Ficción española 2020

 

Selección

Concepción Cascajosa

El 2020 ha sido un año ideal para comprobar el carácter pendular español, ese que nos lleva de extremo a extremo, y constatar que la ficción ha tenido sus éxitos creativos, pero también sus fracasos industriales.

Las series españolas han tenido un buen año. Incluso mejor que eso: han tenido un año sobresaliente. Ni siquiera hay que haberlas visto para darse cuenta: nunca se hablado tanto de las series españolas, para destacar la calidad de una u otra ficción o para utilizarlas como arma arrojadiza política (nuestro deporte nacional). La ficción española parece haber cruzado el Rubicón que las series norteamericanas dejaron atrás hace un tiempo, aunque en el camino se repiten hasta los mismos tics. Por momentos, los hiperbólicos esfuerzos de la opinión publicada por coronar a la mejor serie del año (qué demonios, de la historia) han sido pasto de chascarrillo. La maldita hemeroteca luego ha puesto a cada uno en su sitio: lo que en abril parecía destinado al Olimpo, para diciembre ya había caído en el olvido.

Al habitual exceso del converso, se suma otro factor más mundano: poniendo en valor una obra, también se pone en valor a uno mismo, cuestión nada baladí cuando se juzgan las series desde una crítica fílmica que históricamente ha mirado con displicencia a la televisión. Ahora las series se estrenan en festivales de cine y salen de allí con los ropajes del prestigio, mientras que los analistas de televisión de siempre miran de reojo y con un puñal (metafórico) en la mano: normal que tal serie española sea la del año si es la única que veis, majos.

En este contexto, pocas cosas han sido más entretenidas en 2020 que ver la labor de Pepito Grillo (o, en sus propias palabras, de Grinch) ejercida por el analista Enric Albero. La cosa ha funcionado más o menos así. Se estrenaba una serie que estaba bien, pero tenía sus cosas, el tipo de cosas que se pueden comentar sin restar interés al visionado. Llegaban las loas exageradas de los «hunos y los hotros», que diría Unamuno. Días después, Albero descendía cual rapaz y daba un buen repaso a la serie. Y, a partir de ahí, todo era colocado en su justa medida, porque ni siquiera tenías que coincidir con él para admirar su labor de servicio público. Lo hizo, en lo que en mi opinión es el mejor texto de análisis serial del año, con La Unidad, cuyos valores de producción deslumbraban en dos de las definiciones de la RAE: «producir gran impresión con estudiado exceso de lujo» y «ofuscar la vista o confundirla con el exceso de luz».

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