‘CASA TOMADA’, O LA APOROFOBIA EN LA ERA DE TIKTOK

 

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En un contexto digital en el que las redes sociales generan el retrato del mundo, la vulnerabilidad económica sigue siendo relegada –en ocasiones, de forma intencionada– a un plano invisible. Como si la realidad de hoy fuese la que dibujó Julio Cortázar hace 70 años: una sociedad que se lamenta de la pobreza, pero huye de ella.

Mauricio Hdez. Cervantes

El mundo tiene dos maneras de mostrarse: como uno imagina que es; y como lo es en realidad. Respecto a la primera opción, en tiempos de una revolución digital ya plenamente asentada, Instagram (con 1.386 millones de usuarios, la cuarta red social más grande después de Facebook, Youtube y Whatsapp) y, especialmente, TikTok son las herramientas más potentes para hacerlo. En cuanto a la segunda, basta con salir a la calle, buscar un nuevo empleo o mirar algunas cifras duras –como los 800.000 nuevos pobres que, según Oxfam Intermón, ha dejado la pandemia en España–.

La situación es aún peor en otros países como México, donde la cifra oficial de personas que cayeron bajo el umbral de la pobreza en los últimos tres años roza los 10 millones. ¿Y en Venezuela? Allí la realidad superó incluso a la ficción hace tiempo: el salario mínimo de los venezolanos es de 98 céntimos al mes. Aunque hay que tener en cuenta que sus datos, marcados por la opacidad siempre aluden a estimaciones, por lo que queda un margen inexistente para pronósticos optimistas.

A pesar del contexto socioeconómico, las redes sociales aportan una realidad completamente (y aparentemente) distinta que lleva a ignorar, como norma, la vulnerabilidad. La filósofa Adela Cortina ya le dio nombre a ese fenómeno: aporofobia. Rechazo a la pobreza, a la marginalidad. Acuñado hace más de 20 años, no fue hasta 2017 cuando la Fundeu lo consideró como un neologismo válido y la distinguió como ‘palabra del año’. A propósito de su impacto social, Cortina hablaba de la aporofobia como «un auténtico delito contra la dignidad humana», y, en especial, «contra aquellas personas que viven en la fragilidad más extrema».

Una investigación periodística descubrió que TikTok pedía omitir vídeos donde se observaran «pobreza rural y barriadas»

Un fenómeno de criminalización de las personas más indefensas del sistema económico que ha sido una constante histórica, si bien ahora recrudecida digitalmente por el contexto en el que nacieron las redes sociales: de acuerdo con un estudio de la Royal Society of Public Health, ya en 2017, Instagram se consideraba nociva para la salud mental de los jóvenes, pues la tendencia de los cuerpos idealizados en atuendos a la moda, luciendo vidas perfectas, y, en esencia, exhibiendo ‘postales’ idílicas lo más alejado posible de la realidad demostró disparar la ansiedad y la depresión. Algo no muy distinto sucede hoy con TikTok, que ha sido testigo de un crecimiento meteórico. Y es que, según la plataforma Empantallados y GAD3, ocho de cada diez padres reconoció que para sus hijos era imprescindible estar en las redes sociales para sentirse integrados. Aceptados por la sociedad en virtud de la moda, los viajes, las experiencias.

¿Dónde quedan entonces los que no pueden comprar un smartphone o no cuentan con recursos económicos para cumplir con esas exigencias de vida? La respuesta es sencilla: en la exclusión. Precisamente TikTok saltó a la polémica el año pasado cuando el medio The Intercept consiguió acceder a las normas internas de la empresa china que solicitaban a los moderadores de la plataforma penalizar a usuarios considerados «pobres, gordos, feos o que mostraran alguna discapacidad».

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