09/11 de 2001 hasta 2011: 10 años después, las imágenes que siguen sorprendiendo sin decir nada

 

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Por Divina Frau-Meigs, profesora, Universidad Sorbonne nouvelle

El 11 de septiembre fue uno de los acontecimientos más publicados en el mundo y sin embargo uno de los menos diversos en su cobertura. A esta primera paradoja se le añade una segunda, a saber, que el país donde los medios de comunicación son los más libres y los más numerosos, los Estados Unidos, produce poco pluralismo de puntos de vista a pesar de la diversidad de plataformas. De hecho, la elección de los medios visuales reflejan los desafíos de aquellos que los han difundido, los cuales han evolucionado de una sobre-exposición en septiembre de 2001 a una baja exposición en mayo de 2010 tras la muerte de Osama Bin Laden.

1) 2001 – Lo demasiado visto: el bucle de unas imágenes selectivas

La cobertura del 11 de septiembre se caracteriza por una sobresaturación de imágenes, engañosa porque consistió en la persistencia de unas imágenes selectivas en medio de las infinitas posibilidades, con una distinción entre prensa televisiva y prensa escrita, pero una concentración en Nueva York ( y casi nada en Washington y Shanksville). La televisión convirtió en un bucle las imagines de los aviones chocando con las torres, uno detrás del otro. La cobertura continuada duró, de hecho, más de 72 horas, con cerca de 80 millones de espectadores en las cuatro grandes cadenas, por lo que se trata del evento político más ampliamente difundido desde el asesinato de John Kennedy en 1963 (y esto sin publicidad). Debido a que las cuatro principales cadenas son propiedad de corporaciones multimedia, las mismas imágenes fueron tomadas rápidamente por todas las filiales, como la ESPN (de Disney), que incluía imágenes de ABC (Disney) y VH1 y MTV (Viacom) que están conectados a la CBS (Viacom). Lo que básicamente apareció es el virtual monopolio de la CNN, que vendió las imágenes a todo el mundo, ampliando el horror de la catástrofe a través de su propia base de datos visual.

La prensa escrita tomó como primera opción la nube de humo sobre Manhattan antes de centrar-se rápidamente en los bomberos, erigidos como héroes de los acontecimientos. Se trataba de imágenes con un bajo valor documental, pero con un alto valor simbólico, en un momento en que todavía nadie podía atribuir el acto terrorista a Al Qaeda con certeza. El trabajo iconográfico de las agencias de noticias podía acompañar el duelo nacional sin explotar demasiado la dureza y la violencia de otras imágenes que hubieron podido ser elegidas (caídas por las ventanas, los cuerpos de los heridos, el pánico de los testigos…). Lo que aparece es el monopolio de la imagen de la agencia Associated Press (de la cual provenían 3/4 partes de las fotografías de los acontecimientos), lo que explica la circulación transnacional y uniforme de este mundializado acontecimiento.

Si bien los medios americanos fueron tomados como rehenes por los terroristas obligados a una especie de aturdimiento, se liberaron ofreciendo su propia historia, una historia de coraje, generosidad y proximidad como la foto del cura Mychal Judge, un sacerdote que murió predicando los últimos sacramentos a los bomberos en Manhattan, primera víctima declarada de los acontecimientos (Shannon Stapleton, Reuters). Este relato no es tanto explicativo como emocional, y tiende a ocultar la realidad de los ataques, mal entendidos por la opinión pública, ya que se sabe poco acerca de las acciones de la CIA, la NSA y otras agencias de EE.UU. en el Próximo y Medio Oriente. De hecho, desde los años de Clinton, el tema del terrorismo había desaparecido incluso de las portadas de periódicos como The New York Times, y antes de eso, la atención se había dirigido a los países vecinos en América Central y América del Sur (Nicaragua, Guatemala, Chile…). El papel de las imágenes parece crear las condiciones de desinformación de los espectadores, mantenidos en la ignorancia, tanto antes como durante los hechos. Y algunas imágenes, especialmente las primeras difundidas que representaban los cuerpos de las víctimas, desaparecieron, lo que ayuda a prolongar esta ignorancia, como la llamada «Falling Man» (Richard Drew, de AP)… La uniformización de las imágenes contribuye a la simplificación de los acontecimientos, ya que fuera de contexto: contribuye a un sentimiento de barbarie, horror, consternación e ira, y puede despertar el patriotismo sin mucho esfuerzo.

