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Te contarán una historia de fantasmas. El imbatible palacio a oscuras de los fantasmas es el cine, esa manera alquímica de abolir el símbolo y tallar un signo material, para que el signo susurre lo no-dicho y conceda una fugaz visión de lo no-visto. Tendrás que acercarte a ver, muy lentamente, y tendrás que callar. La lentitud y el silencio son el don de los gatos y el nervio del cine. Tendrás que girar hacia adentro tus globos oculares y aguzar el oído. Aprender a ignorar la trampa de la razón y la tentación de la mecánica.
Cuando tenía dos años, Eugène Green sintió cómo su cuerpo se disolvía en la luz. Convertido en eso que dicen que es un hombre, sintió los pasos de un fantasma a su lado en una noche oscura, en la que la nieve no dejaba de caer. Hay que caer para disolverse y ser fantasma, comulgar con los vivos y los muertos, ver el imperio y las ruinas del imperio, seguir el vuelo de pájaros sagrados y percibir la estela inasible que los guía.
Eugène Green tendió una soga y caminó hacia atrás, para saber dónde estaba el cine (es decir, el tráfico con fantasmas) antes de que al cine se le diera un nombre. Lo encontró en la fotografía de Nadar, Atget y Marville, en la pintura de Boudin, Monet y Moreau, en el teatro de Maeterlinck y Claudel, y en la escritura de Flaubert y Mallarmé, esos dos metafísicos del cinematógrafo. Pensó cuánto de cine había en Proust y cuánto en Henry James. Y cuánto habría en Dreyer y en Bresson. Trazó su propia cartografía del fantasma en las calles de Roma, de Sicilia, de Praga. Volvió para contarlo en este libro, a la manera del místico renano Meister Eckhart: un hombre noble marchó a un país lejano para adquirir un reino y regresó, el reino era ser uno en comunión con la naturaleza y el único objetivo del regreso era contarlo.
Para dejar constancia de que uno más uno nunca es dos, y de que allí no hay truco ni artificio. Hay un solo lugar donde volver a sentir lo que apenas se pudo presentir, donde volver a ver lo que apenas se pudo vislumbrar. Ese lugar es el cine, donde el fantasma altera la cuenta y rasga el velo. Nos queda el animal, o el cine. Que el cine nos lo cuente Eugène Green.