En su último libro, “Abundancia. La experiencia de vivir en un mundo pleno de información”, Pablo Boczkowski indaga el papel de los factores culturales y estructurales que median entre la sobrecarga de información y las consecuencias reales para los individuos, los medios de comunicación, la política y la sociedad.
Por Nathalie Jarast
La sobrecarga de información es algo con lo que los humanos han lidiado durante siglo. La era digital renovó las inquietudes en torno a sus potenciales efectos perjudiciales. En Abundancia, Pablo J. Boczkowski analiza las interpretaciones, emociones y prácticas vinculadas a lidiar con esta disponibilidad en la vida cotidiana.
A partir de un extenso trabajo de campo y de encuestas, examina los factores culturales y estructurales que moldean la experiencia de vivir en un mundo con muchísima información, y analiza sus consecuencias sociales y políticas. Conversamos con el autor para conocer más sobre su investigación y su obra.
Usted es investigador en medios de comunicación, audiencias y tecnología, ¿qué lo llevó a orientarse a este campo?
A los 15 años, para una materia de la escuela Carlos Pellegrini, de la UBA, entrevisté a Adolfo Bioy Casares en su casa. En 1996, cuando empezaba mi doctorado en Nueva York, vi a Bioy sentado en la misma mesa del living de su casa, haciendo un chat con Clarín, para celebrar el lanzamiento del sitio web del diario. Tenía diez personas alrededor y contaba todos los vericuetos de la tecnología. En ese momento, no había nada. Yo no sabía ni escribir a máquina. En la nota, se relataban los procesos sociales y tecnológicos que hacen posible el periodismo en Internet y eso me fascinó. Desde ese día me dediqué a estudiar la transformación tecnológica de los medios de comunicación.
Durante diez años investigué la producción de contenidos. En 2007, empecé también a estudiar las audiencias. En este libro, es la primera vez que estudio las audiencias del entretenimiento, los usuarios de las redes, los usuarios de dispositivos digitales.
¿Qué lo motivó a pensar en las ficciones y las redes sociales?
Vivimos en un mundo de ciencia ficción, con los procesos comunicacionales y los dispositivos que tenemos hoy. Crecí en la década de 1970 y esto hubiera sido una tira de ciencia ficción: hablarle a tu reloj, dictar la lista del supermercado a Alexa, dar una clase desde Buenos Aires para Chicago.
El gran desafío del libro fue cómo transformar algo que rápidamente se ha vuelto parte de nuestra realidad cotidiana en algo maravilloso y único. Me ayudó muchísimo el discurso de Gabriel García Márquez, cuando recibió el Nobel de la Paz, en el que dice que él no inventó el realismo mágico, que lo único que hizo fue hacer la crónica de cómo es nuestra realidad.
La otra cosa absolutamente central en Abundancia fue el cuento “El libro de arena”, de Borges. Yo quería ver cómo capturar la experiencia de la gente con esta gran cantidad de información. Cuando volví a leer a Borges, me dije: “Para nosotros así es el mundo”. El mundo es gigantesco y armás cosas, y se desarman porque hay nuevas aplicaciones, nuevas formas de comunicarnos. Yo trato de usar TikTok y me resulta imposible. Todo el tiempo hay nuevas aplicaciones. Las diferencias entre cómo se comunican las personas de 15 versus las de 30 es kilométrica.
¿Por qué eligió el término “abundancia”, en lugar de otros que se utilizan como “sobreinformación” o “info obesidad”?
“Abundancia” fue la primera palabra que escribí del libro. Tenía el título antes de cualquier otra cosa. Al comentarlo, generaba tanto interés como rechazo. Ahí me di cuenta de que era un buen título.
Además, me parecía importante entender el mundo sin esta normatividad de déficit que viene asociado con la sobrecarga informativa, infobesidad, y todo eso. La idea de que mucho es malo. Cuando ves la historia de la comunicación y los medios, te das cuenta de que no somos la primera sociedad a la que le pasa esto. Cuando vino la imprenta muchos filósofos decían que iba a corromper a la sociedad, a los jóvenes. Es lo mismo que se dice ahora. Hoy ningún padre va a criticar que su hijo lee seis horas por día, pero sí que está seis horas en TikTok. Entonces, “abundancia” es un término más descriptivo y ambiguo, y me pareció importante jugar con la ambigüedad.
¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?
No fui a buscar el tema de la abundancia. Lo que primero me llamó la atención fueron otros temas que, al final, quedaron muy secundarios. Pero me sorprendió ver el contraste en la calle Corrientes [el autor narra una escena al inicio del libro, donde dos personas jóvenes, que viven en la calle, miran la pantalla de un celular mientras comen]. Ese contraste era todo, porque es la escena de la familia viendo la tele en la década de 1970, sentada con la bandeja de comida en Estados Unidos.
Una vez que tuve la primera palabra del libro, no me acuerdo cómo llegué a organizar los capítulos. Pero traté de hacerlo lo más accesible y lo más claro posible, sin sacrificar la complejidad de las realidades vividas. El proceso de escritura en sí fue muy feliz. Fueron cinco años en los que trabajé mucho sobre el texto, muchos borradores y correcciones.
Suelo escribir mis libros con un soundtrack. Un día, de casualidad sonaba Mozart en Spotify y, a partir de ahí, solo escuchaba eso cuando leía o escribía sobre este libro.
A lo largo de diferentes períodos históricos muchas personas se sintieron incómodas por la cantidad de información, ¿cuál es la particularidad de la era digital?
