Amador Fernández-Savater / Ernesto García López
Uno siente que su yo se autentifica cuando escapa,
cuando se desplaza de lo que es.
(Ramón Andrés)
A veces pensamos para dar cuenta de una sensación. ¿Qué estamos sintiendo, por qué? Esa sensación, aunque no la entendamos, guía nuestra búsqueda. De palabras que la nombren, de razones que la expliquen. La sensación empuja el pensamiento, el pensamiento elabora la sensación.
Lo que en este caso nos puso a pensar y a escribir –es lo mismo– es la sensación de ahogo y de asfixia en una situación muy cotidiana: mientras vemos o escuchamos tertulias mediáticas. Sea cual sea la cadena, el sesgo ideológico o los intervinientes. ¿Por qué?
Ese ahogo, nos parece, proviene de un cierre. Nos asfixiamos en un espacio cerrado. La tertulia mediática es un espacio que cierra, que se cierra sobre sí mismo, que nos encierra. ¿Pero cómo?
Los cuatro cierres
Movidos por esta sensación de ahogo nos ponemos a pensar los cierres que pudieran provocarla. Identificamos al menos cuatro:
– En primer lugar, la tertulia mediática reduce y cierra lo político.
¿Desde dónde piensan generalmente los tertulianos? Desde la disputa entre partidos por el poder político: ¿a qué partido le beneficia esto? ¿A qué político le perjudica? ¿Cómo entender tal o cual intriga de palacio? Ese es el marco de sentido, lo que verdaderamente importa, todo se analiza desde ahí
Al interpretarlo todo desde el poder, es el poder quien interpreta. Los tertulianos hablan desde la posición de los gobernantes: lo que hacen y no hacen, lo que debieran hacer. No leen la política para la sociedad, sino la sociedad para la política. Los problemas o los movimientos sociales importan si y sólo si afectan al plano de la disputa por el poder. Nunca se leen en sí mismos, por lo que plantean o crean, sino siempre en función de ese otro plano.
Las dos claves fundamentales del tablero político en España son la “polarización” y el “consenso”. La disputa entre partidos por un lado y el marco (incuestionable) de lo posible por el otro. Las tertulias se inscriben ahí. Los tertulianos se enfrentan a cara de perro en una lógica de bandos (izquierda y derecha, gobierno y oposición), pero coinciden en lo esencial, en los límites de lo que se puede hacer y decir, de lo autorizado. Compiten y a la vez colaboran.
Dos distinciones importantes se pierden. Por un lado, entre lo político (la pregunta por la vida en común, al alcance de cualquiera) y la política (especializada, profesionalizada, representativa). En la tertulia lo político coincide sin fisuras con la política.
Por otro, entre los gobernantes (quienes tienen poder de decisión) y los gobernados (los despojados de él). Se invita a los gobernados a pensar desde la cabeza de los gobernantes, a ver el mundo como ellos, a asumir sus problemas, a pensar desde un poder que no tienen.
Estas dos con-fusiones provocan la asfixia y el ahogo.
– En segundo lugar, la tertulia mediática acota y cierra el sentido.
Los tertulianos saben. Ayer de esto, hoy de lo otro, mañana de lo de más allá. Pero siempre saben. Hablan convencidos de sí mismos, seguros de lo suyo, como expertos. La duda, la pregunta, el balbuceo, son signos de debilidad.
El tertuliano habla sobre temas. Nada que le afecte personalmente, nada que le toque el cuerpoSaben de antemano. Aplican su código explicador sobre cualquier cosa que se presente. Nada se les resiste, nunca hay misterio, ninguna opacidad. La obsesión es producir sentido y opinión. Lo urgente es cerrar un significado a lo que sea que ocurre. En la tertulia sólo hay respuestas, ninguna pregunta.
El tertuliano habla sobre temas. Nada que le afecte personalmente, nada que le toque el cuerpo, nada que le conmueva. Sólo temas que desfilan ante sus ojos a diario y contra los que dispara su opinión como si fuera una escopeta de feria. El tertuliano carece de cuerpo. El cuerpo es eso que, al hablar, sorprende. El tertuliano, sin embargo, sólo calcula.
La ignorancia simple es amiga del pensamiento: no saber es lo que nos lleva a pensar. La ignorancia del tertuliano es doble, la de quien cree saber. En la tertulia todos creen saber. Entonces se parlotea, se monologa, las opiniones chocan como bolas de billar, la conversación se vuelve un ring de boxeo donde unos a prioris se enfrentan a otros, unas palabras automáticas colisionan con otras.
– En tercer lugar, la tertulia mediática comprime y cierra el tiempo.
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