¿Qué es y qué se propone el transhumanismo? ¿Qué lo distingue del posthumanismo? ¿Qué debates ontológicos, éticos y políticos existen entre las diferentes corrientes que imaginan transiciones de la especie humana para superar las limitaciones biológicas del cuerpo, y que representan al mismo tiempo la utopía y la distopía?
Flavia Costa
Personas en loop
«Los 90 no son más que los 60 al revés», decía el comediante Philip Proctor en la década de 1990. ¿Serán los 20 del siglo xxi los nuevos 90 pero expandidos, luego sintetizados por una inteligencia artificial (ia) perezosa y finalmente lanzados al espacio
?Pensemos en la serie Stranger Things, una producción para niños y adultos que muestra con detalle este revisionismo de doble capa: la acción transcurre en la década de 1980 en la hipotética ciudad de Hawkins, Medio Oeste de Estados Unidos. La protagonista, la adolescente conocida como Eleven (Once en inglés) que irrumpe y trastoca el manifiesto bucolismo del pueblo, es un secreto militar, un artefacto biológico de altísima seguridad diseñado al calor de aquellas épocas de experimentación en que se componían Guerra Fría, ambición tecnocientífica, psicodelia, amor por las máquinas, carrera espacial, chamanismo new age, culto al gimnasio, anticomunismo de Estado, orientalismo yogui, espionaje sentimental y viajes interdimensionales. Utopías distópicas, «distoutopías» de cómic, entre fantasiosas y burlescas pero repletas de sentido, que conviven sin distancia y sin conflicto con su propia parodia, y que constituyen un modo típicamente estadounidense de tecnoescatología. En sus primeras formulaciones en la década de 1960, el transhumanismo fue el bosquejo conceptual, soterrado, aunque no irrelevante, de esa matriz cultural y de esa estructura de sentimiento.
Con todo, ni el término nació en eeuu ni se queda solo en esta forma mentis. Distintas fuentes afirman que el primero en usar el término «transhumanismo» fue el biólogo internacionalista británico Julian Huxley, primer director de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) y hermano de Aldous, el autor de Un mundo feliz. Lo empleó en 1957 en su libro Nuevos odres para vino nuevo, para defender la posibilidad de que la especie humana pueda, «si así lo desea, trascenderse a sí misma, no solo esporádicamente, un individuo ahora, otro después, sino como un todo, como humanidad. Necesitamos un nombre para esta nueva fe. Tal vez el de transhumanismo encaje bien: un ser humano que sigue siendo humano, pero se supera a sí mismo al realizar nuevas posibilidades de y para su naturaleza humana»1. En esta primera versión, transhumanismo indica evolución por medios tecnológicos e implica una proyección hacia la humanidad como gran familia que, desde entonces, va y viene a la manera de una ola que alternativamente borra, a veces al hombre, a veces a la comunidad humana, «como en el borde del mar un rostro de arena».
El término reapareció en Hacia una psicología del ser (1968), del psicólogo transpersonal Abraham Maslow, y luego en las clases sobre Nuevos conceptos de lo humano del futurista de origen iraní Fereidoun M. Esfandiary, quien más tarde cambió oficialmente su nombre por fm-2030, en la New School for Social Research de Nueva York. Para Esfandiary, transhumano significa «humano en transición» hacia una nueva era evolutiva en la cual, gracias a las tecnologías de optimización, seremos más libres, menos sufrientes, más felices, inteligentes, capaces de controlar nuestras emociones y, en última pero no menos importante instancia, inmortales.
Hoy, nociones como «transhumanismo», «posthumanismo» y hasta «metahumanismo», como propuso últimamente el alemán Stefan Sorgner, designan un conjunto de perspectivas dispares que tienen en común la idea de que la noción tradicional de lo humano necesita ser redefinida, y por consiguiente es preciso reubicar también el papel del viejo humanismo literario, filosófico y acaso social y político. Al mismo tiempo, estas perspectivas disputan por el sentido de esas redefiniciones.
