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El cine, como la naturaleza, nos sobrevivirá. Aun después del fin, un proyector continuará proyectando en Finisterre. Hará visibles sus figuras sobre la superficie del aire, reflejará sus fantasmas sobre el mar. Nada quedará de nosotros, salvo nuestros proyectos. Proyectar es hacer imágenes. Imágenes más altas, más hermosas que nosotros mismos. Hacer imágenes es creer. El credo de Jay Gatsby (escrito por Fitzgerald, encarnado una vez por DiCaprio) era la esperanza. Esperar es inclinarse y recoger los restos de una demolición. Tal vez hay solo dos preguntas en la vida: por qué no matarse, por qué no salir a matar. Van más alla de la ley. Es el suicidio, o el amor. Decir que ya no más o decir que sí, todavía. El cine dice sí. Nos necesita para hacer cuerpo a cuerpo. Nuestros ojos se inclinan y recogen los cuerpos y las cosas del cine. Se hacen manos.
En este libro hay cuarenta y ocho textos sobre cine concentrados en películas de este siglo que muchos hemos visto, con saltos hacia atrás, aperturas hacia géneros y filmografías e intersecciones constantes con otras disciplinas. Este libro es como girar un caleidoscopio. Están, entre otros, Bresson, Fincher y Scorsese, Ferreri, Chabrol, Jarmusch y Sofia Coppola, Herzog, Duras, Eastwood y Tarantino, Fellini, Baumbach, Spielberg y Buñuel, junto a Joseph Cornell y Andy Warhol, el western, los vampiros y el slash, Tolstoi, Miguel Ángel y la comedia romántica, Salinger, el biopic y el terror. Es un libro de preguntas y problemas acerca de la naturaleza y los límites de una imagen, su pudor, su ternura y su tiranía.
Lo propio del cine es demoler para reconstruir. También debería ser lo propio de la escritura sobre cine, en ese tránsito que va desde mirar hasta ver, desde ver hasta derramarse y, finalmente, tocar. Tocar la luz que parpadea en la noche desde el faro, rozarla apenas, como la rozó Jay Gatsby.