De la destrucción de la palabra escrita

 

Selección

No es necesario ser un amante empedernido de los libros para disfrutar paseando por las salas de estudio de la Biblioteca Central de Lovaina. La combinación entre la acogedora calidez de la madera en la que están enteramente construidas y el placer de hojear las páginas de los ejemplares allí guardados provocan un curioso efecto de bienestar; no es extraño detectar sonrisas plácidas entre turistas y visitantes ocasionales. Sin embargo, tampoco resulta difícil caer en la cuenta de la extrema fragilidad de ambos materiales, especialmente teniendo en cuenta la historia del recinto.

Sus muros de piedra nos informan profusamente sobre este riesgo hoy tan lejano: la fachada exterior es todo un canto simbólico a la victoria aliada en la Primera Guerra Mundial, momento en que fue destruida adrede por los alemanes. En las paredes interiores están esculpidos los nombres de infinidad de instituciones estadounidenses que colaboraron en su reconstrucción tras la pérdida de más de trescientos mil volúmenes. En el centro de un patio interior, abandonadas a su suerte, se pueden encontrar unas enormes letras talladas en piedra. Aluden al furor teutonicus, cita que no se consideró oportuno instalar en el frontal por no ofender la sensibilidad germana. A pesar de que volvieron a bombardear las instalaciones en 1940, perdiéndose un millón de libros más.

Pero no es cuestión tampoco de cebarse, pues habría que buscar mucho para encontrar alguien autorizado para tirar la primera piedra en lo que a destruir escritos se refiere. La bibliofobia, o más concretamente la biblioclastia, es una antiquísima práctica que surge casi en el mismo instante en que aparece la escritura. Hay muchas causas por las que un libro puede resultar arruinado: empezando por la mala calidad de sus materiales, pasando por innumerables bacterias de exóticos nombres o desastrosos accidentes meteorológicos, hasta los incendios fortuitos. Pero la eliminación por la mano del hombre es la única que responde a una premeditación y, por ello, la más controvertida.

¿Qué es lo que lleva a los seres humanos a destruir los libros? A simple vista, parece un acto de barbarie propio de personas ignorantes. Pero antes de seguir esa senda, hagamos un pequeño ejercicio. Imaginémonos en nuestra librería favorita, contemplando una estantería repleta del título que más rabia nos dé, ya sea la biografía de Belén Esteban, lo último de Paulo Coelho o el Mein Kampf. Pueden escoger el que quieran a condición de odiarlo a conciencia… ¿De verdad no les apetecería enviarlo derechito a la hoguera o a la recicladora de papel? No hay más preguntas, señoría.

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