«Las especulaciones sobre el destino del cuerpo y los debates sobre las promesas y las amenazas del posthumanismo resuenan por toda la cibercultura», escribió en 1995 el crítico estadounidense Mark Dery en su magnífico Velocidad de escape. La cibercultura en el final del siglo, el mejor tratado de crítica cultural sobre las diferentes tribus techno escrito hasta el momento2.Pues bien: eso que en los años 90 aparecía como una zona gris de inestabilidad lexical ‒donde posthumanismo y transhumanismo apenas podían distinguirse, o lo hacían con dificultad, en un clima milenarista en el que se impuso la semántica de los pos: poshistoria, posmodernidad, posfordismo, posdemocracia‒ hoy se reconfiguró en cuerpos de teoría compactos ‒«tecnodiversidades» dentro del propio Occidente‒ con una profusa literatura, en la que cada término nombra posiciones distintas y por momentos inconciliables: el posthumanismo crítico, los estudios críticos animales, las humanidades ambientales y los nuevos materialismos para el caso del posthumanismo; y el transhumanismo libertario, el transhumanismo democrático, el transhumanismo mormón, el extropianismo y los partidarios de la Singularidad, en el caso del transhumanismo ‒por mencionar las corrientes principales‒.
El transhumanismo y el posthumanismo comenzaron a divergir precisamente en la década de 1990, debido a diferencias en sus enfoques ontológicos, éticos y políticos. Aunque comparten un interés común por el futuro de la humanidad en un mundoambiente tecnonatural, sus caminos se fueron separando. El transhumanismo se fue centrando en la mejora tecnológica del ser humano y la superación de sus limitaciones biológicas, sin importar cómo, para quién y con qué costos podía lograrse este objetivo, asumiendo, no sin resistencias internas, el modelo de club privado. El posthumanismo, por su parte, cuestiona las nociones tradicionales de lo humano (en particular, la perspectiva androcéntrica, eurocéntrica, racista, colonial) y propone una visión más crítica, ecológica, referida a todo el continuum de lo viviente, social y culturalmente situada, y en coevolución con cogniciones no conscientes, sean estas humanas, animales, vegetales o maquínicas.
Pasajeros en tránsito
Por transhumanismo entendemos hoy un movimiento heterogéneo que busca mejorar y trascender las limitaciones biológicas del cuerpo humano ‒su fragilidad, su tendencia a envejecer, enfermarse, perder el rumbo, su condición mortal‒ mediante el uso de tecnologías de mejoramiento (enhancement technologies) e intensificación que se aplican más allá de lo exclusivamente terapéutico.
El objetivo explícito de todo transhumanismo conocido es alcanzar una condición «posthumana» (y este término, que usaron tempranamente autores como Max More y Nick Bostrom, debió pasar en las últimas dos décadas un proceso de desambiguación) en la que los seres humanos hayan derrotado las huellas del tiempo en la propia carne, el sufrimiento y la muerte. Este movimiento, una de cuyas líneas principales, la fundada por Bostrom precisamente, se conoce hoy como Humanity Plus (h+, Humanidad aumentada), se centra en el progreso tecnológico como herramienta para superar en forma literal la «condición humana».
Ha sido la filósofa Hannah Arendt quien afirmó que este estar condicionado del viviente humano, esta existencia condicionada que es su esencia, implica tres limitaciones fundamentales: el hecho de ser mortales («Los hombres son ‘los mortales’, lo único mortal que existe, porque los animales existen solo como miembros de su especie y no como individuos», escribe Arendt en Entre el pasado y el futuro y, con mínimas diferencias, en La condición humana, ajena al incordio que podría suscitar esta frase entre algunos lectores del siglo xxi3); no poder estar en dos lugares a la vez; y finalmente, no poder retroceder en el tiempo. Esos tres condicionamientos fundamentales, que coinciden con el hecho de ser un cuerpo, son los que buscará trasponer el transhumanismo. Lo resume en una fórmula acuñada por Esfandiary y luego retomada, entre otros, por el artista Stelios Arcadiou, mejor conocido como Stelarc: «El cuerpo es un dispositivo obsoleto».
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