Los otros períodos históricos donde hay una investigación fuerte al respecto son la Edad Media temprana, el Renacimiento y el Iluminismo. El aumento notable en la cantidad de información estuvo asociado con un incremento de quienes tenían el poder de la palabra, pero sobre todo la ampliación de las audiencias o los públicos. Hoy, hay muchas más personas que tienen acceso a micropúblicos (y a veces a macropúblicos, como en el caso de influencers), pero también hay un cambio cualitativo: cada vez más, nos interesa lo que tiene para decir una persona común, no un experto o miembro de la élite.
Los medios masivos de comunicación intermediaban entre las élites y el público, y comunicaban lo que estas tenían para decir. Hoy, con las redes, ya casi no existe eso. El cambio tiene que ver con que hoy la información es sobre las personas comunes. Eso desestabiliza el rol de las élites y de los expertos en la circulación de la información, y vuelve mucho más inestable el conocimiento. Lo cual genera mucha incertidumbre, pero también mucha posibilidad para cambios.
Y mayor acceso a otras voces y miradas.
Que históricamente han sido marginadas por las élites. Hay muchas cosas de influencers y qué sé yo, pero es lo mismo que el starsystem de Hollywood. Los colectivos feministas que anteceden a todo esto, pero utilizan las herramientas para organizarse a otra escala y tener otros efectos políticos, están relacionados con la abundancia de información.
Uno de los ejes de la investigación es los usos que las personas dan a las plataformas y redes, para acceder a las noticias. ¿Qué significa informarse hoy?
En la práctica es “saber poco de mucho”. Quien se quiere adentrar en algo tiene enorme cantidad de información, mucha más que antes, pero en la mayoría de los casos sabemos un poquitito, los titulares, los posteos en las redes, de muchas más cosas. Eso tiene su lado bueno y malo. No quiero tener una postura normativa de que antes la gente estaba mejor informada, sino que ahora está informada distinto.
En relación a esto, ¿qué es el entretenimiento ambiente?
Consumimos mucho entretenimiento, pero no como una actividad localizada espacialmente en el living o en la sala de teatro, sino que estamos en la conjunción con los dispositivos móviles y con servicios de streaming, que te permiten seguir… Empezás a ver una película en el living y terminás de verla dos días después en el celular, en el viaje en colectivo. Gran parte del entretenimiento hoy es algo que nos rodea en un océano en el que nadamos, más que un producto que nos sentamos a ver o escuchar en algún lugar.
Hoy vemos una película en cinco partes, el lapso de atención es más corto, lo que genera que sea otra la manera de contar las historias. Y eso tiene que ver con la abundancia. También está mutando la relación entre consumo de entretenimiento y práctica urbana. Antes ibas al cine y después a cenar. No es que dejamos de comer afuera, pero de lo que se habla es distinto. Si viste la película el día anterior es menos probable que hables de eso, que si la viste justo antes de la cena.
Su libro no solo se enfoca en el contenido, sino también en los cambios en la sociabilidad que generan los dispositivos y de las redes, ¿cómo cree que repercutió la pandemia?
Creo que esta abundancia informativa hizo más llevadera la pandemia, para quienes tienen acceso a ella, que no es todo el mundo. También profundizó los patrones de sociabilidad de los que hablo y, como digo en el libro, desestabiliza aún más estas formas preexistentes más claras con respecto a expectativas, prácticas y demás.
Estamos en un momento de transición. Se ve muy fuertemente en la generación de 20 años para abajo. Yo vivo en una casa de dos pisos en las afuera de Chicago y a mi hija menor tengo que mandarle un mensaje de texto, estando en la misma casa, para que me preste atención. Si yo le grito, no me da bola. Pero va mucho más allá de eso. La sensación de que tenés que estar siempre disponible, que gran parte de tu identidad se juega en el espacio digital es algo muy pronunciado entre las personas más jóvenes.
Antes mencionaba que lejos del discurso del déficit, su postura frente a esta cantidad de información es más bien positiva, ¿qué lo llevó a tener esta mirada?
Me parece que demonizar el tener esta información no tiene sentido, porque cuando vos escuchás las historias de vida tenés realidades mucho más ambiguas. Es importante poder hacer justicia a esta situación, poder representar y hacer lugar a esas experiencias, sin demonizarlas de alguna manera.
Para ponerlo en términos personales, soy un gran fanático de la serie “La casa de papel”. Cuando salió la quinta temporada, estaba de vacaciones con mi hija mayor, también fanática. Entre la playa y el sol, nos vimos toda la temporada en menos de 24 horas. Y por ahí te pueden decir: “¿Qué hacés en vacaciones con la pantalla?”, pero nosotros la pasamos bárbaro, quién me va a decir que eso es una mala forma de pasar el tiempo… Eso me parece que gran parte de la literatura que habla de la “sobrecarga informativa” y las denominaciones a las pantallas son muy normativas y no se condice con la realidad de las personas ni con el buen vivir.
Es un discurso de optimización del tiempo y de todo, que no es como las personas viven sus vidas. Hay todo un aspecto lúdico que no está representado. Me parece importante, cuando hablamos o escribimos sobre esto, atender a esas singularidades. Gran parte del discurso público es totalmente moralista, afirma que hay que poner límites a la cantidad de tiempo que usamos en esto. Tenés una persona que se la pasa leyendo y nadie le va a decir nada, entonces ¿por qué con la tecnología sí? Podemos decir que no es lo mismo y todo eso, pero me parece que decir que eso es malo por defecto no está bueno.
Fuente: UNSAM