Paisajes Insurrectos, de Rossana Reguillo. Notas de lectura

 

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Miquel de Moragas reseña el libro: Reguillo, Rossana (2017): Paisajes insurrectos. Jóvenes, redes y revueltas en el otoño civilizatorio (Barcelona: Nuevos Emprendimientos Editoriales, S. L.)

Paisajes Insurrectos. Jóvenes, redes y revueltas en el otoño civilizatorio,  de Rossana Reguillo (2017), fruto de una larga historia de reflexiones y compromisos, es un libro poliédrico, de miradas teóricas, de estilos narrativos y de objetos de estudio. No es un libro de ciencias sociales, de antropología, al uso. La antropóloga se desprende del armado terminológico académico, para encontrar en otros lenguajes -incluido el poético- la forma de penetrar en las angustias y en las esperanzas de los cambios sociales que se narran.

Este estudio etnográfico sobre los paisajes insurrectos me ha recordado las formas de expresión de varios géneros de la comunicación urbana, como la fotografía testimonial, los cómics dedicados a la marginación, las letras de las canciones de la rumba y el rap, también la poesía y la novela.

Los lectores, que también deberán hacer algún notable esfuerzo intelectual en diversos pasajes, quedarán finalmente “enredados”, como su autora, en esta obra: “Me esforcé por no poner la dinámica de la revuelta en mis propias estructuras de significación. Pese a este esfuerzo es posible que el sesgo subjetivo de mi entusiasmo por la plaza-deseo que fue Zuccotti me traicione” (página 67).

Este no es un libro para ser leído en una butaca, sino más bien para ser subrayado, para ser usado en talleres y seminarios, parando y discutiendo, aventurando futuros no previstos en el libro. Parafraseando a García Canclini, cuando se refería al libro de Martín Barbero De los medios a las mediaciones, este libro no solo parece destinado a confundir a los bibliotecarios, sino también a confundir – estimulando- a los reseñadores.

Por esto, la reseña que sigue tampoco se propone ser una reseña canónica, sino más bien un testimonio de lo que he ido pensando durante su lectura, a medida que iba descifrando sus contenidos. Más que una crónica o descripción del libro me encontré escribiendo algo así como una carta abierta a la autora, para dialogar con ella e interrogarle sobre mis dudas.

 

El objeto central

El objeto principal del libro son los eventos producidos por los movimientos insurgentes o de “los indignados” en la segunda década del siglo XXI y que constituyen grandes fenómenos sociales por su propia dinámica, por sus significados, por su ubicación (en la plaza y en la red), por sus dimensiones políticas, por los nuevos lenguajes y formas de comunicación, por los imaginarios que se generan. Todo ello con un registro común: la protesta y el desencanto frente al “poder propietario”. Los eventos objeto de análisis son el 15M en Madrid y Barcelona (año 2011), el OccupyWallStreet, en el parque Zuccotti de Nueva York (año 2011), la NuitDebout en la Plaza de la República de París (año 2016), los Nosfaltan43, del movimiento de protesta por la desaparición de 43 estudiantes en la ciudad de Iguala, en México (año 2014), y el YoSoy132, del movimiento estudiantil por la democratización de los medios de comunicación también en México (año 2012).

 

Los jóvenes, principales insurrectos

En estos movimientos participan gentes de todas las generaciones, pero, incuestionablemente, son movimientos protagonizados básicamente por jóvenes, que son quienes plantean las nuevas agendas, imaginarios y formas de comunicarse y de interactuar en la plaza y en la red.

En este sentido, el libro se beneficia de la larga experiencia de investigación de la autora sobre la realidad social y las culturas juveniles, especialmente de las comunidades juveniles más marginadas:“Vidas que no importan, vidas no lloradas, vidas que se afirman en el poder de la muerte del que se apropian en una carrera en la que acumular violencia es la única posibilidad de abrirse paso hacia el futuro inmediato evanescente” (página 37).

