Raúl Trejo Delarbre
El recorrido que Laura Regil Vargas hace en estas páginas parte de una certeza inquietante: las cosas ya no son como antes. A ella le interesa el aprendizaje entendido de la manera más amplia, es decir, como comprensión del mundo y como suma de habilidades y saberes para identificar nuestra circunstancia. Lo que hoy aprendemos y las maneras para aprehenderlo se encuentran acotados, y a menudo determinados, por la cultura digital.
No hay actividad que no haya sido alterada, y en muchos casos trastocada, por ese nuevo contexto. Con esa preocupación como punto de partida, Laura Regil emprende un provechoso recorrido por el pensamiento de docenas de autores en busca de certezas en esta época singularizada por la mutación de referencias y conceptos.
En estos tiempos de definiciones líquidas, parafraseando a un destacado sociólogo que está de moda, no podemos conformarnos con reconocer que los conceptos son maleables y transitorios. La comprensión de los hechos sociales, entre ellos los procesos de aprendizaje, requiere de nociones claras aunque sea para después discutirlas y si es preciso reemplazarlas. Pero en las actuales y cambiantes circunstancias, en donde una de las escasas certezas es la erosión de paradigmas metodológicos (igual que sucede, en otros terrenos, con los modelos políticos antaño tan inmutables), no resulta sencillo identificar los conceptos a los que podemos asirnos para comprender sentidos, aprovechamientos y consecuencias de la abundancia de información de la que disponemos hoy en día.
Estamos en el siglo de lo digital, apunta Regil. La compresión de mucha información en poco espacio, la posibilidad de identificarla y hallarla en el inmenso océano que son las redes informáticas y su propagación de un servidor de cómputo a otro de manera instantánea, son consecuencias de esa digitalización. Nuestras prácticas culturales y en buena medida sociales, las rutinas que construimos para aprender y enseñar, incluso cada vez más la difusión y la validación del conocimiento, se encuentran ancladas al entorno digital.
El contexto de esa cultura digital es el ciberespacio. Laura Regil dedica un segmento de este libro a discutir orígenes e implicaciones de ese concepto, otrora asociado a especulaciones futuristas y hoy tan imbricado con nuestras prácticas cotidianas, que a menudo dejamos de preguntarnos qué significa. En el imaginario que compartimos, en tanto usuarios y a la vez destinatarios de la información que circula por cauces digitales, el ciberespacio es el territorio de Internet, aunque Regil se ocupa de recordarnos que no todo ese entorno está ocupado por la Red de redes.
El ciberespacio habitualmente se concibe como un plano diferente de la realidad fuera de línea. Tanto así que desde ya varios años ha sido costumbre referirse a él como el lugar de la realidad virtual, como si lo que se hace y dice en Internet y otras redes digitales no fuera real, o no lo fuera del todo.
Ese “no lugar”, que algunos imaginan etéreo e inmaterial, lo hemos mitificado al extremo de que lo identificamos con el cosmos, o con algún emplazamiento así de distante y providencial. Por eso decimos “voy a bajar un archivo” y a menudo miramos hacia las alturas cuando nos referimos al espacio de las redes digitales, sin advertir que los contenidos que circulan por ellas se encuentran almacenados en muy materiales servidores de computadora desde donde se descargan a través de redes alámbricas o inalámbricas conectadas a equipos también muy tangibles.
Es importante desmitificar esa difuminación física del ciberespacio para comprender no solamente cómo funcionan Internet y las redes digitales sino, junto con ello, cómo aprovecharlas y convivir con ellas. Laura Regil explica “hemos convertido el ciberespacio en un lugar paralelo en el que distribuimos y retomamos información y, por lo tanto, es ahí en donde construimos algunos de nuestros conocimientos”. No se trata de una realidad distinta a la que experimentamos y articulamos fuera de línea sino de segmentos de la misma realidad en la que trabajamos, estudiamos, padecemos y gozamos todos los días. El contraste con nuestras anteriores prácticas sociales radica en que ahora en el ciberespacio dejamos registros de no pocas de nuestras actividades fuera de línea e, incluso, cada vez dependemos más de los recursos y las aplicaciones digitales para expresarnos y socializar y, desde luego, para enterarnos, informarnos y entretenernos.
