Magí Camps: “Los cambios en la lengua son muy lentos y se deberían hacer con menos complejos, sin miedo”

 

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Por Marta Civil i Serra (InCom-UAB) 

El periodista y filólogo Magí Camps (Barcelona, 1961) es redactor jefe de Edición de La Vanguardia. Coordina el equipo formado por periodistas, correctores y traductores que, desde el año 2011, trabaja para la edición en catalán y en castellano del diario líder de audiencia y más antiguo de Cataluña. Es también el coordinador del nuevo Llibre d’estil ‘La Vanguardia’ (Barcelona: Libros de Vanguardia, 2018), que recoge más de ocho años de trabajo. Hemos quedado con él para hablar de esta novedad editorial y profundizar sobre la evolución de la lengua a través de los medios de prensa escrita y el proceso para incorporar nuevas palabras en el lenguaje normativo.

La Vanguardia nació en 1881, en castellano, y a partir del 3 de mayo de 2011 también se edita en catalán. ¿Cómo se planteó el paso a las dos ediciones?
Había una petición social para que La Vanguardia se publicara también en catalán. Somos un país extraño. Mucha gente quería leer La Vanguardia, porque los contenidos le gustaban mucho, pero al ser en castellano optaba por comprar otro diario que fuera escrito en catalán. La empresa estudió la propuesta y decidió sacarla adelante. Es un proyecto caro y complejo, con ampliación de personal, y también más trabajo de impresión y distribución. Pero es verdad que con la edición en catalán ha aumentado el número de ventas y de lectores, y esto nos ayuda a mantenernos.

Usted coordinó un equipo de trabajo, en la redacción, asesorado por la empresa alemana de servicios lingüísticos y de traducción automática Lucysoftware, con sede en Barcelona. ¿Cómo se llevó a cabo el trabajo para implementar el sistema de traducción en las dos lenguas?
En el equipo hay filólogos, traductores y periodistas, que son las tres ramas que nos abastecen. Estudiamos las distintas ofertas del mercado y la propuesta de Lucysoftware nos pareció la más buena y la más flexible, que nos permitía una vez implementado el programa de traducción automática poder recibir asesoramiento según las necesidades que fueran surgiendo. Empezamos con un equipo inicial de unas 10 personas, con profesionales de esta empresa y de La Vanguardia. Estuvimos 8 meses traduciendo todo el periódico antes de salir oficialmente en las dos ediciones. Después ampliamos el equipo hasta 35 personas, durante unos 20 meses, con una media de 25 personas trabajando cada día. Lucysoftware nos ayudó a configurar el programa específico de traducción automática, hecho a medida para el diario, y para el proceso de postedición contamos con la empresa Incyta-Petra. Después de este periodo, ahora trabajamos, según el día, entre 12 y 15 personas, para la edición del diario y los suplementos, en catalán y en castellano. En una redacción formada por unos 150 trabajadores, esto supone entre un 8 % y un 10 % del total.

Desde el principio se previó que cada redactor escribiera el artículo en el idioma que prefiriera y después el equipo de edición se encargaría de la traducción a la otra lengua. ¿En el día a día, esto ha ido así?
Cuando estábamos en la etapa de los 20 meses iniciales, nos dimos cuenta de que teníamos que hacer un paso más. Cuando cubres una rueda de prensa en catalán o entrevistas a un escritor en catalán, el artículo se ha de escribir en catalán y después ya lo traducirás al castellano. No puede ser que un periodista entreviste, por ejemplo, al presidente de la Generalitat en catalán, pero escriba el texto en castellano, porque el diario también se publica en castellano, y después lo traduzca al catalán. Otra cosa es si el periodista no se siente suficientemente cómodo para redactar la entrevista directamente en catalán.

