Terremotos como el que ha golpeado a Haití de magnitud 7,2, con cientos de réplicas que dejan miles de muertos y heridos, no se pueden predecir. La reputada sismóloga Lucy Jones lleva años estudiando estos fenómenos extremos y asesora a EE UU para reducir los riesgos de los seísmos en su país. En su nuevo libro desentraña el impacto que han tenido estos eventos en la política, la arquitectura y hasta en nuestra forma de pensar.
Lucy Jones (1955, California), con más de cien artículos científicos publicados sobre sismología, vive al sur de California (EE UU), en una zona en la que, como ella misma cuenta, nunca han pasado más de doce horas sin que se produzca un seísmo desde que hay registros.
Creencias y religiones se han alimentado a lo largo de la historia de este y otros fenómenos naturales catastróficos. Incluso dioses romanos, como Vulcano, llevan sus nombres. Jones, explica en su libro Desastres. Cómo las grandes catástrofes moldean nuestra historia (Capitán Swing) que la palabra fue acuñada por esta cultura con el significado de ‘mala estrella’, por la creencia de un destino marcado por los astros. Han pasado varios siglos desde entonces y la ciencia ha superado la explicación mitológica.
¿Cuáles son los desastres naturales que han tenido mayor impacto en la historia de la humanidad?
La mayoría de ellos afectan a una sola región. Es decir, la erupción del volcán islandés Laki de 1783 es, probablemente, el que mayor número de muertos ha provocado porque cambió el clima en todo el mundo durante varios años. Pero también podríamos hablar del tsunami de Sumatra de 2004. No se puede elegir uno único desastre porque cada uno tiene un impacto diferente, depende de lo que entendamos con cambiar la historia. Por ejemplo, el terremoto de Lisboa de 1755 impulsó un nuevo movimiento filosófico dentro de la sociedad occidental sobre la naturaleza de los desastres: modificó la creencia de que eran un castigo divino. El seísmo no cambió esta visión automáticamente, pero fomentó que empezaran a cuestionársela.
El terremoto de Lisboa de 1755 impulsó un nuevo movimiento filosófico dentro de la sociedad occidental sobre la naturaleza de los desastres: modificó la creencia de que eran un castigo divino
Esta catástrofe condujo al nacimiento del primer estudio científico sobre terremotos, promovido por Sebastião José de Carvalho Melo, Marqués de Pombal, considerado como el inicio de la sismología moderna. ¿Qué cambios supuso este trabajo?
Es el primero en el que alguien documenta los impactos de un terremoto en una región para hacer un análisis que explique el porqué de este fenómeno. En la China imperial ya mantenían registros de los daños de los terremotos, por lo que se ha podido crear un catálogo durante 3.000 años de los mayores sismos en el país. Es decir, al principio los registros se hacían por razones administrativas más que por razones científicas. El caso portugués fue el primero en ir más allá. A partir de esas mediciones hemos sido capaces de volver atrás, modelar, saber qué falla lo provocó y averiguar cómo fue el tsunami que lo sucedió.
¿Podría repetirse un terremoto de tal magnitud de nuevo en esta zona?
En cualquier lugar donde haya habido uno puede volver a pasar. Sin embargo, por suerte, no sucede muy a menudo. Quién sabe si en el próximo milenio, pero que pase en este siglo es muy remoto. La realidad es que no estamos seguros con qué frecuencia ocurren.
En el caso de la famosa falla de San Andrés, esta podría provocar un gran terremoto antes o después debido a la enorme erosión que experimenta. ¿Puede prepararse un país para un desastre así?
Por su puesto. Los terremotos nos asustan, pero el miedo no es proporcional al impacto que tienen. El peor terremoto que pudiéramos imaginar en California no mataría a tanta gente como la covid-19. La pandemia no nos ha asustado lo suficiente porque ocurre lentamente y normalizamos las muertes. Sin embargo, no te preparas para un seísmo acumulando suministros, sino creando construcciones que no se rompan a la primera de cambio. Probablemente nuestro mayor problema es que hemos levantado edificios e infraestructuras que son vulnerables y el proceso para cambiarlos es caro.
El peor terremoto que pudiéramos imaginar en California no mataría a tanta gente como la covid-19
Pero seguimos construyendo en llanuras de inundación o en lugares con múltiples riesgos por su situación geográfica. ¿Por qué actuamos así?
Por mucho que la ciencia nos indique las evidencias, hay que creer en ellas. Después de escribir el libro estoy cada vez más comprometida con la psicología de los desastres. Son los científicos sociales los que han estudiado cómo responde la gente a estos fenómenos.
