Paquita Aparicio
The simple narrative taught in every history class
is demonstrably false and pedagogically classist”
Bo Burnham
De pequeña, recuerdo que tenía miedo a la oscuridad. Era meterme en la cama, apagar la luz y caer en el abandono, un limbo habitado por bichos grandes, peludos, con cuernos y varias cabezas, que conocían mi nombre y mis pasiones, que estaban atentos al primer descuido. A que se saliera un brazo o una pierna de aquella balsa viscoelástica. Preparados para tragarse mi lengua. Las noches eran una batalla, un aguantar la respiración para que el orangután de la silla de la ropa me creyera dormida, muerta. Así él no se movería nunca.
El otro día lo estuve pensando, hace mucho que las viejas quimeras no me visitan, desde que tuve la certeza de que una lamparita bastaba para deshacerse del monstruo. La certeza de que los peores engendros atacan a plena luz del día. La certeza de que podemos ser nosotros.
Según un informe publicado por Statista en 2018, las redes sociales se han convertido en la principal plataforma de acoso en Europa. Por otro lado, una encuesta del Pew Research Center publicada este año señala que, en septiembre de 2020, al menos el 41% de los americanos habían sufrido algún tipo de acoso online.
En España, la revista Pikara Magazine, en colaboración con la abogada Laia Serra, desplegaba un estudio sobre la violencia online y cómo se vierte, en especial, sobre las mujeres que tienen relevancia pública: comunicadoras, periodistas, activistas, etc. Esto constituye un ataque directo contra la visibilidad de las mujeres, su plena participación en la vida pública y cómo se construye el relato online, que no deja de ser parte de la crónica social de nuestro tiempo. Porque las redes sociales son ya un pedazo de la vida e identidad de, al menos, la sociedad occidental.
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