El minimalismo es tendencia. Pero esta corriente estética, que aboga por tener y necesitar menos, ha sido fagocitada por la lógica capitalista, utilizándola para homogeneizar tendencias estéticas de todas partes. El periodista del The New Yorker Kyle Chayka reflexiona sobre este proceso, a la vez que nos invita a prestar atención a lo que nos rodea.
Kyle Chayka es un cronista digital que escribe sobre internet y la complejidad contemporánea de los entornos digitales, y comparte sus textos en publicaciones destacadas como The New Yorker. ¿Por qué algunas cosas se vuelven virales? ¿De dónde vienen los memes? ¿Dónde comienzan las tendencias globales?
En este proceso de arqueología digital, Chayka se ha fijado en uno de los elementos que hacen de conector entre diversas tendencias estéticas: el minimalismo. Está presente en los contenidos que consumimos en las redes sociales, en los espacios culturales de referencia, en las plataformas, en los Airbnb, en las cafeterías, incluso en nuestra casa. La tesis de su libro Desear Menos (Gatopardo, 2022) se esconde en un cúmulo de experiencias personales mezcladas con muchísima información sobre la historia del arte, donde explica por qué el minimalismo se ha convertido en una commodity.
Chayka defiende que el minimalismo consiste en llevar una vida más simple, tener menos cosas, necesitar menos cosas y poder prestar atención y apreciar lo que se tiene delante. Es una idea para simplificar y reducir las propias necesidades y ser consciente de uno mismo y del propio entorno.
Como siempre, el capitalismo ha fagocitado el concepto, y ahora se pueden comprar productos de belleza minimalista, luces minimalistas, casas minimalistas, muebles minimalistas y ver series minimalistas. Un concepto nacido en el entorno del arte contemporáneo se ha convertido en una etiqueta más del marketing, llegando a la paradoja de invitar a comprar un objeto para vivir una vida sin tantos objetos. Comprar más para tener menos.
El minimalismo se ha descontextualizado, se ha convertido en una excusa para promover un monocultivo estético que unifica tendencias en todo el mundo y hace que entremos en un café o en un apartamento y no sepamos si estamos en Nueva York, en Praga o en Sevilla. Es la tendencia estándar de la gentrificación, una falsa neutralidad pretendida. Según Chayka, Occidente ha adoptado una versión edulcorada y naif del minimalismo, donde parece que queremos descargarnos del mundo físico para poder centrarnos en el mundo digital. Que la realidad sea un decorado amable, un telón de fondo neutro pero con toques confortables donde poder expresarnos, destacar, conectarnos al wifi y disfrutar de nuestras pantallas, una especie de proyección del estado ideal de la generación milenial.
La estética del minimalismo ha devorado la idea original, en vez de ayudarnos a conectar más con las cosas, con la realidad y a reflexionar sobre nuestra relación con el entorno, este minimalismo corporativo promueve la homogeneización, el consumo y el aislamiento.
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