La cultura que hoy consumimos y compartimos, cualquiera que sea el juicio que nos merezca, no la podemos entender sin su entrelazamiento con rutinas y recursos digitales. Conversamos a través de las aplicaciones de chat que tenemos en nuestros teléfonos celulares, leemos en tabletas digitales, reemplazamos la televisión tal y como la conocíamos por la descarga de contenidos a la carta, las noticias las recibimos más por Twitter que a través de la prensa convencional, sustituimos las viejas enciclopedias por sitios que se enriquecen y modifican de manera constante. Incluso la enseñanza, tan proverbialmente ligada al salón de clases, en definitiva se enriquece y cada vez se transforma más por el aprendizaje formal e informal en línea.
Tales apropiaciones de contenidos y conocimientos ocurren en esa colección de territorios que Laura Regil reconoce y explica en el presente libro. Hay que acudir a las metáforas para entender las nuevas realidades, subraya la autora. Así, para referirnos a Internet le hemos dicho superautopista de la información, alfombra mágica, Red de redes o, acudiendo a Borges, la hemos equiparado a El Aleph, que era el sitio maravilloso y apabullante en el que se podía mirar todo lo que sucedía. El empleo de metáforas fue sintomático de la novedad de los asuntos y procesos así aludidos, pero también de la insuficiencia de los conceptos tradicionales. Pero conforme su utilización se extiende, hay palabras nuevas o resignificadas que han alcanzado a la realidad.
Como suele ocurrir con las tecnologías relevantes, pero también con los procesos sociales e históricos, los cambios (y las palabras que los designan) ganan legitimidad cuando son reconocidos sin dificultad por las personas que los experimentan. Hace pocos años era preciso explicar, y para ello eran útiles la retórica y las metáforas, qué era eso a lo que llamábamos Internet. Ahora no hacen falta aclaración ni descripción alguna. Todos sabemos qué es eso aunque no seamos especialistas en informática y aunque sigamos volteando a las alturas cuando decimos que descargamos un archivo o que subimos un texto o una imagen.
Los conceptos sirven para fijar la realidad con el propósito de explicarla y, antes que nada, para entenderla. Colocar el adjetivo “digital” a la cultura de hoy es útil para comprender los procesos de elaboración y apropiación que son posibles gracias a la disponibilidad de conexiones y contenidos. La producción y el consumo de bienes culturales resultan impensable ahora sin los reflejos pero también los reemplazos que tienen en el entorno digital. La música, para referirnos a un solo género, se propaga mucho más en archivos en línea que en los formatos analógicos que empleamos durante casi todo el siglo xx e incluso desplazando a los CDs que hemos utilizado para adquirir y conservar archivos digitales. Las implicaciones que tiene esa transformación en el uso y la creación de la música van desde los terrenos jurídico y mercantil hasta las prácticas estéticas. Estamos en un contexto nuevo, sin que hayamos dejado atrás usos y las carencias de la época anterior.
La autora de este libro explica que, si entendemos la sociedad a partir de la abundancia de datos (texto, imágenes, audiovisuales, sonidos, entre otros) de los que podemos disponer hoy en día, nos encontramos en un entorno al que podemos reconocer como sociedad de la información. Pero, añade, si atendemos a la utilización que las personas hacemos de esos datos y contenidos, también se puede considerar que estamos en una sociedad del conocimiento. Por supuesto eso no significa que todo haya cambiado, ni que por obra de la disponibilidad de información y su comprensión virtuosa hoy todos seamos más juiciosos, o más felices.