Puedo recordar que estando en Barcelona, en la época que orientábamos nuestra mirada a los éxitos de 1992 (la ciudad transformada, proyectada mundialmente, olímpica), Rossana Reguillo se desplazaba a los barrios de Can Tunis, al sur de Montjuïc, donde entrevistaba a los jóvenes marginados, sometidos por el negocio y el consumo de la droga.

Diversos apartados de Paisajes insurrectos nos devuelven a esta temática (ignorada en nuestro entorno más confortable) de la violencia extrema que sufren los jóvenes en distintas partes del mundo, como es el caso de aquellos que se ven envueltos en la telaraña del narcotráfico; con una narración estremecedora sobre los jóvenes que hacen funciones de hormigas, cuervos o estacas en este entramado. Para los jóvenes en contextos de pobreza, violencia y exclusión, la única posibilidad de “empleo”  es vender “riesgo”.

La parte principal del libro analiza la desilusión, el distanciamiento, la marginación de los jóvenes en ciudades de países tan distintos como México, Estados Unidos, Francia o España, identificando los grandes temas de su movilización: rechazo de la hipocresía del sistema democrático controlado por las élites, denuncia de la corrupción sistémica, denuncia de la marginación y falta de perspectiva de los jóvenes, incremento de las desigualdades en un mundo hiper globalizado. Una expresión atraviesa este movimiento: “nuestros sueños no caben en sus urnas”.

Los jóvenes no denuncian la falta de empleo en abstracto, sino que lo que denuncian es el paisaje que esto trae aparejado: seguridad, estabilidad, imagen de uno mismo. Rossana Reguillo recoge todas estas inquietudes y reflexiona sobre ellas: “He venido plateando que, frente al deterioro acelerado de las condiciones para la existencia digna, los estados han optado por el minimalismo de su brazo social y el maximalismo de su brazo represor y policiaco” (página 72).

Con el paso de los años continuo admirando la capacidad que tuvo Edgar Morin para resumir el “espíritu del tiempo” de los años 60, transcendiendo los análisis de contenido de la época para vislumbrar el sistema de valores dominantes en su tiempo. Rossana Reguillo hace lo propio con el sistema de valores dominantes y contra dominantes en el siglo XXI, siguiendo las trazas de los valores emergentes de los nuevos movimientos insurgentes.

 

La subjetividad y la imaginación. Movimientos sociales de fondo

Antes de entrar en la consideración de las prácticas comunicativas de los eventos insurrectos, y en particular de las nuevas dimensiones de la comunidad en red, la autora nos propone una amplia y profunda reflexión sobre los imaginarios de estos movimientos, sobre sus construcciones y deconstrucciones (“desanclajes”).

Hay una expresión que se repite y nos interpela: ¿qué quiere decir Rossana al referirse reiteradamente al “encuerpamiento”? Creo que puede interpretarse como aquello relativo al empoderamiento, al intercambio, al contacto, a los afectos, a la presencia, a la vivencia colectiva. Son vivencias personales y sociales al mismo tiempo. Y esto me ha hecho recordar las teorías del “flaneur” de Walter Benjamin. Paseamos por las calles reviviendo una memoria construida doblemente por nuestra experiencia individual y por la experiencia social  acumulada en cada lugar:“No pretendo reducir las batallas del siglo a una lógica binaria de buenos contra malos, sino, en todo caso, traer la noción de “identidad” a un proceso mucho más complejo que es el de subjetividad (que entiendo como la presencia de lo social en el sujeto) (página 35).

 

Nuevas tecnicidades, nuevos lugares, nuevos imaginarios

Los nuevos movimientos sociales son impensables sin las transformaciones de los espacios de comunicación que supuso la innovación tecnológica, con la eclosión de internet y la telefonía móvil multifuncional a finales del siglo XX. Debemos señalar que estas tecnologías conforman una nueva ecología de la comunicación que afecta a todos, a unos y a otros, a los insurgentes, pero también a los agentes del mercado, a los futbolistas, a los policías y a los banqueros. De lo que aquí se trata es de saber de qué manera estas tecnologías son utilizadas específicamente por los movimientos insurrectos, en el sentido de su capacidad para saber aprovechar las grietas que quedan abiertas y fuera del control de los controladores y, más en profundidad, hasta qué punto estas tecnologías influyen en las subjetividades y en la creación de imaginarios de los movimientos insurrectos.