¿Cómo lo explican?
Nuestro miedo proviene de una respuesta emocional, no de un análisis lógico. ¿Por qué no actuamos en consecuencia? Porque para actuar necesitamos sentir que esto supondrá una diferencia. Si pensamos que un desastre sale de la nada, que te sorprende, no sientes que puedas hacer algo respecto. Tienes que creer en la ciencia, que es algo lógico en lugar de emocional. Tenemos ambos sistemas de procesamiento en nuestro cerebro, formas paralelas de pensar en el riesgo. Por un lado el enfoque analítico, que te permite calcular cuál es tú probabilidad de vivir un temblor y lo que necesitas para construir un edificio que no lo destruya. Y luego está el enfoque instintivo, el que evolucionó para “huir del lobo”, el que no puede tomarse un tiempo para analizar la situación porque es inminente. Son estas razones emocionales las que nos impiden actuar. La evolución de la sociedad tiene que dar lugar al estado analítico y reconocer su valor. Es algo que está empezando a suceder.
¿Me podría dar algún ejemplo?
No sé si has oído hablar del ‘jefe de resiliencia’. Hubo un gran proyecto global que inició la Fundación Rockefeller, llamado 100 Ciudades Resilientes, en el que financiaron cien ciudades para que tuvieran este responsable de resiliencia que dependiera del alcalde, Barcelona entre ellas. De esta forma, estas personas, que estaban conectadas entre sí, asesoraban sobre los problemas a largo plazo derivados de la crisis climática. Es decir, en Houston, por ejemplo, se preparan para las inundaciones; en Los Ángeles, para los terremotos; pero el conocimiento es compartido. Esto es muy esperanzador e indica que algo está cambiando, aunque requiere de pensamiento a largo plazo e inversión.
Habla también de que muchas personas están interesadas en la ciencia, pero a veces por razones inesperadas o extrañas, ¿cómo cuáles?
La gente acude a los científicos después de un desastre y pide información por una razón básica: siempre nos da más miedo aquello que no entendemos y es incierto. Piensa en ello como una evolución de nuestra forma primitiva de depredador: si escapa a nuestra vista no podemos protegernos de ello. Los terremotos son imprevisibles y no los vemos venir. Del mismo modo, nos dan miedo los accidentes nucleares porque la radiación es invisible, lo que lo hace más aterrador. La investigación en psicología de los desastres ha demostrado que la incertidumbre es una parte sustancial del miedo. Cuando entiendes las causas, se mitiga.
Recurrir a los científicos después un desastre es tranquilizador. Como mujer, la gente prefiere hablar conmigo, antes que con los sismólogos masculinos, porque se sienten reconfortados cuando ‘mamá’ te dice que todo está bien
¿Por esta razón está tan volcada en informar después de que ocurra un terremoto?
Recurrir a los científicos después un desastre es tranquilizador. Como mujer, la gente prefiere hablar conmigo, antes que con los sismólogos masculinos, porque se sienten reconfortados cuando ‘mamá’ te dice que todo está bien. Al entender la importancia de este factor motivador, modificamos la forma de dar información justo después de un terremoto. Tratamos de hablar de aquello de lo que realmente tenemos certezas, como qué pasó con la falla o qué va a pasar con las réplicas.
¿Cómo trataban antes estos temas con los medios?
Como científicos nos surgen preguntas de las que no tenemos respuestas, así es el proceso de la investigación, pero eso da más miedo. Aprendimos que en ese primer día hay que centrarse en otras cosas. En un par de semanas, cuando ya no hay tanto temor y los temblores desaparecen, es cuando puedes dar el paso a que la gente escuche temas sobre la ciencia de los terremotos.
Lucy Jones atendiendo a los medios tras un terremoto en Los Ángeles (EE UU). / Foto cedida por la autora
También habla de los volcanes. En la actualidad hay varios que están activos y provocando problemas. ¿Puede ser alguno potencialmente tan peligroso como lo fue el de Laki?
Sí. De hecho alguno, como el volcán indonesio Krakatoa, en el siglo XIX provocó una gran erupción. Cuando observas los cambios de temperatura a lo largo del tiempo en la Tierra, puedes ver cómo cinco o seis erupciones en los últimos 140 años influyeron en el clima notablemente. Cada volcán tiene su propia firma.
Otras catástrofes, como la de Fukushima, tienen consecuencias que aún son visibles y se espera que en el futuro aumenten estos fenómenos por el calentamiento global. ¿Qué podemos hacer?