El encuadre dominante de los días posteriores al evento encaja con ese escenario del bien contra el mal, de la civilización contra la barbarie. Esto se refleja visualmente en la oposición Bin Laden vs bomberos. En busca de una figura que pudiera encarnar el prototipo de los terroristas, los medios de comunicación de EE.UU. mencionaron desde las primeras horas a Bin Laden, al cual opusieron los rostros de los bomberos, rescatadores, cuya devoción no tiene límites, especialmente aquellos que dejaron su vida entre los escombros tratando de salvar a otros. Así es como los medios de comunicación construyen el trabajo del duelo tras los atentados. En la ausencia del cuerpo – porque las autoridades acordonaron la zona – muchas historias se cristalizan en torno a los equipos de rescate y se centran en aquello que éstos evocan: la solidaridad, el patriotismo, el heroísmo ordinario.

Es más bien a la ficción de la guerra a lo que remiten estas imágenes, haciendo como de caja de resonancia de otras imágenes traumáticas ligadas a los escenarios de desastres de Hollywood (Armageddon, Die Hard, o Pearl Harbour, lanzado en mayo de 2001). La ideología dominante es clara: el más fuerte gana en un combate que es del Bien contra el Mal. Esta es probablemente la apuesta más perniciosa de los terroristas: que los estadounidenses reaccionen de acuerdo con la lógica de estos escenarios, según ley del Talión. No tienen mala vista: George W. Bush lanza rápidamente la «guerra de civilizaciones», en la que pide que los terroristas sean capturados vivos o muertos, en clara alusión al final del estado de derecho y de la venganza a ultranza. Esto va a caracterizar la próxima década e inaugurar el nuevo milenio, con muy pocas imágenes de los cuerpos de soldados muertos, ya sea en Afganistán (de 2001 hasta el presente) e Irak (de 2003 hasta la actualidad). Los únicos dos escándalos visuales notables, pasados por el nuevo medio dominante que es Internet, serán a costa de los cuerpos de los enemigos: la tortura de Abu Grahid y las condiciones deplorables de detención en Guantánamo.

2) Entre 2001 y 2011: el “déjà vu” de las imágenes conmemorativas

La dimensión histórica de «deja-vu» también caracterizó la década, particularmente en relación a Pearl Harbour. Ésta ha sido dominada por la imagen de tres bomberos izando la bandera americana en los escombros del World Trade Center «Flag at Ground Zero» (Thomas Franklin, AP), que recuerda irresistiblemente la fotografía de los seis marines plantando el símbolo americano en el islote de Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial, «Raising the Flag on Iwo Jima» (Joe Rosenthal, AP). El trabajo inconográfico de los medios revela cómo han seguido el juego del poder empujándose a sí mismos hacia el ansia de entrar en guerra, una guerra “justa” beneficiándose del aura de la segunda Guerra Mundial – relegando Vietnam y las otras intervenciones americanas a la penumbra de la historia. A través de un conjunto de huellas de la memoria, relacionando memoria e historia icónica, el poder mediático crea analogías visuales con una influencia impresionante y fuertemente politizada en toda la población (aunque la historia no se esté repitiendo). Ya están anticipando la propaganda de Estado y revelan la complicidad creciente entre los medios y el gobierno desde el final de la Fairness Doctrine en 1987 (en especial con el surgimiento de la cadena Fox, de Rupert Murdoch, de la que se reveló en 2011 que había hecho escuchas a las víctimas del 11 de septiembre…).

La dimensión a-histórica de los hechos vista a través del prisma repetitivo i paroxismal de los medios de comunicación sugiere que éstos están interesados en otra temporalidad, la de la memoria, vista como un eterno presente. La dimensión política del tratamiento mediático consiste en sustituir una explicación histórica y crítica, – problemática en el caso del 11 de septiembre ya que debería recurrir al análisis de los caminos contradictorios de la política exterior de EE.UU. – por una explicación simbólica i memorial afectiva y no racional, pero tranquilizante, inmediata y profundamente dramática.