Deben haber vivido alguna anécdota curiosa, ¿verdad?
Una vez Artur Mas hizo unas declaraciones en catalán y dijo “xitxarel·lo”. El redactor escribió el artículo en castellano y puso “mequetrefe”, y en la traducción de las declaraciones al catalán ya no sé qué salió. Si la persona ha dicho “xitxarel·lo”, debes mantener “xitxarel·lo”. Y a partir de aquel momento trabajamos en los dos sentidos de las lenguas de traducción (del catalán al castellano y del castellano al catalán). Hoy la mayoría de los redactores escriben sus textos originales en castellano, pero un tercio lo acostumbra a hacer en catalán.

¿Qué dificultades se encuentran al traducir artículos periodísticos con fuerte componente literario?
El caso de los nombres propios es una cuestión de disciplina. Por ejemplo, si traduces un nombre ruso, has de asegurarte de que lo escribes bien en catalán y también en castellano, que no siempre se escribirán igual. La cuestión difícil es encontrar la fluidez en el lenguaje. Que las frases, una vez han pasado por la máquina traductora, sigan siendo fluidas, teniendo sentido. Esto incluso te puede obligar a reescribir el texto, por esto insisto siempre que es muy importante que el periodista revise la traducción. Nosotros, en la sección de Edición, haremos una segunda revisión, pero la primera siempre ha de ser responsabilidad del autor.

¿Y en los casos de los eventos especiales o los partidos de fútbol?
Cuando el Barça juega un partido de fútbol un sábado a las nueve y media de la noche, la traducción la tendremos que hacer a las doce, en media hora, porque no tenemos más margen de tiempo. La haremos tan bien como podamos. Son técnicas del oficio.

¿Cómo se ha asumido la traducción de los anuncios y de las páginas de publicidad?
Esto va por otra vía, depende del departamento de publicidad. Son otros productos. Si el anuncio lo hace el departamento de publicidad del Grupo Godó, también recurrirá a la máquina traductora que utilizamos en la redacción y que hemos bautizado con el nombre de Lucy, por Lucysoftware. En el caso de El Periódico, que fue el pionero en ofrecer una segunda edición del diario en catalán en 1997, fue admirable lo que hicieron teniendo en cuenta las tecnologías que había entonces. Ellos decidieron traducir los anuncios en una única dirección, del castellano al catalán. Nosotros, en La Vanguardia, decidimos hacerlo distinto, porque ya encontrábamos anuncios en catalán cuando sólo editábamos el diario en castellano. Ante esta situación, yo propuse que lo más lógico es que el anunciante decida qué quiere hacer: si se quiere anunciar en las dos ediciones en castellano, si prefiere hacerlo en catalán en las dos ediciones o si quiere aparecer en castellano en la edición en castellano y en catalán en la edición en catalán… El caso de los contenidos de la edición digital del diario también va por otra vía y se encarga la redacción de La Vanguardia Digital, no el equipo de Edición del diario.

El Llibre d’estil ‘La Vanguardia’ tiene una primera parte con normas básicas (pautas de estilo, diferencias entre la edición impresa y la digital o temas deontológicos) y una segunda parte, con palabras recurrentes que puedan plantear dudas. ¿Cómo se decidió si una palabra era admitida, admitida con alguna advertencia o no admitida?
Nosotros nos propusimos optar por el catalán normativo del Institut d’Estudis Catalans (IEC) siempre que pudiéramos, pero mirando qué hacían los otros medios. Aun así, en el día a día te vas encontrando palabras nuevas y tienes que ver cómo lo resuelves. Por ejemplo, yo en castellano hace veinte años ya me peleaba con la palabra “Internet”, que es un nombre común que viene del inglés. Llamamos por teléfono, escuchamos la radio, miramos la televisión y consultamos por internet. Por lo tanto, “internet”, en castellano y en catalán, ya la ponemos con minúscula inicial, aunque no está aceptada por el IEC. Una vez, a finales del siglo pasado, le hice una consulta al director de VilaWeb, Vicent Partal, y me dijo que esta palabra la teníamos que escribir con dos mayúsculas: “InterNet”, por Inter+Network. Y yo que precisamente lo que quería era tener apoyo para hacerlo más fácil… Aquí todo es más lento. Un compañero me decía: “Internet no es un nombre común, porque no le pones el artículo”, pero todo va evolucionando, y ahora ya hablamos de “la internet de las cosas” y la Real Academia Española ya ha aceptado la palabra en castellano. Desde el siglo XVIII hasta buena parte del siglo XX los escritores fueron la referencia a la hora de incluir una palabra en el diccionario. Pero a partir del último tercio del siglo XX han sido los medios de comunicación. En el Diccionario Panhispánico de Dudas, hay citas de escritores, pero la mayoría ya son referencias que provienen de los medios. Y a partir de aquí se hace la norma.

