Desafíos teóricos sobre identidades desafiantes

 

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Amparo Huertas Bailén reseña el libro: Bernini, Lorenzo (2018): Las Teorías queer. Una introducción. Barcelona: EGALES

Quizá debería titularse «Las filosofías queer», pues, a diferencia de lo que puede dar a entender el concepto de “teorías”, el contenido de este libro no solo no ofrece paradigmas cerrados sino que tampoco pretende hacerlo. Quizá el subtítulo «una introducción» confunde, pues el libro es mucho más que una mera presentación. Pero seguramente se optó por ese título con el objeto de no desorientar a quienes se acercan al tema por primera vez, o de forma titubeante. El título escogido enmarca bien el tema, queer es su eje central y, además, para muchas personas puede acabar siendo una verdadera puerta de entrada.

Este libro, que recoge las lecciones que Lorenzo Bernini debatió entre 2014 y 2017 en clases impartidas en la Universidad de Milán-Bicocca, resulta realmente útil. Hablamos de utilidad porque en la obra aparece una amplia lista de referencias. Abundan las largas citas textuales, que, además de facilitar la comprensión del discurso, también acaban provocando el deseo de ir a buscar la fuente directa. Al mismo tiempo, tambien se nota la preocupación por explicar de forma sencilla temas muy complejos.

Pero, de entrada, lo que conviene advertir es que Lorenzo Bernini no pretende realizar una “defensa de las causas de introducir los estudios queer en la oficialidad de los currículos académicos” sino que lo que intenta es “reflexionar acerca del carácter perturbador y desestabilizante que las teorías queer han asumido y siguen asumiendo tanto en los ambientes académicos como en la cultura ‘políticamente correcta’ de izquierdas” (p. 10).

Escrito desde Italia, era inevitable abordar la cuestión de la ideología de género. Es más, aparecen referencias directas al Papa: “Benedicto XVI sostuvo que sobre el ‘lema género’ se funda una peligrosa filosofía”, que destruye la familia, provoca la sexualización precoz infantil o la perversión generalizada de la sociedad (p. 74). Bernini, por supuesto, responde de forma tajante. El autor expone que la ideología de género se refiere “a una versión caricaturesca de las teorías feministas y queer” (p. 95) y aclara que la teoría queer habla de personas “excluidas del diseño de Dios”, pero no puede “haber dudas acerca de la ‘naturalidad’ de su condición” (p. 76). Eso sí, nos llama la atención esa “naturalidad” entrecomillada (p. 76).

Las teorías queer son teorías críticas en el sentido pleno

El primer capítulo es un debate acerca del estatus filosófico-político de las teorías queer y, también, del feminismo. Bernini, recurriendo a Hannah Arendt, explica como toda investigación, aunque busque la evidencia histórica, no tiene por qué querer establecer la verdad de los hechos sino que lo que puede estar buscando es una dimensión de significado desde la que poder interpretarlos. Y este es, a nuestro parecer, una idea clave. De hecho, toda la obra puede entenderse como la respuesta a esta pregunta: ¿qué significantes se han utilizado históricamente para clasificar las identidades sexuales?

Bernini distingue entre teorías realistas, normativas y críticas, y ubica las teorías queer en el último bloque. Las teorías queer no buscan explicaciones estructurales ni tampoco pretenden prescribir un modelo de acción como el más apropiado. Después de recuperar la definición que, en 1978, Foucault elaboró sobre la noción “crítica”, Bernini lo deja bien claro: “la tarea de las filosofías políticas críticas no es por consiguiente elaborar criterios normativos en base a los cuales enmendar la existente o diseñar una forma de gobierno radicalmente alternativa, sino exhibir el carácter arbitrario de los criterios normativos que las formas de poder presentes utilizan como justificación de su acción de gobierno” (p. 43). Aunque, al mismo tiempo, Bernini reconoce que este desinterés por crear normas es precisamente una de las principales debilidades de las teorías queer.

¿Cómo funciona hoy la sexualidad, entendida como dispositivo de poder?

El segundo capítulo está dedicado a “trabajar una ontología de la actualidad que sea también una ontología crítica de nosotros mismos […] consideraré la sexualidad como un complejo sistema normativo en el que toda una historia de conocimientos se condensa y se establece para producir nuestras identidades sexuales del presente” (p. 50).

El sexo, el género y la orientación sexual son los tres criterios binarios que la psiquiatría, la psicología y la sexología – e, incluso, el propio sistema jurídico- siguen empleando para definir y clasificar las identidades sexuales. Fuera de las teorías queer, las identidades sexuales se presentan como contraposiciones binarias netas (mujer/hombre, transgénero/cisgénero y homosexual/heterosexual). Y todo ello a pesar de que los factores que determinan el sexo biológico no son siempre clasificables de forma excluyente como masculino o femenino (por ejemplo, existen formaciones cromosomáticas que se salen de las configuraciones estándar o las hormonas sexuales no siempre actúan de forma típica), ni las posibilidades de expresión de género se reducen a dos (¿qué hay de lo andrógeno?, por ejemplo), ni tampoco está claro cómo definir la orientación.

Bernini se extiende algo más sobre la cuestión de la orientación sexual y se hace preguntas como las siguientes: “¿la orientación del sujeto se establece en base al sexo o en base al género? ¿Y en base al sexo o al género del sujeto involucrado o al de las personas por las que se siente atraído/a?” (p. 57).

