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LUIS PALACIO*
Durante el confinamiento provocado por la epidemia de COVID-19, la octogenaria gijonesa Enedina Fernández dejaba caer todos los días una cesta atada con una cuerda desde el balcón del tercer piso en el que vive. Abajo, su quiosquero le ponía un ejemplar de La Nueva España en la cesta y recogía el euro y treinta céntimos que cuesta el diario. Después, Enedina tiraba de la cuerda para subir el periódico y se entregaba a su lectura.
La escena, que con toda seguridad se ha repetido en otros lugares del país esos días, es un reflejo parcial de la realidad de la prensa local en España: de la fidelidad de algunos compradores hacia sus diarios y los esfuerzos de los quiosqueros por mantenerlos, pero también del envejecimiento de los lectores de los periódicos en papel, parcialmente compensada por el desplazamiento de las audiencias hacia los soportes digitales.
Probablemente, el caso de Enedina Fernández refleje algo más. Por ejemplo, la importancia de la ubicación geográfica. Si se considera el índice de difusión de diarios locales en papel por cada 100 habitantes que había en 2018 (último año con datos completos de la Oficina de Justificación de la Difusión –OJD–), de las diez provincias con un índice más alto, todas estaban en el norte, como la Asturias de Enedina, a excepción de una. Eran Guipúzcoa (6,6), Navarra (6), Vizcaya (5,9), La Coruña (5,9), Asturias (4,7), Gerona (3,4), Lugo (3,4), Cantabria (3,4), Pontevedra (3,3) y Baleares (3,3). Se trata, en cualquier caso, de unos índices modestos, aunque bastante mayores que los que ofrecen las provincias del rango inferior, en el que once no llegan siquiera a un ejemplar de periódico local por 100 habitantes.
Seguir leyendo: Cuadernos de Periodistas
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LUIS PALACIO*
Durante el confinamiento provocado por la epidemia de COVID-19, la octogenaria gijonesa Enedina Fernández dejaba caer todos los días una cesta atada con una cuerda desde el balcón del tercer piso en el que vive. Abajo, su quiosquero le ponía un ejemplar de La Nueva España en la cesta y recogía el euro y treinta céntimos que cuesta el diario. Después, Enedina tiraba de la cuerda para subir el periódico y se entregaba a su lectura.
La escena, que con toda seguridad se ha repetido en otros lugares del país esos días, es un reflejo parcial de la realidad de la prensa local en España: de la fidelidad de algunos compradores hacia sus diarios y los esfuerzos de los quiosqueros por mantenerlos, pero también del envejecimiento de los lectores de los periódicos en papel, parcialmente compensada por el desplazamiento de las audiencias hacia los soportes digitales.
Probablemente, el caso de Enedina Fernández refleje algo más. Por ejemplo, la importancia de la ubicación geográfica. Si se considera el índice de difusión de diarios locales en papel por cada 100 habitantes que había en 2018 (último año con datos completos de la Oficina de Justificación de la Difusión –OJD–), de las diez provincias con un índice más alto, todas estaban en el norte, como la Asturias de Enedina, a excepción de una. Eran Guipúzcoa (6,6), Navarra (6), Vizcaya (5,9), La Coruña (5,9), Asturias (4,7), Gerona (3,4), Lugo (3,4), Cantabria (3,4), Pontevedra (3,3) y Baleares (3,3). Se trata, en cualquier caso, de unos índices modestos, aunque bastante mayores que los que ofrecen las provincias del rango inferior, en el que once no llegan siquiera a un ejemplar de periódico local por 100 habitantes.
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