¿Hubo debate interno en la redacción al hacer el paso a las dos ediciones?
El redactor que escribe en un medio de prensa escrita no piensa en la traducción, se encuentra con ella, y si tienes una frase con el adjetivo “cuyo”, en castellano, la traducción automática al catalán es muy difícil. Las concordancias de género y de nombre no siempre funcionan. Algunos compañeros de La Vanguardia entendieron que con la aparición de la edición en catalán les estábamos pidiendo que bajaran el nivel de la lengua… Y les dije: “Al contrario, yo os estoy pidiendo que escribáis tan florido como consideréis”. El catalán de los medios era una lengua más sencilla para que todo el mundo la entendiera, pero ahora ya no hace falta que se baje el listón. Hemos querido mantener el lenguaje rico y elegante en las dos lenguas, gracias al esfuerzo de todos. Y es que el texto, cuando se traduce, no puede perder la calidad lingüística ni literaria del original. Lo que es evidente, esto sí, es que una misma persona escribe distinto cuando redacta un tuit o cuando elabora un artículo para un medio escrito.

¿Tienen previsto hacer difusión del Llibre d’estil ‘La Vanguardia’ en las escuelas y en los institutos, para acercar su modelo de lengua en el ámbito educativo?
Ya me gustaría, pero lo que pasa es que el libro de estilo es, por definición, una herramienta interna. En este caso, una herramienta interna para los redactores de La Vanguardia y que hemos publicado porque hemos querido dejar constancia de lo que hemos decidido ir aplicando. En España hubo un fenómeno cuando El País hizo su libro de estilo, que fue el primero.

Era en el año 1977…
En aquellos momentos no había ninguna guía parecida y el libro de estilo de El País se convirtió en el libro de estilo de muchas oficinas y despachos que no tenían nada que ver con el periodismo. Fue una herramienta de consulta. Hubo una serie de criterios útiles, en general. Pero por definición el libro de estilo es sólo interno, si no sería un manual de estilo, como el Manual de español urgente, de la Agencia EFE, que apareció años más tarde… En nuestro caso, los redactores no acostumbran a consultar el Llibre d’estil ‘La Vanguardia’ en papel, sino la intranet que tenemos, con la máquina traductora, que parte de la base del Libro de redacción ‘La Vanguardia’, que coordiné en 2004 cuando sólo publicábamos la edición en castellano, y tiene en cuenta también todo el trabajo de equipo de estos últimos ocho años de trabajo para la edición en catalán.

Usted compagina la edición en La Vanguardia con la docencia en la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universitat Pompeu Fabra. ¿Cree que la asignatura de “Traducción Periodística” que imparte se tendría que implantar también en los estudios de comunicación?
Lo que explico en la Facultad de Traducción e Interpretación son las características del lenguaje periodístico, porque si los alumnos algún día han de traducir un texto de un medio del inglés o de alemán al catalán o castellano, o a la inversa, sepan de qué manera tienen que intentar adaptarlo. En una facultad de Periodismo no sé hasta qué punto les podría interesar, porque ya saben cómo es la escritura periodística. Pero también podría ser un buen complemento, porque seguramente alguna vez tendrán que traducir sus propios textos.

