[:es]Daniela Farías
París, febrero de 2022. Visito la exposición Pintura fuera del mundo, monjes y eruditos de las dinastías Ming y Qing que se presenta estos días en el museo Cernuschi. Estoy mirando un lienzo llamado Paisaje del pintor chino Lan Ying de la dinastía Ming. Montañas rocosas verde azuladas pobladas por árboles tupidos cuyas raíces se enredan y se mezclan con el río. Sobre él, flota una balsa de bambú en la que un monje descansa plácidamente. Antes de acercarme a mirar la técnica utilizada o el año en que fue pintado el cuadro –luego veré que es de 1650–, me quedo de pie, entregada a la quietud que me produce el paisaje, al mismo tiempo que una enorme distancia. Nunca he estado en China. Ni he pisado el Lejano Oriente. Mi relación con el lienzo no es la misma que si estuviera viendo uno del Renacimiento, su equivalente occidental. No sólo por la diferencia de técnicas o la naturaleza del paisaje sino por mi desconocimiento de su arte, de su pensamiento.
El cuadro forma parte de la colección personal de Ho lu-kwong, que él llamó El pabellón de la felicidad perfecta ‘Chih Lo Lou’. Qué duda cabe de que lo es. Esta colección, que recoge obras de las dinastías Ming y Qing, fue donada al Museo de Arte de Hong Kong en 2018, y ahora se expone en el museo Cernuschi de París, especializado en arte asiático.
Pese a la lejanía que me inspira, sigo detenida frente al cuadro. Me fijo en sus detalles, en la cara del monje, hecha con unos trazos mínimos. Entiendo esa distancia como un misterio que me atrae, me impulsa a seguir mirándolo. ¿Qué es lo que me resulta extraño en este cuadro? ¿En esta exposición? ¿Qué es lo que quiero entender? ¿Hay algo que entender?
Durante un tiempo, para Occidente, lo extraño fue objeto de expulsión o de apropiación. Edward Said, en Orientalismo, nos habla de la romantización de Asia y Medio Oriente por parte de la cultura occidental para justificar ambiciones coloniales e imperiales.
Por ello, y con justa razón, el exotismo ha sido un concepto fuertemente criticado por parte del pensamiento feminista y poscolonialista, al entregar una visión e interpretación de cuerpos y paisajes a través de la mirada imperial y patriarcal de Occidente.
Cuando era adolescente, se puso de moda tatuarse letras chinas. Como tendría que nacer de nuevo para meterme tinta en la piel, yo me las ponía con tatuajes temporales. De cualquier forma, ni quienes se ponían los reales ni los cobardes que usábamos aquellos al agua que se borraban a la semana, entendíamos qué significaba lo que teníamos inscrito en la piel. Pero nos parecía que su “belleza exótica” bastaba por sí sola, no era preciso entenderla, solo lucirla.
+ info: ctxt[:ca]Daniela Farías
París, febrero de 2022. Visito la exposición Pintura fuera del mundo, monjes y eruditos de las dinastías Ming y Qing que se presenta estos días en el museo Cernuschi. Estoy mirando un lienzo llamado Paisaje del pintor chino Lan Ying de la dinastía Ming. Montañas rocosas verde azuladas pobladas por árboles tupidos cuyas raíces se enredan y se mezclan con el río. Sobre él, flota una balsa de bambú en la que un monje descansa plácidamente. Antes de acercarme a mirar la técnica utilizada o el año en que fue pintado el cuadro –luego veré que es de 1650–, me quedo de pie, entregada a la quietud que me produce el paisaje, al mismo tiempo que una enorme distancia. Nunca he estado en China. Ni he pisado el Lejano Oriente. Mi relación con el lienzo no es la misma que si estuviera viendo uno del Renacimiento, su equivalente occidental. No sólo por la diferencia de técnicas o la naturaleza del paisaje sino por mi desconocimiento de su arte, de su pensamiento.
El cuadro forma parte de la colección personal de Ho lu-kwong, que él llamó El pabellón de la felicidad perfecta ‘Chih Lo Lou’. Qué duda cabe de que lo es. Esta colección, que recoge obras de las dinastías Ming y Qing, fue donada al Museo de Arte de Hong Kong en 2018, y ahora se expone en el museo Cernuschi de París, especializado en arte asiático.
Pese a la lejanía que me inspira, sigo detenida frente al cuadro. Me fijo en sus detalles, en la cara del monje, hecha con unos trazos mínimos. Entiendo esa distancia como un misterio que me atrae, me impulsa a seguir mirándolo. ¿Qué es lo que me resulta extraño en este cuadro? ¿En esta exposición? ¿Qué es lo que quiero entender? ¿Hay algo que entender?
Durante un tiempo, para Occidente, lo extraño fue objeto de expulsión o de apropiación. Edward Said, en Orientalismo, nos habla de la romantización de Asia y Medio Oriente por parte de la cultura occidental para justificar ambiciones coloniales e imperiales.
Por ello, y con justa razón, el exotismo ha sido un concepto fuertemente criticado por parte del pensamiento feminista y poscolonialista, al entregar una visión e interpretación de cuerpos y paisajes a través de la mirada imperial y patriarcal de Occidente.
Cuando era adolescente, se puso de moda tatuarse letras chinas. Como tendría que nacer de nuevo para meterme tinta en la piel, yo me las ponía con tatuajes temporales. De cualquier forma, ni quienes se ponían los reales ni los cobardes que usábamos aquellos al agua que se borraban a la semana, entendíamos qué significaba lo que teníamos inscrito en la piel. Pero nos parecía que su “belleza exótica” bastaba por sí sola, no era preciso entenderla, solo lucirla.
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