La distopía digital de Alex Pentland

 

Selección

José Ángel Moreno Izquierdo

Probablemente muchos coincidirán en que un aspecto fundamental para el progreso social radica en conseguir que las personas adopten los comportamientos más adecuados para el interés general. Algunos han argumentado que la mejor forma de lograrlo es dejar libertad para que cada cual persiga su interés individual, actuando el libre mercado como una “mano invisible” que conducirá inevitablemente los comportamientos individuales al óptimo bien común. Otros han defendido que, por el contrario, la única vía para avanzar hacia ese objetivo es la dirección centralizada y autoritaria. Y otros, que –a la luz de la experiencia– lo mejor es una vía intermedia que equilibre libertad y mercado con intervención pública, acentuando el papel nuclear de la educación. Pues bien, frente a todos estos planteamientos, entre algunos tecnólogos de mucho prestigio está consolidándose en los últimos años una opción radicalmente diferente: ni libertad ni coacción ni persuasión ni educación ni políticas públicas: la clave estriba en incentivar la modificación inconsciente de las conductas.

Pentland parece haberse constituido en el tecnólogo que está contribuyendo de forma más relevante a construir una teoría con pretensiones científicas sobre la naturaleza y las potencialidades de la sociedad digital

¿Una nueva paparrucha de mala ciencia ficción propia de iluminados? Pues parece que no. Así lo asegura Shoshana Zuboff, una muy reconocida profesora emérita de Sociología de la Universidad de Harvard en un libro reciente y de éxito, seguramente discutible, pero importante: La era del capitalismo de la vigilancia. Una extensa obra dedicada al inmenso poder económico e inmensa capacidad de condicionamiento que están adquiriendo las grandes empresas tecnológicas y a cómo, por eso, se están convirtiendo en una amenaza de primer orden para la autonomía de los individuos y para la propia democracia.

Aunque es un tema colateral en el libro, tiene mucho interés la referencia que, al hilo de su foco central, hace Zuboff a los discursos teóricos sobre el carácter y el futuro de la economía digital que están desarrollando académicos, científicos y tecnólogos formalmente independientes de las grandes corporaciones tecnológicas, pero en la práctica –directa o indirectamente– estrechamente vinculados a ellas. Discursos, en este sentido, que pueden estar abriendo campos de desarrollo para estas corporaciones y marcando el camino por el que quizás avancen. Y es en este punto en el que me topé con la alternativa mencionada al comienzo, planteada con toda crudeza por un investigador que –confieso mi ignorancia– no conocía, pero que tiene una relevancia de primer orden en el mundo de las nuevas tecnologías, tanto en el ámbito académico como en el empresarial: Alex Pentland. Director del Human Dynamics Lab del MIT, asesor del Foro Económico Mundial, del programa de Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y de numerosas empresas de primera fila mundial, receptor de financiación de muchas de ellas, colaborador en líneas de producción con algunas y difundido en España por el portal de divulgación científica Open Mind de BBVA y por la Fundación Telefónica, Pentland parece haberse constituido –en opinión de Zuboff– en el tecnólogo que probablemente esté contribuyendo de forma más relevante –y con mayor influencia entre las grandes empresas tecnológicas– a construir una teoría con pretensiones científicas sobre la naturaleza y las potencialidades de la sociedad digital. Hasta el punto de pretender nada menos que la formulación de las bases de una nueva ciencia de la sociedad: una “ciencia social computacional”, basada en las matemáticas, en el big data y en la inteligencia artificial, que ha llamado –rememorando a Auguste Comte– Física Social –título también de su libro más destacado–. Una ciencia que, presuntamente, superaría las carencias de las ciencias sociales tradicionales, derivadas, básicamente, de su débil base cuantitativa y de su imposibilidad de experimentación. Una ciencia cuantitativa cuasi matemática que, gracias a la información que suministran las múltiples fuentes de captación de datos personales ya existentes –teléfonos móviles, redes sociales, correo electrónico, tarjetas de crédito, Internet de las cosas…–, permitiría no sólo un conocimiento mucho más completo y fidedigno de la sociedad que el que aportan las ciencias sociales tradicionales –y particularmente, la Sociología, la Psicología Social y la Economía–, sino también una capacidad predictiva incomparablemente superior de los comportamientos humanos y sociales. Se trata de una capacidad que aumentará considerablemente con toda seguridad a medida que se extiendan los sistemas de interacción donde se generan los datos personales, pero que está disponible ya en buena parte gracias a la información que posibilitan dichos sistemas, y muy especialmente las redes sociales. La inmensa cantidad de datos personales que extraen y aportan es la base de una “minería de la realidad” que posibilita detectar estadísticamente pautas de comportamiento de sorprendente exactitud, que ya han testado Pentland y sus colaboradores en entornos laborales y que tiene un evidente interés comercial, pero que son –en su opinión– perfectamente aplicables a nivel general. “En definitiva, ahora disponemos –escribía ya en 2011– de la capacidad de recopilar y analizar datos sobre las personas con una amplitud y una profundidad antes inconcebibles”.

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