En la columna de opinión que escribe cada lunes en La Vanguardia, titulada “Lletra petita”/”Letra pequeña”, usted reflexiona sobre aspectos lingüísticos, tanto del catalán como del castellano. En el año 2011 recibió el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, con «El rosco de los americanismos». ¿Qué supuso para usted este reconocimiento?
Fue en 2011, justo cuando estábamos preparando la edición en catalán. Me hizo mucha ilusión. Lo que pasa es que me sorprendió que me concedieran el premio por esta columna. Los miembros del jurado me dijeron que yo tenía muchas columnas interesantes, pero esta les pareció simbólica, al hablar de la integración idiomática de países y culturas, coincidiendo con la aparición del Diccionario de Americanismos de la Asociación de Academias de Lengua Española. En mis columnas siempre intento ser divulgativo, distendido, hacer un poco de broma. La lengua es áspera y lo que procuro es llegar a todo el mundo.

Desde diciembre de 2017 es miembro de la Sección Filológica del IEC. ¿Qué puede aportar?
Cuando me lo propusieron, también me sorprendió, porque creo que hay gente mucho más buena que yo en este campo. Lo que pasa es que hay académicos que no se han movido nunca de la universidad y a la Sección Filológica también les interesaba la aportación de un profesional de los medios de comunicación, profesionales que, a veces, nos vemos obligados a decidir cómo resolver un tema lingüístico hoy, para que salga publicado en el diario de mañana.

¿Cree que la nueva gramática y la ortografía de la lengua catalana, aprobadas por el IEC a finales de 2016, fueron bien recibidas?
Este tema es un poco complejo. La Real Academia Española hace modificaciones a menudo y no pasa nada. Hay cambios en el castellano normativo desde hace más de cuarenta años, pero todavía encontramos que hay personas que siguen poniendo acentos a palabras que hoy ya no llevan. Las academias tienen que ir innovando. En el siglo XIX la palabra “farmacia” se escribía con -ph- (“pharmacia”) y decidieron cambiar la -ph- por -f- y si ahora la escribiéramos así se pensarían que estamos locos. Los cambios en la lengua son muy lentos, se deberían ir haciendo con menos complejos, que no haya miedo.

¿Cómo cree que se implantarán los nuevos diacríticos normativos en catalán?
Los nuevos diacríticos ahora se enseñarán en las escuelas y los críos no sabrán que antes había más. Me consta que hay personas que se enfadaron con estos cambios normativos, seguramente porque no se supieron comunicar bien. Desde el IEC se trabajó la nueva Gramàtica de la llengua catalana en paralelo con la nueva Ortografia catalana y se consideró que la nueva gramática debía incorporar ya la nueva ortografía y eso supuso que la aprobación de esta nueva ortografía se precipitara. Si tú decides suprimir algunos diacríticos la gente lo puede entender, pero es necesario explicarlo bien. De hecho, si analizamos los diacríticos que habíamos tenido podemos llegar a la conclusión de que debería haber habido muchos más. Ahora tenemos dos años para adaptarnos a la nueva ortografía y gramática y la verdad es que todavía encontramos editoriales que están publicando obras con los acentos diacríticos de la normativa anterior.

En cambio, los medios de comunicación en catalán se pusieron de acuerdo para aplicar juntos la nueva gramática y ortografía a partir del 1 de enero de 2017, entendiendo que los medios también tienen un papel en la divulgación social de la lengua.
Sí, nos pusimos de acuerdo. Nos pareció que era una buena propuesta hacerlo juntos. De este modo te sientes acogido y no estás solo en el mundo. Como la mayoría de medios, en este caso sobre todo de prensa escrita, estábamos de acuerdo, adelante. Ha sido una manera también de fortalecer nuestra lengua y de ayudar al lector a acostumbrarse a ver aplicada la nueva normativa en un periodo de convivencia de la anterior con la actual.

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