AARÓN M. CRUZ
Como argumenta Theo Anthony en sus documentales Subject to Review y All light, Everywhere, toda imagen, fija o en movimiento, está abierta a la interpretación de quien la contempla. O lo que es lo mismo: las imágenes generan narrativas. Al igual que el ojo humano, el objetivo de una cámara tiene unas virtudes y unos defectos, un marco que excluye aquello que no abarca y, en última instancia, un propósito en la observación. Cuando vemos una fotografía o un vídeo vemos aquello que fue captado, pero no vemos a quien coloca/sostiene la máquina, como tampoco percibimos la máquina en sí. Cuando observamos, no vemos nuestros propios ojos.
Aun con las Torres Gemelas en pie, hacia el año 1996, ya existían en Occidente campañas y grupos organizados que denunciaban el crecimiento imparable de la videovigilancia en las grandes capitales del mundo. Londres, Beijing, Madrid, Nueva York, en todas ellas comenzaron a multiplicarse las cámaras de seguridad y registro ubicadas en el exterior (farolas, semáforos, postes, cornisas…) y en el interior de los edificios (bancos, estaciones de tren, metro y autobús, restaurantes, centros comerciales, galerías…).
Por aquel entonces, específicamente en Nueva York, un grupo de activistas conformado por actores y actrices de teatro fundaron el Surveillance Camera Players como forma germinal de protesta contra estos dispositivos. Utilizando principalmente la performance humorística y el teatro, mostraban pancartas con mensajes de advertencia al público sobre la presencia de las cámaras de vigilancia en las redes de metro y en los lugares públicos más concurridos, entregando octavillas y señalando con el brazo extendido dónde se encontraban. Su líder, Bill Brown, declaraba en una entrevista: “Actuamos ante las cámaras para evidenciar su existencia”.
El SCP tomaba a los agentes de seguridad y a la policía por su público objetivo e interpretaban adaptaciones de novelas como 1984 y piezas teatrales como Esperando a Godot con el irónico fin de entretener a aquellos que se encargaban de mirar horas y horas de metraje sin contenido, además de utilizar esto como método de distracción para sus fines de vigilancia de los transeúntes. Otra de las actividades que llevaron a cabo fue el mapeo conciso, manzana por manzana, de ciertas zonas masificadas de la gran ciudad donde anotaban el tipo, la ubicación y el órgano al que pertenecían las cámaras de videovigilancia que encontraban en sus rutas de rastreo, para luego compartirlas públicamente.
Llegados a la década de 2010, este Estadio 0 de señalamiento y advertencia sobre los dispositivos se hizo insuficiente. Gracias a la expansión de Internet fue posible la toma de conciencia global respecto a esta supervisión sistemática y naturalizada de nuestro día a día como ciudadanos. Cualquier persona del planeta con acceso a la Red podía encontrar cientos de sitios web desde los que asomarse a avenidas, parques, aeropuertos y eventos de todo el mundo.
Si en 1971 William Powell publicó su polémico Libro de cocina del anarquista, en el que daba instrucciones específicas para la manufactura de explosivos, drogas sintéticas y armas para la guerrilla urbana, ante esta nueva situación apareció en el año 2000 la última actualización de una obra que podría asemejársele: la Guía para la destrucción de los CCTV. En ella se desglosan la tipología de videocámaras conocidas hasta esa fecha, incluyendo aquellas que no eran más que réplicas no operativas únicamente ideadas para la disuasión, y las formas que se conocían parar inutilizarlas. Se podían rociar con espray negro, romperlas con martillos, descolgarlas con pértigas, cortar los cables, nublarlas con punteros láser… todo un conjunto de técnicas que fueron probadas y perfeccionadas por aquellos grupos que se sumaron al juego online denominado CAMOVER, reto nacido en Alemania hacia el año 2009 que fue rápidamente imitado en UK, Grecia, Finlandia, Rusia, China y EEUU hasta convertirse en un movimiento autodocumentado.
Las misiones y botines obtenidos por estas células de búsqueda y destrucción de videocámaras se exhibían en los canales de YouTube y blogs de los grupúsculos involucrados. Concretamente, las más organizadas y efectivas fueron perpetradas en China por los ciudadanos hongkoneses durante las manifestaciones de la llamada Revolución de los Paraguas en 2014. Los manifestantes, estudiantes en su mayoría, sublimaron las prácticas expuestas añadiendo novedades que incluían inhibidores de radiofrecuencia y la comunicación mediante sistemas de mensajería instantánea encriptados. Los paraguas que dieron nombre a las revueltas, aglomerados, servían de velo mientras algunos de los manifestantes destruían las cámaras de videovigilancia.
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Imagen de Artie_Navarre en Pixabay