Para comprender estos fenómenos, la autora profundiza en la dialéctica logo-emociones o afectos. En las concentraciones se produce lo que denomina “zonas de intensidad emotiva”, pero también zonas de enunciación creativa: ¿Estos movimientos acaso constituyen una multitud desordenada, contagiada de ira, sin capacidad de enunciación, pura emoción sin logos, pura forma sin contenidos, pura virtualidad que no es la vida real? Yo no acepto esto” (página 147).

Queda mucho por debatir sobre la relación entre las subjetividades y las tecnologías, quizás por esto Martín Barbero hable de “tecnicidades”. Centrándonos en el teléfono móvil (smartphone, celular, móvil), parece claro que este aparato establece relaciones profundas con el yo usuario. El móvil no es “un” teléfono, sino  “mi” teléfono, personalizado con fundas, contenidos e imágenes. El móvil interviene en nuestras relaciones sociales, crea nuevos lenguajes – como la posibilidad de comunicarnos por medio de imágenes-, desubica las tareas de sus espacios tradicionales, etc.

 

Las nuevas oportunidades de la red

La red no solo es transmisora de información sino que también es un agente de comunidad: “se reconfiguran las orientaciones afectivas a partir de o a través del contacto tecnológicamente mediado” (página 144).

Rossana Reguillo se refiere a ello proponiendo el concepto de “espacio público extendido”, que se caracteriza por su gran facilidad de “polinizar” ideas y consignas. Me gusta este concepto de “polinizar”, que me parece más incisivo y prosocial que el concepto, tan contaminante, o infectante, de “viralizar”: “Propongo pensar el espacio red como un proceso de polinización, es decir, como un proceso de transferencia fecundante que ocurre a través de los llamados ‘vectores de polinización’” (página 85).

La problemática no se sitúa entre “lugares” y “no lugares”, sino entre lugares y redes, entre lugares y comunidades. Rossana destaca que en el interior de las plazas ocupadas se crearon “micropolis” (con actividades diversas, ciudad de oficios, enseñanzas y fiestas). Algunas experiencias, como la de París en 2016, incluso se plantearon la no continuidad de la ocupación porque la red permite ocupar y desocupar. Los movimientos insurrectos se reúnen en la calle-ocupada y en la red de nodos, con numerosas interconexiones entre ambos espacios: “En la red se puede ser asamblea, y en la calle somos red” (página 124).

La red y los nuevos medios posibilitan pues la creación de nuevas “superficies de inscripción”. De ellas surgen mensajes, imágenes que rompen con la áurea de protección de los dirigentes y del propio sistema. La red es también sinónimo de nuevos medios, cuando los medios “convencionales” dejan de ser los únicos capaces de crear presencias y ausencias: “Si, por un lado, ha crecido la vigilancia, la creación de programas y dispositivos espías para frenar la acción colectiva y someter a las personas a constante vigilancia, también lo ha hecho la tecnopolítica, es decir, la creación de espacios, nodos y dispositivos que potencian la acción colectiva” (página 119).

La posibilidad (desde 2011) de uso del streaming, video en directo, constituye un factor clave de esta presencia, rompe el aislamiento de los movimientos alternativos urbanos. Recuerdo que durante el franquismo descubrimos que era posible capturar los mensajes de la policía en algunos receptores de FM, esto facilitaba escapar oportunamente y facilitaba los movimientos a los manifestantes, ahora ya no es solo la policía quien utiliza la geolocalizacion para sus estrategias.