Esto se ve reforzado por las prácticas mediáticas conmemorativas de las familias de las víctimas, a menudo acompañadas por los propios medios. Las imágenes participan en el proceso de duelo en forma de compensación, sobre todo en la exposición «Here is New York: a democracy of photographs», que compensa lo que no es mostrable por la prensa y utiliza un lugar de recuerdo y de conmemoración muy americano: el muro de imágenes y nombres. Toda la violencia de las imágenes de los acontecimientos se revela sin jerarquía o selección. Los muertos se apoderan de los héroes comunes que son los bomberos, en una especie de monumento a los caídos en el que nadie es desconocido. Las paredes de las fotos de los desaparecidos (que recuerdan otros muros de lamentaciones) se cotizan en Internet, donde algunos sitios se dedican a estas imágenes y se han establecido como memoriales virtuales donde los usuarios están invitados a presentar sus condolencias (www.Ultradio.comwww.MetaFilter.com, etc.). Los parientes y amigos depositan fotos familiares, donde los desaparecidos muestran una actitud abierta, amable, sonriente. Estas imágenes sustituyen a las de los cuerpos desaparecidos y vienen a llenar el vacío tan evidente en la cobertura, por la censura y la autocensura. Estos modelos conmemorativos forman la experiencia de un déjà-vu.

La conmemoración visual culminará con la publicación por parte del The New York Times, durante todo un año (de septiembre de 2001 a 2002), de los retratos de las víctimas. Éstos se agruparán en una colección de 560 páginas titulada «Portraits of Grief», lo que representa 1.910 víctimas (de las 2800 contabilizadas). Acompañados de información biográfica, estos retratos no buscan la contextualización sino la exploración emocional de la tragedia, donde se asocia al individuo con una comunidad virtual, la de la nación. Este trabajo de recopilación y de presentación buscando la exhaustividad no se hace sin reminiscencias de la Memoria del Holocausto, o del tratamiento de los nombres de los soldados caídos durante la guerra de Vietnam. El ataque terrorista se construye así como una declaración de guerra, con un discurso nacional visualmente desarrollado, donde los muertos del 11 de septiembre pasan a convertirse en soldados. Esta fase contribuye al desarrollo de la historia de Estados Unidos dándole una dimensión patriótica al atentado y justifica así constantemente la doctrina Bush («us vs. them») y la respuesta militar inevitable.

La conmemoración visual también se transmuta sacralizando la ubicación del World Trade Center, que es la «Zona Cero», un lugar de peregrinación y de turismo a la vez, en donde se elevará un monumento… y una nueva torre. Estas imágenes se elaboran como en un palimpsesto, los restos en ruinas van desapareciendo poco a poco dando paso a un mensaje de futuro y de rebote, de un pueblo que sufre. El punto cero es una metáfora significativa que constituye un lugar fundacional: este es el punto en el suelo donde la bomba detona, una referencia a Hiroshima y Nagasaki – la Segunda Guerra Mundial, una vez más. Las torres gemelas del World Trade Center, por extensión, se combinan en sí mismas con las víctimas de dos ciudades japonesas… y sugieren la determinación inexorable de los estadounidenses contra el eje del mal.

3) 2010 – lo que no se dio a ver: la falta de imágenes sobre la muerte de Bin Laden

Diez años más tarde, los estadounidenses han aprendido la lección dada por Al Qaeda y han cambiado voluntariamente el paradigma de los testimonios de la imagen. La organización terrorista se había basado en la presencia de una cobertura mundial en vivo de sus ataques contra el World Trade Center, lo cual fue un éxito. El ejército estadounidense confía en la ausencia total de imágenes para capturar el símbolo del terrorismo y lo ha conseguido. Sin imágenes, la ingenuidad envuelve al público y a los comentaristas de los medios también. Sin imágenes, los simpatizantes no pueden realmente hacer de su líder un héroe o un mártir, a pesar de que el Islam dice que no necesita la representación. En no generar un acontecimiento mediático, los estadounidenses se adelantan a los rituales y ceremonias, y hacen que sea difícil para los fieles el duelo y la conmemoración. No resolviendo el conflicto en la violencia sacrificadora de la fe (la llamada ceremonia del entierro en el mar no se mostró tampoco), se les priva de la comodidad y la resolución. Como un espejo simétrico, pero al revés, de lo que pasó con las familias de las víctimas… «ojo por ojo», uno está tentado a decir en esta extraña ley de la venganza.

