de Miyazaki

La fijación de Miyazaki por los desastres asociados a la guerra está relacionada con la historia contemporánea de Japón, marcada por el papel del país en la Segunda Guerra Mundial. En la imagen, momentos de los créditos iniciales de Conan, el chico del futuro, en el que una moderna megalópolis aparece bombardeada.

De entre estas referencias, sin embargo, destaca La princesa Mononoke (Mononoke hime, 1997), en el que asistimos a un enfrentamiento entre los animales, que representan la naturaleza, y un ejército de humanos que quiere imponerse para consolidar la industria y el progreso. Desde este punto de vista, se trata de un filme fundamental para entender el pensamiento de Miyazaki, aunque no tanto por el planteamiento sino por los problemas que se desprenden de él. De entrada, Miyazaki presenta de nuevo el conflicto de una manera dialéctica: se trata del enfrentamiento entre quienes quieren vivir en armonía con la naturaleza y quienes quieren desarrollar la vida humana de forma independiente. Cabe mencionar que La princesa Mononoke está ambientada en el período Muromachi (1336-1573), momento en el que en Japón se produjo un importante progreso técnico y un cambio de mentalidad que provocó una crisis en el pensamiento animista sintoísta, que concibe la naturaleza como un ente sobrenatural, regido por unos espíritus llamados KamiYokai Yurei. Sin embargo, si bien la forma de pensar de Miyazaki es dialéctica, en ningún caso esto significa que sea maniquea, es decir, una historia dual de buenos y malos. Incluso en la temprana Conan, que sí presenta un claro enfrentamiento entre dos posiciones antagónicas (el heroico Conan contra el fanático Lepka), lo más interesante es la evolución dramática de otros personajes, sobre todo de ciertos secundarios que son capaces de cambiar de pensamiento (Dyce y Mosley). Pues bien, este trabajo se enfatiza aún más en Nausicaä y en La princesa Mononoke, que son unos filmes corales marcados por muchas divisiones y debido a que cada parte.

Además, si bien se desarrolla un discurso ecologista encomiable, que es el ideal a seguir, en ningún caso esconde las contradicciones que se derivan del mismo planteamiento del proceso dialéctico, que tienen mucho que ver con la misma condición humana. Se trata, nada menos, de las dificultades de los seres humanos, causadas por nuestra fragilidad, para vivir en la naturaleza y cómo solo podemos hacer frente a ella mediante el intelecto, es decir, mediante la técnica. Un intelecto que, de rebote, nos permite la conciencia de la vida y de la muerte, siempre muy presente en la obra de Miyazaki. Por eso resulta muy difícil identificarse con San, la intransigente humana que lidera la guerra contra los de su especie. En cambio, Eboshi, un personaje fascinante de quien tenemos ganas de saber más, es la ambiciosa líder que ha fundado una ciudad donde se desarrolla una incipiente industria, en la que acoge a los marginados y los dignifica enseñándoles a trabajar (en un contexto, no hay que olvidarlo, de mucha violencia social). Y, sobre todo, está dispuesta a llegar a su fin para protegerlos, matando, si es preciso, a los dioses del bosque. Por todo ello, Miyazaki no duda en mostrar que la resolución del conflicto es muy difícil de alcanzar, de ahí que se necesite la ayuda de un agente que actúa como mediador, que lo que permite es trascenderlo, básicamente porque no actúa condicionado por una «venda de odio en los ojos».

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