La atención es la capacidad de mantener un proceso mental, en el tiempo y en el espacio, a pesar de estímulos distractores. Por proceso mental me refiero a cualquier tipo de actividad cognitiva, una entre las muchas tareas perceptivas, analíticas o mnemónicas que lleva a cabo nuestro cerebro, y que la psicología intenta identificar y clasificar en habilidades específicas. Mantener en el tiempo quiere decir sostener esa actividad un lapso suficiente para que pueda dar un resultado útil, y mantener en el espacio se refiere a que, en general, este foco de atención tiene que centrarse en algo que esté localizado y definido (un espacio que puede ser físico o mental). Los estímulos distractores pueden ser externos, cuando proceden del mundo sensorial, o internos, cuando se asocian a vagabundeo mental y rumiaciones.
Con estas premisas, tenemos que reconocer que la atención es una capacidad crucial de nuestra mente, porque, sencillamente, limita todas las otras capacidades. Es decir, uno puede tener una excelente habilidad de cálculo, lingüística, de visualización o de razonamiento, pero si no es capaz de mantenerla activa durante más de unos pocos segundos, no le va a servir de mucho. Es decir, la atención es un factor limitante de nuestra capacidad cognitiva general. Un cuello de botella. Tener poca atención es como tener un grifo estrecho: solo puede salir poca agua cada vez. La mayoría de los comportamientos clave de nuestra especie tan sapiente, dependen, de hecho, de la capacidad atencional, que es la base de los procesos de aprendizaje y enseñanza, producción y uso de herramientas, desarrollo social, o análisis y solución de problemas. Por ende, tenemos que suponer que nuestra capacidad atencional ha sufrido importantes cambios a lo largo de la evolución humana, teniendo además una relación muy íntima con procesos más profundos que implican conciencia (darse cuenta) y consciencia (percepción de sí mismo).
A pesar de este rol crucial, la atención es también un factor complejo y complicado, con lo cual su biología y su definición siguen sufriendo bastantes incertidumbres y zonas de sombra. William James, un pilar de la psicología moderna y un estudioso con una increíble capacidad de visión, dijo que todo el mundo sabe qué es la atención, y tenía razón. Otra cosa es dar una definición coherente y completa, y saber qué pasa en las entrañas del cerebro cuando activamos el foco atencional. Sobre todo porque está claro que «atención» es un término muy general, que en realidad agrupa procesos y mecanismos muy distintos. De hecho, se supone que existen por lo menos tres redes atencionales, una para la alerta general del organismo, otra para filtrar las informaciones que recibe, y otra más para gestionar intencionalmente sus recursos mentales. Sin contar con que todo ello a veces se aplica a las señales que entran desde fuera (procesos bottom-up: el ambiente llama la atención del cerebro), y a veces a los propósitos que diseñamos por dentro (procesos top-down: el cerebro escanea intencionadamente el ambiente). En todos los casos, la atención es una parte fundamental de esa interfaz compleja que regula, equilibra e integra nuestro cerebro con el ambiente que nos rodea, cuerpo mediante. Así que ya tenemos dos roles cruciales para la atención: factor limitante de todas las otras habilidades mentales, e interfaz entre cerebro y ambiente. Suficiente para llegar a una conclusión tajante: hay que cuidarla.
La psicología ha otorgado desde siempre un papel central a la atención, pero el asunto se va haciendo cada vez más crítico. Por un lado, aumentan las evidencias científicas que destacan su importancia, y al mismo tiempo aumenta la evidencia de que nuestros modelos culturales están afectando seriamente nuestra capacidad atencional. Como ocurre con la comida o con el medio ambiente, también en el caso de la atención nuestra economía se fundamenta en su degradación, en lugar de propiciar su desarrollo. A nivel de divulgación, hace unos años Daniel Goleman publicó Focus, un libro sobre la importancia de la atención en el contexto individual y social, con ejemplos que incluyen aplicaciones en las escuelas, en los hospitales o en las cárceles. Recientemente, Charo Rueda ha publicado Educar la atención, para subrayar el papel de la atención en el desarrollo infantil y escolar. Y, recientemente ha visto la luz El valor de la atención, de Johann Hari, un libro que representa, en mi opinión, una señal de cambio bastante interesante.
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Imagen de Doris Metternich en Pixabay