Identificar esos contextos permite establecer diferencias con la fase anterior, cuando la información y el conocimiento se compendiaban en dispositivos analógicos. Reconocer los cambios formidables que hay en la propagación y distribución de la información no implica soslayar insuficiencias y defectos en tales procesos. Esa es la postura de Regil que, recordando las opciones polares que describió Umberto Eco hace casi medio siglo para explicar los maximalismos frecuentes en la comprensión de los medios de comunicación, evita allanarse a legitimaciones integradas, lo mismo que a exageraciones apocalípticas.
Algunos autores han discutido con intensidad si nos encontramos en una sociedad de la información (término que describe con claridad el entorno pletórico de datos con el cual vivimos) o en una sociedad del conocimiento. Se trata de una discrepancia un tanto gratuita, porque difícilmente hay información que no sea recibida, entendida y aprovechada sin procesos, aunque sea elementales, de elaboración de conocimientos. Y por supuesto, no hay conocimiento sin información. Laura Regil elude con elegancia el pantano que se ha creado en ese debate académico y subraya que, si bien el eje de la sociedad de la información son los datos, en la sociedad del conocimiento el centro es el ser humano. Más que una descripción, se trata de una aspiración ética que alcanza consecuencias en terrenos tan concretos como las políticas públicas, el desarrollo de los medios de comunicación o la enseñanza. A la vez que requieren conexiones de calidad y suficiente equipamiento para utilizarlas, nuestras sociedades necesitan poner en contexto, cotejar, validar y comprender la información de la que disponen.
Los ciudadanos del entorno digital tienen que pertrecharse con habilidades adicionales a las que hacían falta para socializar, informarse y aprender en el viejo contexto analógico. Antes una de nuestras dificultades esenciales cuando queríamos investigar, explicar o enseñar, consistía en disponer de información suficiente. Desempolvábamos hemerotecas, adquiríamos libros o copiábamos segmentos de algunos de ellos, acudíamos a archivos a veces lejanos y no siempre accesibles con tal de encontrar o precisar un dato. Ahora, sin que esos repositorios de documentos y conocimiento sean todavía prescindibles, nuestra urgencia esencial radica en seleccionar de entre la abundante información que tenemos en los dispositivos digitales.
Hoy se requieren destrezas para escoger, interpretar, jerarquizar, organizar, almacenar y desde luego para aprovechar y comprender esa información. Los procesos de apropiación y reconfiguración de los datos a los que nos enfrentamos nos permiten saber, entender y de esa manera enseñar, pero estamos obligados a comprender el conocimiento con más flexibilidad que antes. Las fronteras disciplinarias se entrecruzan, al mismo tiempo que la vigencia de conceptos e incluso de principios científicos es más transitoria que nunca.
El conocimiento, cualquiera que sea la disciplina que nos interese, siempre ha estado en desarrollo constante. La diferencia es que ahora podemos ser testigos e incluso partícipes de esa evolución en tiempo real. Hallazgos e innovaciones, papers y journals, tesis doctorales y entradas de Wikipedia, de la misma manera que aportaciones pero también plagios académicos, blogs de comprobada seriedad y documentos en El Rincón del Vago, forman parte del universo disponible en cada computadora y que es aprovechado o justipreciado por docentes y alumnos.
La investigación y la docencia no pueden ser igual que antes cuando se encuentran acotadas por ese desafiante entorno. Enfrentarse a ese océano requiere de capacidades informáticas básicas pero también, como siempre y ahora más que nunca, de principios éticos. En este recorrido de las metáforas a los conceptos Laura Regil piensa en voz alta y ofrece, con inteligencia, claves esenciales para entendernos, al comprender el entorno digital.
Nota a pie de página: Este texto se reproduce con la autorización del autor y es el prólogo del libro de Laura Regil, Cultura digital. Paradojas y metáforas para participar en su construcción, quien también nos ha permitido su publicación