El libro reconoce la existencia de un “lado negro” de internet, como es el caso del uso de “troles”, intervenciones de los gobiernos y otros actores para controlar las conversaciones, las irrupciones disruptivas (entrometidas) en las conversaciones y líneas de comunicación, los “bots” (aféresis de robot) con cuentas automatizadas que pueden producir varios efectos de inflación o desactivación.

A pesar de ello, se apuesta por un tecno-optimismo crítico, semejante al optimismo de Walter Benjamin frente a la tecnología de la copia y del cine : “no se trata de hacer una apología de la tecnología, sino de entender que el capitalismo electrónico tiene fisuras y que no solo produce patrones de consumo y nivelación de significados, sino que comporta la posibilidad de que sujetos diversos puedan comenzar a pensarse a sí mismos de maneras diferentes” (página 99).

 

Nuevos lenguajes

A demás de la “tecnopolítica”, creación de espacios, modos y dispositivos que potencian la acción colectiva, también se produce lo que por mi cuenta denominaría “tecnosemiótica”, en el sentido de que los movimientos insurrectos también crean sus lenguajes, sus géneros de expresión, con recursos semióticos muy elaborados.

Entre los recursos semióticos más propiamente dichos, por ejemplo, el juego simbólico de la alternatividad, como la bailarina sobre el toro agresivo de Wallstreet (ilustración de la página 44 del libro), o el uso creativo de los “memes”, de burla o denuncia, tan frecuentes en Twitter y Facebook, o el uso de hashtags que permite la “articulación de subjetividades políticas”, la concentración de intereses y al mismo tiempo su polinización.

 

Mirando al futuro

Los fenómenos analizados tienen sus espacios pero también sus tiempos. De la misma manera que si nos referimos a los lugares puede hablarse de “zonas de intensidad emotiva”, también podríamos hablar de “tiempos de intensidad emotiva” si nos referimos a los calendarios. Nacen en momentos especiales, crecen y se diluyen. ¿Desaparecen? Más bien diría que se transforman. Pueden mutar en su estructura y convertirse en otros modelos de acción social, pero también pueden reproducirse en otros lugares y contextos.

Un ejemplo cercano. A principios de la segunda década del siglo XXI estos movimientos insurrectos, de ocupación de plazas y calles, excluían o rechazaban de manera explícita su participación en los terrenos de la política formal, electoral, y mantenían su resistencia a elaborar un programa de demandas específicas. Este era el caso, por ejemplo, del movimiento del 15M. Sin embargo, las posteriores experiencias de Podemos y de los movimientos de los comunes en varios ayuntamientos de España (Madrid, Cádiz, Barcelona, Santiago, Coruña) han ido desescalando aquellas posiciones.

Pero estos movimientos también tienen sus “derivas de continuidad”.  La autora observa la capacidad de reactivación de las experiencias de algunos fenómenos: “los nodos que habían sido creados en 2012 se reactivan de forma casi inmediata frente al acontecimiento #ayotzinapa 2014)”; “En el proceso de subjetivación, no todo ha sido disciplinado para siempre, y, por ello, no todo es previsible o controlable” (página 125).

Se suceden nuevas formas (repertorios) de identidades colectivas posibles, y esto no solo afecta a las identidades tradicionales, como los partidos políticos, sino que también puede afectar a las nuevas identidades alternativas, que buscarán nuevas formas y desarrollos.

 

Para finalizar

El título de Paisajes insurrectos se completa con el subtítulo Jóvenes, redes y revueltas en el otoño civilizatorio. Y me pregunto ¿Por qué en el otoño?

He buscado en YouTube piezas musicales que evoquen el otoño y he vuelto a escuchar la pieza memorable de Vivaldi. Hay, desde luego, piezas tremendamente cursis sobre la caída de las hojas y el color ocre de los árboles, pero en la música y en la poesía romántica parece prevalecer la idea del otoño no tanto como un tiempo de ocaso, sino como un tiempo de maduración para el progreso, tiempo para replegarnos, pensar, para preparar la eclosión. En este sentido, las insurrecciones que aquí se describen aparecen como una promesa, como un otoño que antecede a la primavera civilizatoria.

 

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