Hacia 1963, Salvador Dalí anotó en Diario de un genio la siguiente sentencia: “Se nace leyendo visualmente”. Tres años más tarde, durante su famosa charla con François Truffaut, el cineasta Alfred Hitchcock reformularía la frase de Dalí con absoluto desparpajo: “Se nace leyendo audiovisualmente”. Hasta cierto punto estas dos máximas son una boutade, pero como toda boutade esconden en su fondo una gran verdad: nacemos como animales visuales y, a partir de ello, interpretamos el mundo desde las imágenes que nos rodean. De hecho, podría decirse que las imágenes son por sí mismas una droga. Y el ser humano que consume imágenes desde su alumbramiento es, por antonomasia, un adicto a ellas. Durante siglos la imagen (entiéndase esto por lenguaje de íconos o símbolos) ha sido el principal medio de comunicación en diversas civilizaciones. A estas alturas no es nada nuevo decir que la plasmación gráfica del lenguaje visual es bastante anterior a la aparición de la escritura, incluso, del idioma1. Por lo que sabemos, los primeros hombres leían a través de pinturas rupestres, tatuajes en los cuerpos o herramientas con formas esquemáticas. Hasta hoy suena paradójico que inmensas poblaciones analfabetas y culturas ágrafas hayan sabido leer medios iconográficos para entenderse entre sí.
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