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Hace algo más de cuarenta años, el sociólogo estadounidense Mark Granovetter publicó un artículo académico con un título pertinentemente aburrido: ‘Modelos de comportamiento colectivo basados en umbrales. Su temática era mucho más atractiva. Normalmente, decía, cuando las personas tenemos dos opciones, no tomamos decisiones basándonos solo en nuestras preferencias abstractas. Tomamos decisiones profundamente influidas por las decisiones de los demás. Granovetter citaba varios casos: en ocasiones, tenemos que decidir si nos quedamos en una fiesta o nos vamos, si nos sumamos o no a una huelga en nuestro centro de trabajo o si nos creemos un rumor. Para ilustrar su teoría, sin embargo, utilizaba un ejemplo más extremo: tenemos que decidir si participamos o no en un disturbio violento.
Imaginemos que hay cien personas en una plaza pública. Una de ellas está perfectamente dispuesta a tirar una piedra a un escaparate para expresar una queja (su umbral es 0, es el incitador). Hay una segunda persona que no lo haría por iniciativa propia, pero que si ve a alguien tirar una piedra contra una tienda, también se animará a hacerlo (umbral 1). Hay otra persona que es más reacia a tirar la piedra, pero que si ve a dos personas hacerlo, pensará que está bien y seguirá su ejemplo (umbral 2). Y así sucesivamente, hasta que quede una persona que solo sentirá que es legítimo tirar una piedra a un escaparate si antes ve que lo hacen las otras 99.