El filtro burbuja. Cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos

 

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“Búscalo en Google” se ha convertido en una respuesta ciberesnob habitual a preguntas que parecen demasiado triviales como para merecer una conversación humana. Pero, ¿verdaderamente es una respuesta? Ahora que cada vez más sitios de Internet están adaptando sus servicios a la idiosincrasia de cada usuario en particular, consultas como “cambio climático”, “células madre” o incluso “pizza” pueden arrojar resultados diferentes para personas distintas. Puede que en esta época tengamos cada vez más derecho a nuestra propia realidad, pero, ¿deberíamos tenerlo también a nuestros propios resultados cuando hacemos una búsqueda?

Google se fija en sus consultas anteriores (y en los clics que las siguieron) y criba sus resultados de búsqueda en consecuencia. Si uno tiene cientos de amigos de Facebook, solo ve las actualizaciones importantes de los más íntimos. Facebook se basa en sus interacciones previas para predecir qué y quién es más probable que le interese. Así, si usted es un conservador que solo hace clic en los enlaces de otros conservadores, nunca verá las actualizaciones de sus conocidos liberales, aunque los establezca como sus “amigos”.

Esta selectividad puede acabar atrapándonos dentro de nuestro propio “capullo de información”, como lo denominaba el experto en derecho Cass Sunstein en su libro República.com: Internet, democracia y libertad (2001). El autor planteaba que este podría ser uno de los efectos más perniciosos de Internet en la esfera pública. El filtro burbuja, la reciente e importante indagación de Eli Pariser (Maine, 1980) en los riesgos de la personalización excesiva, presenta un argumento similar.

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