La dimisión de un jerarca católico muestra las consecuencias en el mundo real de las prácticas de las industrias estadounidenses en materia de recolección de datos.
La “privacidad de datos” es uno de esos términos que parecen desprovistos de toda emoción. Es como un refresco sin gas. Al menos hasta que los fracasos de Estados Unidos en la creación de protecciones de privacidad de datos, incluso básicas, tienen repercusiones de carne y hueso.
La semana pasada, un alto jerarca de la Iglesia católica en Estados Unidos dimitió después de que un sitio de noticias reveló que tenía datos de su teléfono móvil que parecían mostrar que el administrador utilizaba la aplicación de citas LGBTQ Grindr y acudía regularmente a bares gay. Los periodistas tuvieron acceso a los datos de los movimientos y huellas digitales de su celular durante parte de tres años y pudieron rastrear los lugares a los que acudía.
Sé que los lectores tendrán sentimientos encontrados al respecto. Algunos creerán que es aceptable utilizar cualquier medio necesario para determinar si un personaje público incumple sus promesas, aunque se trate de un sacerdote que pudo haber roto su voto de celibato.
Sin embargo, para mí, la noticia no se trata de un solo hombre. Se trata de una falla estructural que permite que existan datos en tiempo real sobre los movimientos de los estadounidenses y que se usen sin nuestro conocimiento o verdadero consentimiento. Este caso muestra las consecuencias tangibles de las prácticas de las grandes industrias de recolección de datos que, en gran medida, no están reguladas en Estados Unidos.
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