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El feminismo está por todas partes. Aparece a diario en los debates políticos, económicos, incluso científicos y tecnológicos. Su difusión es una buena noticia, pero también hay que advertir el peligro de que se convierta en un nuevo producto al servicio de la sociedad de consumo, tendencia que, si se impone, podría desactivar su fuerza transformadora. La originalidad de los hashtag analizados en este libro reside en su poder movilizador, en el uso de las redes sociales (Twitter, fundamentalmente) como altavoz y herramienta de empoderamiento colectivo. Los hashtags aglutinan a millones de personas con enorme eficacia y rapidez. Y tienen la potencia de crear adhesiones casi instantáneas con una o dos palabras. #MeToo o #Cuéntalo, por ejemplo, expresan, con su breve llamada, una realidad generalizada: que mujeres de todo el mundo sufren acoso sexual, que las agresiones y violaciones no son hechos aislados. El hashtag es energía, reivindicación, alivio y terapia. «No soy la única», es el sentimiento que su efecto produce en muchas mujeres, lo que aumenta su indignación, pero aminora la soledad y permite que el activismo no se quede en lo digital, sino que se organice y salte a las calles. Y permite también decir hoy sin miedo algo que hace décadas parecía impensable: «Sí, yo soy feminista».