Lorena Cano Orón reseña el libro de T. Boellstorff y B. Maurer (eds.) (2015): "Data, Now Bigger and Better!" (Chicago, IL: Prickly Paradigm Press).
Tom Boellstorff y Bill Maurer, profesores de antropología en la Universidad de California, editan el libro Data, Now Bigger and Better!, una aproximación antropológica a los distintos marcos conceptuales y provocaciones teóricas que se abordan cuando se estudia el big data. La obra está compuesta por las intervenciones de cinco autores: Genevieve Bell (doctora en antropología y actual vicepresidenta de la oficina de estrategia corporativa de Intel), Tom Boellstorff, Melissa Gregg (investigadora en Intel), Bill Maurer y Nick Seaver (doctor en antropología). La intención de los autores es realizar una contribución en el debate sobre la relación entre datos, poder y significado en el mundo contemporáneo.
Entienden big data como "the mobile and digital computational systems that permit the large-scale generation, collection, and analysis of information about people's and devices' activities, locations, and transformations" (pág.1). Normalmente se define el big data con las 3V’s que le caracterizan (Volumen, Variedad y Velocidad), no obstante, la perspectiva de estos autores apoya más la descripción con las 3 R’s (Relación, Reconocimiento y Descomposición –Relation, Recognition and Rot-). Apuestan por esta definición porque entienden que el big data nace del significado que se extrae de las relaciones entre los datos. Subrayan que los datos son reconocidos como tal porque siguen unas condiciones socioculturales. Es decir, que un dato es un dato porque hay una serie de premisas socioculturales establecidas que nos lo indican.
“The ways that data is produced, coded and understood is always being read through a series of cultural lenses” (pág.13). Asimismo, en función del tipo de dato (video, texto, audio, etc.) el flujo se mueve de diferente forma puesto que la red ha sido estructurada y escalada de manera que algunos datos son más efectivos que otros. Aunque los autores no hacen especial referencia a la ideología de la red, sus posturas refuerzan aquella defendida por el profesor de derecho Lawrence Lessig (El código 2.0, 2009), que se sintetiza en que el código está impregnado de ideología y, como tal, condiciona el tipo red que tenemos en la actualidad.
Además de esta subjetividad, los autores explican que los datos pueden descomponerse, transformarse o deteriorarse, o osa, que se altera su valor con el paso del tiempo. De hecho, Bell sentencia que el mismo término big data se quedará obsoleto muy pronto, tan rápido como lo está haciendo el prefijo “ciber”, pues hay una tendencia a la desaparición del lenguaje que ayuda a separar espacio físico del virtual.
Aunque los algoritmos puedan ser presentados como objetivos, pura matemática, los autores recuerdan que el big data está lleno de interpretación y subjetividad. Seaver afirma que el tratamiento masivo de datos a partir de algoritmos deja a un lado la parte personal, no capta los detalles vivos y las relaciones de las personas. Las correlaciones entre los gustos, términos de búsqueda y otros datos con los que cruzar información no son suficientes como para obtener un conocimiento completo y veraz.
Gregg, que reflexiona sobre el origen de la palabra big data, recuerda que los datos no deben ser confundidos con los hechos: “facts are ontological, evidence is epistemological and data is rhetorical” (pág. 55). Los datos son alos que enmarcan la discusión pero no los pilares para sostenerla. Actualmente el poder de los datos recae al convertirlos como sinónimos de hechos. Además, también afirma que estamos ante una violencia de escala, ya que tomamos una pequeña cantidad de personas como representación de la sociedad.
Boellstorf puntualiza que “big data represents more than “scrapes” of reality-it is part and parcel of that reality” (pág. 108). Explica que una de los grandes impulsos que tiene la gente por generar información es la confesión, que está vinculada a la vigilancia digital como una forma de pertenecer a la sociedad. Mientras que otros autores describen el big data como el gran panóptico, Boellstorf expone que hay que seguir la teoría de Foucault, pero la de la confesión.
El debate sobre la economía basada en el big data lo presenta Bill Maurer, que toma como referencia el libro de Jaron Lanier (Who owns the future, 2013) para criticar punto por punto el sistema de recompensa monetaria al usuario que se propone en él. El libro de Lanier expone que la economía política del social media y el tráfico en la red depende de la extracción del trabajo gratuito de los usuarios, que crean un beneficio a través de su esfuerzo. Lanier piensa que para resolver esa injusticia, el usuario debería recibir una recompensa proporcional a los beneficios que le crea la empresa, es lo que él denomina el principio de digital dignity. Sin embargo, Maurer no está a favor de esta propuesta. Afirma que los datos no los crean las empresas solas, ni tampoco los usuarios, sino que es el resultado de su interacción. Es decir, que sin las empresas los datos tampoco existirían. Por ello, el autor sostiene que deberíamos pensar más allá de la dignidad del usuario cuando hablamos del resultado de la relación entre empresa y usuario.
El libro recoge un debate desde distintas perspectivas antropológicas sobre el big data como rasgo característico de la sociedad y de la economía que hay en la actualidad. Asimismo, realizan recomendaciones a los investigadores, como aprender a leer bien los algoritmos y, a la vez, estudiar el sistema y sus múltiples contextos y marcos en los que se desarrolla este fenómeno. Bell llega a ir más allá e incluso afirma que habría que replantearse el uso de metodologías cualitativas, que recogieran más información sobre las personas en lugar de confiar en grandes cantidades de datos dependientes de la resignificación que aplique el investigador. Sin duda se trata de una lectura interesante que complementa el análisis de este fenómeno desde una perspectiva que no habría que olvidar en los estudios de comunicación.