Lo más importante es aceptar que van a ocurrir. Lo fácil es pensar que son fenómenos a largo plazo, que nosotros no lo vamos a vivir. Sin embargo, hay que reconocer un desastre no por lo que le sucede a alguien individualmente, sino por lo que le pasa a toda una comunidad.
Esto es un problema, porque en EE UU en este momento estamos muy mal en la búsqueda del bien común. La covid-19 ha hecho más obvio que hay que trabajar para proteger la vida de otras personas, actuar como una comunidad. La sociedad humana será mejor si podemos cuidarnos unos a otros, es la solución a los desastres.
La covid-19 ha hecho más obvio que hay que trabajar para proteger la vida de otras personas, actuar como una comunidad
Pero también ocurre que ante fenómenos globales o catastróficos, como los desastres naturales o una pandemia, surgen bulos y desinformación…
Es como las películas de terror, nos gusta pensar en cosas malas cuando estamos a salvo. Las teorías de la conspiración no solo implican creer en algo que no es verdad, sino pensar que hay un grupo de gente malvada que te crea ese malestar. Se vuelven mucho más comunes después de un desastre. De una manera extraña, estas teorías te hacen sentir más seguro porque crees que tienes información especial que otras personas no poseen. Como te decía, ante un desastre queremos encontrar una forma de estar seguros. El problema es que no tenemos ningún mecanismo para comprobar los hechos por nosotros mismos. Esto es lo que nos proporciona el razonamiento crítico de la ciencia.
La tecnología ha mejorado mucho para la predicción, pero seguimos teniendo muchos fenómenos naturales imposibles de prever. ¿Qué determina que se pueda o no saber cuándo van a suceder?
Existen dos cuestiones fundamentales para predecir un fenómeno natural. Por un lado tiene que haber algo previo a que comience. En un volcán, por ejemplo, la lava llega desde la cámara de magma a la superficie. Puedes ver que hay señales, aunque no es un sistema perfecto y puedes haber una falsa alarma. La segunda cuestión es que tienes que ser capaz de medirlo. Por esta razón, las catástrofes en el aire son siempre más fáciles de predecir que las de tierra, porque los terremotos están a 10, 20 o 30 kilómetros de profundidad. Esto implica que tienes gran magnitud de roca y entre tú y lo que quieres medir.
Los huracanes son probablemente los más fáciles de predecir porque se forma la tormenta y viaja a través del océano. Los tornados son un poco más difíciles porque el proceso de formación es muy corto. En comparación, los terremotos son realmente imposibles. De hecho, la gran diferencia es que un terremoto grande y uno más pequeño comienzan de la misma manera. Lo mismo ocurre con los tsunamis que generan.
Nos inunda la información y desinformación en internet, pero no hemos preparado a nuestros ciudadanos para usar esa información
¿Por qué es importante informar sobre la ciencia de estos fenómenos a la población?
Porque hace que la gente esté más segura. Si solo publicas la ciencia en un artículo científico no llegará a la sociedad. Pero no es suficiente hablar con los medios de comunicación, los investigadores tienen que valorar más la aplicación de sus trabajos, porque una sociedad no debería pagar para que hagamos esto solo para nosotros. Hay otro aspecto, y es que la capacidad de pensar como un científico hace que tengas mecanismos de comprobación. Ese escepticismo en la forma de pensar, que yo considero una de las habilidades científicas, es algo que todo el mundo necesita manejar. Nos inunda la información y desinformación en internet. Las teorías de la conspiración que estamos viviendo surgen porque no hemos preparado a nuestros ciudadanos para usar esa información. Las catástrofes fascinan a la gente y pueden llevarte al proceso científico.
¿En qué está trabajando ahora?
Acabo de conseguir financiación para tres proyectos y estoy escribiendo otro libro: Muerte por diseño. Hay un libro famoso de desastres llamado Desastres por diseño. Su autor, Dennis Mileti, acaba de fallecer por covid y era experto en comunicación de estos fenómenos y en cómo creamos nuestros propios desastres por la falta de planificación. Hablaba de cómo usar el prisma de la ciencia de los desastres para entender lo que ha sucedido en la pandemia. Esta incapacidad de procesar el riesgo si no es rápido y entender por qué está sucediendo, es lo que estoy tratando de reflejar en esta publicación. También estoy trabajando para desarrollar un programa sobre educación científica y en un proyecto para reunir a científicos, científicos sociales y músicos.
Jones, además de experta en terremotos, toca la viola da gamba y ha compuesto una obra musical, In Nomine Terra Calens: In the name of a warming earth, que traslada a través de la música los datos de la temperatura de la Tierra en los últimos 138 años.