No obstante, su conclusión no deja duda alguna: “El sistema clasificatorio sexo-género-orientación sexual es por tanto imperfecto, insuficiente y contradictorio, y produce ‘tipos ideales’” (p. 59). Y, un poco más adelante, añade: “los tres criterios estándar de la sexualidad resultan ser otros tantos vectores de poder que hacen ininteligibles algunas expresiones de la sexualidad, volviendo inteligibles otras” (p. 60)

Bernini reflexiona, a partir de una extensa revisión bibliográfica, sobre las identidades políticas que desafían el binarismo sexual y promueven la transformación social. El autor rastrea la aparición de conceptos esenciales. Para hablar de la homosexualidad recurre una vez más a Foucault, que ubica el nacimiento del término en el año 1870 en un artículo de Carl Friedrich Otto Westphal. Aunque, a Bernini, lo que le interesa realmente es su concepción más moderna, aparecida unos 80 años después. Sobre la idea de transgénero, Bernini recuerda que este término no aparece hasta 1953. Fue en un artículo de Henry Benjamin, donde se usa por primera vez como sustantivo para indicar una categoría específica de persona. Aunque, al autor, lo que le interesa es destacar que el término “no tiene su origen en la medicina, sino en el activismo” (p. 69). En este recorrido, también aborda muchos otros términos, como transexual o travestismo, pero es al intersexo al que dedica más páginas. Eso sí, acaba aclarando que “cuestionar el binarismo sexual y la heterosexualidad obligada no significa necesariamente sostener que las diferencias entre los géneros deban ser abolidas de manera definitiva para todos los seres humanos en nombre de una presunta ‘verdad’ o ‘naturalidad’ del sexo que se sometiera a la polaridad masculino-femenino […] esta polaridad no se cancela, sino que se multiplica por un proceso de difracción que la proyecta sobre niveles diferentes” (p. 93).

Bernini parte de tres tipologías de filosofía queer, diferenciadas por el tipo de acción política a la que conduce cada una de ellas: “Freudomarxismo revolucionario” -aquí sitúa a Mario Mieli-, “Constructivismo radical” -donde ubica a Michel Foucault y a Judith Butler- y “Teorías antisociales” -con Leo Bersani y Lee Edelmen como figuras destacadas-. Cada una de ellas se interroga sobre la relación entre política y sexualidad desde la perspectiva de las minorías sexuales de forma diferente. La primera permite “emerger la verdad de la sexualidad humana reprimida por el poder”, la segunda “existe solo en cuanto producida por el poder” y las ubicadas en la tercera línea plantean que “una excesiva politización del sexo” podría llevar a una “desexualización” (p. 93).

Las teorías críticas surgen ligadas a movimientos sociales

Según Bernini, las teorías políticas críticas acostumbran a surgir ligadas a movimientos sociales -y no, en la academia- y este surgir suele coincidir con crisis políticas. Como ejemplo, Bernini explica que las obras de Foucault habrían sido imposibles si la nueva izquierda no se hubiera levantado contra los abusos de la psiquiatría, contra los acosos en las cárceles o contra la oprimente moral sexual tradicional.

Así, y tal y como se desarrolla en el capítulo 3, “las teorías queer no son solo saberes académicos: son también y sobre todo saberes militantes elaborados por sujetos directamente implicados en la política de la sexualidad, y que tienen como interlocutores preferentes a los movimientos políticos de las minorías sexuales. No habría teorías queer si no hubiera movimientos queer, e incluso antes, si no hubiera habido movimientos de liberación sexual” (p. 96). En el desarrollo de esta idea, la revuelta Stonewall o el activismo Queer Nation, por citar dos ejemplos, también acaban teniendo su espacio en esta obra.

Pero, en este capítulo 3, se hilvanan otros muchos asuntos, esenciales para profundizar sobre lo queer y su visibilidad. Sirva a modo de ejemplo el siguiente listado: (a) la diferenciación entre activismo y pensamiento lésbico, gay y transgénero mainstream; (b) los modelos normativos, los mecanismos de exclusión y los órdenes jerárquicos dentro de las minorías sexuales, que “han tomado distancia no solo de la izquierda radical, sino también de los movimientos transgénero e intersexo” (p. 100); (c) el modo en que los medios han abonado una imagen respetable y tranquilizadora de la homosexualidad o (d) la modernidad colonial que ha establecido “una equivalencia del ‘cuerpo negro’ con la genitalidad, produciendo una hipersexualización de los hombres negros que imposibilita para ellos una identificación plena con el género masculino, representado por los hombres blancos” (p. 104).

En este mismo capítulo, se menciona a Teresa de Lauretis, de la que se indica que fue la primera persona que aplicó el adjetivo “queer” al sustantivo “teoría” en una conferencia en febrero de 1990 en la Universidad de Santa Cruz (California) (p. 112). Pero es a Foucault a quien atribuye la autoría del verdadero giro: “Foucault inaugura las teorías queer porque su pensamiento crítico sobre la sexualidad es una invitación a dudar de la ‘naturalidad’ y de la ‘estabilidad’ de términos como ‘macho’, ‘hembra’, ‘hombre’, ‘mujer’ […] a dudar del modo en el que practicamos la definición de nosotros mismos” (p. 117). Y, ahora, sí creemos haber entendido por qué esa «naturalidad» entrecomillada: la queeridad se presenta como un algo liberador al permitir extrañarnos de nosotros mismos y supone “la apertura a un espacio de posibilidad para nuevos modos de vida y nuevas prácticas de pensamiento” (p. 117).

Bernini califica los saberes de las teorías queer como “polémicos, conflictivos, incómodos y antipáticos” (p. 10) y, a partir de ahí, confiesa que él jamás animaría a ninguna persona interesada en hacer carrera académica a especializarse en el tema. Habla del contexto italiano, pero ya sabemos que esto no es exclusivo de Italia. Ahora bien, a las posibles personas interesadas, también les digo que no olviden que él lo ha conseguido.

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