Esta estrategia de la subexposición es interesante porque se corta la emoción. Las cámaras de televisión lo han entendido inmediatamente pues han buscado imágenes de las familias de las víctimas del 11 de septiembre junto a la bandera de Estados Unidos: el ritual se encuentra allí, en la religión civil que es el patriotismo. Incluso cuando circularon las falsas imágenes del cadáver de Bin Laden que viajan a través de Internet, tratando de jugar al clásico juego de la puesta en escena del cuerpo muerto (la mutilación, la humillación ….), éstas fueron rápidamente denunciadas como un montaje. Es una estrategia de distanciamiento en frío (la noticia no se dio de inmediato, por lo tanto también se resistió a la tentación de la «primicia»).

La construcción visual de la memoria, tan importante para nuestras sociedades mediáticas contemporáneas, ha sido reapropiada. La evidencia visual de la autenticidad de la muerte está ausente y por lo tanto, no se puede dar lugar a la espectacularización. Este proceso permite minimizar la potencial disrupción por parte de la imagen (y del eventual proceso que podría haberse desencadenado en caso de captura). También minimiza las voces de la disidencia, con la construcción unilateral de sentido por parte de un Presidente omnisciente que dice que hay que confiar en su palabra -y un país que toma la responsabilidad exclusiva de sus actos a la vez que se ha beneficiado de apoyos internos y de otro tipo.

Esta estrategia es arriesgada, ya que da rienda suelta a la especulación: la falta de imágenes será interpretada por algunos como la desinformación o la obliteración de la verdad. Además, los defensores de la teoría de la conspiración, emiten dudas sobre la realidad de la muerte del personaje, a pesar de las muestras de ADN, invisible para la simple vista de las cámaras. ¿Y qué decir del hecho que los acontecimientos han sido filmados en vivo, frente los ojos del Presidente, con una cámara pegada al casco de un soldado? Así como los archivos del Pentágono, sin duda se tendrán que esperar 50 años para que los documentos sean desclasificados. El dispositivo militar es más importante que el mediático, para consternación de los defensores de la libertad de expresión y de la Freedom of Information Act.

Se trata de un doble golpe mediático del presidente Barack Hussein Obama, contra Bin Laden y sus seguidores, por un lado, y en contra de George W. Bush y sus partidarios republicanos en el otro: la falta de una imagen le da influencia sobre el enemigo número uno del público estadounidense así como sobre el ex presidente de un Estado fallido, sobre todo porque le anula el control sobre su ya terminada retórica, a la vez que su propia visibilidad mediática en tanto que único detentor de la información. Él afirma su resolución a la luz del mundo y así borra cualquiera sospecha de no-estadounidense mediante la usurpación de la victoria a su oponente que no pudo resolver la crisis política en su tiempo, a pesar de sus promesas electorales…

Sin embargo, queda la cuestión de la «justicia» de esta acción que no sólo priva de la imagen ni de cuerpos. ¿Puede el cuerpo social contentarse de una desaparición en alta mar, sin juicio? Este acto que no se dio a ver, sin embargo representa una negación de los logros sociales y políticos de la democracia: el estado de derecho ha sido apartado a un lado y las cuestiones del poder se han ejercido sin una simetría posible a través de un proceso judicial. La naturaleza del enemigo y la barbarie lo justifican, sin duda, pero el tema del estado de derecho es lo que mayormente puede mitificar a un enemigo que nunca quiso regirse por las leyes. Actúa como él es como darle la razón i jugar el juego de la justicia inmanente y autoproclamada. Situado en la no-ley, en lo in-correcto, este acto da la sensación de una violación extrema del orden civilizado. Sugiere una elisión de la democracia, no sólo en el sentido de lo que se elimina o está ausente, sino en el sentir de aquello que se supone que se presenta como una condición legítima de la representación y como una razón fundamental para rechazar la barbarie en una democracia. El campo de la imagen, sobrepresente o ausente decididamente también es tan arriesgado que el territorio de la guerra real.

Referencias

Clément Chéroux, Diplopie, L’image photographique à l’ère des médias globalisés: essai sur le 11 septembre 2001. Paris: Le Point du Jour, 2010.

Divina Frau-Meigs, Qui a détourné le 11 septembre? Information et démocratie aux Etats-Unis. Paris-Bruxelles: Deboeck-Ina, 2007.

Divina Frau-Meigs, «Voir le 11 septembre», Transatlantica, 1 | 2001, en línea.

Barbie Zelizer and Stuart Allen (eds). Journalism after 9/11. London: Routledge, 2002.

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